31 de Mayo 2020
76 días de aislamiento

Querido Julio,

Espero que estés muy bien. Te escribo antes que nada para decirte que he mandado ya mi entrada al club de lectura. Me hubiera gustado que fuera más extensa la crítica pero no quiero dar detalles que revelen demasiado. De todas formas espero que cuando termines el libro te haya gustado tanto como yo pensé que te gustaría.

Leí tu mensaje hace unos días sobre la frustración que te causa ver a tantas personas en la calle haciendo la vida como si nada. Mucha gente, especialmente en redes sociales, ha comentado sobre lo mismo, en una especie de círculo vicioso en que “veo a mucha gente fuera porque yo también estoy fuera”. Pero entiendo bien tu frustración, las actitudes egoístas o descuidadas provocan que quienes siguen en cuarentena perciban que hacen un esfuerzo en vano y se sientan con derecho a hacerse vigilantes de los demás. A lo que se reduce es a la corresponsabilidad, el ser prudentes por los demás, los más vulnerables y necesitados primero, poniendo nuestras necesidades en pausa por mucho que nosotros pensemos que estamos haciendo más o mejor que otros. Pero eso se dice más fácilmente de lo que se hace.

Es domingo y llegamos hoy al fin de la “jornada de sana distancia” y comenzaremos la semana con el paso a la gradual reinserción de actividades esenciales para ir probando la “nueva normalidad” en el espacio que la pandemia permite, lo que los semáforos permiten, lo que la economía permite, y ahora hasta lo que el volcán permite porque ha estado más activo en estos días. A estas alturas creo que la rutina de cuarentena, lograda con tanto trabajo, nos lleva en una corriente de rutinas y equilibrios que constituyen toda nuestra seguridad. De esa manera, me parece que nos quedaremos pasmados cuando debamos regresar al trabajo y encontremos que nuestros objetos siguen en donde los habíamos dejado pero el mundo ha dejado de ser lo que fue cuando comenzó la primavera.

No te da el soponcio pensar que hemos pasado una estación entera encerrados en casa? Setenta y seis días de casa. Todo es superable, pero en el fondo creo que me dolerá para siempre saber que mi bebé aprendió a caminar en cuarentena, sin el parque y los columpios, sin otros niños a quienes corretear.

Lo único bueno de dar tumbos en la casa es que tras cien vueltas a la música favorita, finalmente he vuelto a los álbumes de ópera. El letargo de estos días van bien de la mano con el dramatismo y melancolía de la voz de Caruso en esas viejas grabaciones llenas de ruido donde canta “Una Furtiva Lagrima” y el tiempo parece caminar lentamente con cada estrofa. Sabías que Caruso hizo una gira por México hace un siglo? Fue fantástico. Los diarios de la época reportaron que el cantante visitó el Palacio de Bellas Artes en otoño de 1919 cuando aún no se terminaba de construir, y ahí, en lo que se convertiría en el teatro, el tenor hizo sonar su voz egregia para el deleite de quienes pudieron presenciarlo.

Es adecuado el dramatismo para estos momentos, la tragedia, la puesta en llamas de lo que sabemos inamovible. El mundo llora desde sus ventanas la pérdida de sus amados a causa del virus y nos lamentamos del cambio que enfrentaremos con la entrada de la normalidad que ya no lo es. Mientras tanto en Estados Unidos hacen de la desigualdad aplastante (literalmente!) el ícono de la lucha racial en su país.

Me pregunto qué pasaba por la cabeza de ese policía, Derek Chauvin, con tan poco respeto por las leyes y tan seguro de su impunidad para que haya actuado de semejante manera, doblando el peso sobre el cuello de George Floyd que rogaba por su vida, a sabiendas incluso de que lo estaban grabando. Bien dicen los activistas afroamericanos que este siempre ha sido el caso, la diferencia es que ahora se pueden grabar en cualquier momento esos abusos, no que eso les asegure de ninguna forma que habrá justicia para ellos. La cara de ese policía en las imágenes publicadas lo dicen todo: esto es como se hacen las cosas.

Por mucho que Trump prenda lumbre a los ánimos y a sus plataformas, la permisividad del racismo que se ha fomentado desde su silla presidencial ha encendido una mecha que difícilmente podrá apagar usando la fuerza bruta. No hay fuerza más resistente que la de no tener que perder.

Yo me he animado a comenzar una pequeña biblioteca vecinal. No es más que una vieja caja de madera con unos libros y un letrero que coloco frente a la puerta de la casa, a la vista de quienes pudieran pasar e interesarse. Mis amigas se mueren de risa con mis intentos de poner a todos a leer, pero yo guardo siempre la ilusión de que alguien se asome y encuentre algo que lo haga enamorarse de una historia, perderse en una aventura, aprender algo; que se enamoren de los libros tanto como yo, quizás. Me gusta muchísimo, por eso, nuestro modesto club de lectura.

Afuera comienzan a caer las gordas gotas de lluvia que se había resistido a caer por días y días. Me fascinan los aguaceros con las nubes que lo oscurecen todo y los golpes de agua y viento en las tejas. El bebé y su papá se paran frente a la ventana para ver los rayos y contar los segundos antes de escuchar el trueno. Uno, dos, tres…

Los libros, están afuera!

Bilhá

Twitter: @Clitemnistra


Periodista. Escribe sobre asuntos internacionales, crisis, conflicto y periodismo. Previamente corresponsal en Jerusalem.