Hablar de que en el país se comenten entre 10 u 11 feminicidios al día es hacer de las víctimas una estadística. Hablar de casos como el de Abril, Ingrid y Fátima hace que se olvide de quizá una María, una Erica, una Rosa, una Lourdes y de muchos otros nombres que no tuvieron la suerte de llegar a oídos de la opinión pública y que en el mejor de los casos su carpeta de investigación se encuentre en la charola de pendientes de un ministerio público.

El feminicidio y la violencia contra la mujer en general en efecto no es un tema nuevo y tiene varias aristas enraizadas en materia social y antropológica, es quizá un problema de educación, un problema que ha crecido por la permisividad de las víctimas y la impunidad por falta de una aplicación de estado de derecho del victimario.

Escuchar al presidente culpar al neoliberalismo por la pérdida de valores es como escuchar a mi abuelita echándole la culpa al Rock and Roll porque hay hombres que usan arete o deciden pintarse una uña, es decir rayar en lo absurdo.

Si bien es un problema heredado, no se puede quitar el dedo del renglón del hecho de que es un problema y como todos los problemas hay que estudiarlos para enfrentarlos, porque es con acciones y no con decálogos sacados de la chistera de las ocurrencias con lo que se puede llegar a un verdadero punto de inflexión.

López Obrador jamás ha tenido entre sus causas la del feminismo, es más, él sigue a las mujeres como un grupo vulnerable que necesita del hombre para poder sentirse protegida. Para él lo único que importa es combatir la pobreza y que exista bienestar del alma; minimiza el problema con la retórica de la necesidad de una cartilla moral para poder llegar a ser buenos, porque según su visión, solamente siendo buenos se puede llegar a ser feliz.

El feminismo para él es un tema secundario, es más importante hablar de la rifa del avión, cuyo premio ya no es el avión o de la continuidad de sus homilías a las que él llama conferencias de prensa para seguir sembrando encono y resentimiento contra los medios de comunicación o contra toda fuerza que sienta discierne con su concepto de transformación. Sus seguidores lo perfilan como un humanista, pero sus acciones dicen lo contrario.

Es en los presupuestos donde se ven las prioridades de un gobierno y desde que López Obrador llegó, primero a despachar y luego a instalarse en Palacio Nacional, las mujeres han sufrido graves vejaciones en materia de política pública. Su desdén comenzó en 2019 cuando cancelaron las estancias infantiles y los refugios para mujeres en situación de maltrato, por considerarlos infestados de corrupción. ¿Qué decir de los apoyos que recibían las grupos de la sociedad civil que ayudaban a mujeres en situación de violencia? Pues también les quitaron apoyos, ya que es más grande su paranoia que su altruismo.

En el 2020, 26 programas con enfoque de género sufrieron de un importante recorte presupuestal. Programas enfocados específicamente para mujeres como el de Salud materna, sexual y reproductiva sufrieron un recorte del 21 por ciento a comparación del ya de por sí raquítico que tuvieron en el 2019. Peor aún, el programa para Promover la atención y prevención de violencia contra la mujer recibió 150 millones de pesos menos de los necesarios para su funcionamiento; es decir de los 417 millones que necesitan para operar de manera normal, sólo recibieron 267 millones.

Y bueno sólo basta recordar que a la Fiscalía General de la República, la encargada de investigar y esclarecer este tipo de delitos también sufrió un corte considerable en su presupuesto.

Con estas cifras es claro que el tema de género no es importante para el gobierno federal, que aunque mantiene una paridad en puestos del más alto nivel y en las cámaras de Diputados y Senadores, pero paridad no es lo mismo que equidad y mucho menos que igualdad.

A las mujeres, y a los encargados de protegerlas les han atado las manos y ahora sólo les queda hacerse escuchar y lo están haciendo de manera estrepitosa y quizá al punto de casi llegar a la violencia, pero cuando no tienes manos para defenderte hay que recurrir a los gritos, a las patadas y a las pintas de las puertas de palacio nacional.

No esperemos que Andrés Manuel haga algo al respecto, porque en su visión arcaica él cree que está haciendo mucho regalando dinero y creando así una efímera sensación de bienestar. Y no hará más porque simplemente el tema no le interesa, para él es más importante cuidar la puerta que hacerle justicia a una muerta.

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