“Mi nombre es como el de todas las cosas: sin principio ni fin, y, sin embargo, sin aislarme de la totalidad por mi evolución distinta en ese conjunto infinito, las palabras más cercanas a nombrarme son NAHUI-OLIN. Nombre cosmogónico, la fuerza, el poder de movimientos que irradian luz, vida y fuerza.”
Nahui Olin – Carmen Mondragón (1893-1978)

Es septiembre de 1927, una invitación recorre los altos círculos sociales y culturales de la Ciudad de México; se trata de la exposición fotográfica de Antonio Garduño, célebre por el retrato que en 1914 hiciera de Francisco Villa y Emiliano Zapata en Palacio Nacional. La convocatoria en sí es desconcertante, la firma Nahui Olin y la cita es en la azotea de una vieja casona del centro.

Algunos de los asistentes, ataviados con grandes galas, descienden de lujosos vehículos, otros acuden a la cita caminando por las oscuras calles de la ciudad. El poder de convocatoria de la anfitriona es sorprendente, entre los invitados están los Secretarios de Educación Pública y de Hacienda y Crédito Público, Manuel Puig Casauranc y Luis Montes de Oca, respectivamente; artistas, fotógrafos y coleccionistas de arte como Armando García Núñez, Manuel Álvarez Bravo, Roberto Montenegro y Dolores Olmedo, se hacen presentes.

La exposición es escandalosa. Ante la mirada desconcertada de los espectadores, se presenta una serie de imágenes captadas por la lente de Garduño que muestran a Nahui Olin desnuda; las fotografías son extraordinarias, no solo por el talento del retratista y por la belleza de la modelo. Van más allá. Nahui no se limita a posar para la cámara, sino que participa activamente en la obra, es la musa, la inspiración y la artista. Su imagen refleja una ruptura con los estereotipos, transmite pasión y genialidad.

Tomás Zurián, citado por Adriana Malvido en su libro “Nahui Olin”, comenta:

“Y Para Nahui, el desnudo no es un medio para vender su cuerpo, sino una manera de expresarse…Y habla su cuerpo desnudo que se acuesta, se sienta, se arquea, se cubre a medias con un abrigo…Y así le habla a la sociedad de los años veinte acerca de una nueva manera de ser mujer.”

Carmen Mondragón Valseca, nació a finales del siglo XIX en la Ciudad de México. Pasó los primeros años de su vida en París, en donde fue educada en las artes y las letras; cuando su familia nuevamente se establece en México, conoce a un joven cadete llamado Manuel Rodríguez Lozano y queda prendada de él; su padre, el General Mondragón, interviene para cumplir el deseo de su querida hija y el joven militar acepta casarse con ella. Ante los acontecimientos sociales por los que atraviesa el país, se trasladan a Francia y después a España; en ese tiempo, Carmen se relaciona con grandes artistas como Picasso, Matisse, Diego Rivera y Ernesto García Cabral.

Al poco tiempo de regresar a México, la pareja acude a una fiesta en San Ángel; es el 22 de julio de 1921 y la fecha quedó anotada en tinta roja por uno de los más grandes artistas que ha dado este país. Así escribió en su diario, Gerardo Murillo, el Dr. Atl:

“Entre el vaivén de la multitud que llenaba los salones se abrió ante mí un abismo verde como el mar, profundo como el mar: los ojos de una mujer. Yo caí en ese abismo instantáneamente, como el hombre que resbala de una alta roca y se precipita en el océano.

A partir de ese instante, Carmen, la hija del General Mondragón, la esposa de Rodríguez Lozano, la que pertenecía a la alta sociedad, la que fue educada por monjas francesas, ha dejado de existir. Es el Dr. Atl, quien la nombra Nahui Ollin, como la creencia azteca de la renovación del ciclo cósmico y ella se convierte en Nahui Olin, con una sola “L”, siempre diferente, siempre única.

En “Nahui Olin”, Adriana Malvido, nos cuenta de una manera espléndida la vida de esta gran artista, nos invita a entrar en su mundo y a convertimos en testigos de la transformación de Carmen en Nahui. A través de sus letras, deja claro que a Nahui Olin se le tiene que ver como un todo, que no es posible fragmentarla; que al mismo tiempo es modelo, amante, poetisa, luchadora social, pintora, feminista, y sobre todas las cosas, libre.

Esta nueva edición del libro de Malvido ha sido bellamente ilustrada; podemos ver algunas de las fotografías de Antonio Garduño y Edward Weston; sobresale el detalle del mural “La Creación” de Diego Rivera, así como diversas imágenes de la obra pictórica de Nahui Olin.

Escribe Adriana Malvido:

“Imaginemos a Nahui caminando por el centro de la ciudad de México con su belleza a cuestas, con su libertad a cuestas y todo lo que esto presupone: rechazo social, escándalo, abandono, soledad. Conciencia de que el sufrimiento no acabará nunca. Pero la lucha por expresarse a sí misma es tan necesaria como el aire.”

Muchas historias se han entretejido alrededor de Nahui Olin. Malvido recoge algunos testimonios y opiniones de diversos personajes de la vida intelectual que, de un modo u otro, se relacionaron con Nahui. Sobre sus últimos años, existen más relatos fantásticos que reales, lo indudable, es que se trata de un personaje que enamora, fascina y seduce; tratar de comprenderla es imposible, porque ella solo se rigió por sus propios cánones, pero nos queda su vasta obra para darle el reconocimiento que en su momento le fue negado y asignarle el sitio de honor que merece en las letras, las artes y como artífice de la lucha por los derechos de las mujeres.

Adriana Hernández Morales

“Nahui Olin”
Malvido, Adriana
Circe Ediciones
Año de Publicación: 2017

Mi correo: adrianahernandez1924@gmail.com


Adriana Hernández, es miembro del Club Nacional de Lectura Las Aureolas, club fundado por Alejandro Aura en 1995. Es además una mujer comprometida con las causas sociales, abogada de profesión y lectora por vocación.