Por primera vez en la historia del país se utilizó un diagnóstico preimplatacional en un tratamiento de reproducción asistida, como una alternativa viable para evitar la transmisión de enfermedades raras.

El caso ocurrió en León Guanajuato, en el Instituto Vida, una de las pocas clínicas que forman parte del Registro Nacional de Instituciones y Empresas Científicas y Tecnológicas (registro 1702363) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

A dicha clínica llegó Laura, una joven de casi 25 años de edad, a punto de casarse y que deseaba tener hijos.

La joven  ya había recurrió a una consulta genética para preguntar sobre las posibilidades de que pudiera transmitir a sus hijos el gen que les haría heredar una enfermedad de la cual ella era portadora de una mutación.

Se trataba de displasia ectodérmica hipohidrótica, una enfermedad hereditaria, que hace algunos años fue detectada en su sobrino por lo que le preocupaba que en caso de tener hijos pudieran ser portadores de la misma.

La enfermedad había sido detectada en su sobirno poco después de su nacimiento, cuando llegó la temporada de calor a San Francisco del Rincón, Guanajuato, quien comenzó a sufrir de fiebres recurrentes. Aun sin estar abrigado, al niño le subía tanto la temperatura corporal, sin razón aparente, que sus padres comenzaron una procesión para averiguar qué le sucedía a su pequeño.

Fueron de pediatra en pediatra buscando la causa de las fiebres de su hijo, hasta que por fin, un médico, viendo que el bebé no tenía vellos ni poros en la piel, les dijo que tal vez el pequeño tenía una enfermedad genética llamada displasia ectodérmica que le impedía sudar y por eso no podía regular su temperatura corporal.

El diagnóstico fue confirmado con una biopsia de piel al pequeño y al ver que mostraba ausencia total de poros y glándulas sudoríparas, se informó a la familia que, efectivamente, el pequeño había heredado la enfermedad.

La displasia ectodérmica hipohidrótica puede afectar a solo uno de cada 15 mil nacidos vivos y la variedad que afectó a su sobrino se presenta solo en uno de cada 100 mil. Por eso, esta enfermedad forma parte de un grupo de padecimientos conocidos como enfermedades raras.

Aunque no se trata de una enfermedad letal debe ser detectada a tiempo pues su condición requiere cuidado especial, pues afecta la piel, el pelo, los dientes y las glándulas sudoríparas, mientras que en caso de no ser detectada los portadores del gen al no ser capaces de regular su temperatura pueden sufrir fiebres altas que ponen en riesgo la vida, situación que se arregla manteniendo mojado e hidratada continuamente la piel, además de protegerse del sol.

Una enfermedad del cromosoma X

El tipo de displasia ectodérmica que afecta al sobrino de Laura se origina por una mutación en el cromosoma X. Como el pequeño, de sexo masculino, solo puede heredar el cromosoma X de su madre y el cromosoma Y de su padre, significa que su madre es la portadora de la enfermedad.

Y aunque su madre, al igual que Laura, no tenía ningún síntoma grave de displasia ectodérmica, se dieron cuenta de algunos indicios que señalaban que ellas y su tercera hermana habían heredado el cromosoma X afectado de su madre. Por ejemplo, a todas ellas les faltaban dos piezas dentales, pero la displasia en la piel no era tan marcada en las mujeres, pues por su sexo, tienen dos cromosomas X y el cromosoma normal suple la actividad del cromosoma mutado. Algo que no sucede en los varones, pues solo tienen un cromosoma X.

Entonces, si Laura se embarazaba y su bebé resultaba una niña, había 50 por ciento de probabilidad de que no heredara la mutación, pero había otro 50 por ciento de que heredara el cromosoma mutado y fuera portadora. Por otro lado, si Laura tenía un hijo varón, tenía 50 por ciento de probabilidad de nacer sin la enfermedad, pero 50 por ciento de nacer con displasia ectodérmica y sufrir sus consecuencias.

Seleccionar los hijos futuros

Al casarse, uno de los sueños de Laura era formar una familia y tener un bebé. Pero no quería dejarles la herencia de la displasia ectodérmica. Ella y su esposo hablaron sobre la adopción, pero su ilusión de tener hijos biológicos la llevó a buscar una alternativa médica.

Su búsqueda de genetistas y clínicas los llevó de la Ciudad de México a Chicago, Estados Unidos, donde una genetista y especialista en displasia ectodérmica, tras hacerle un estudio para saber exactamente en qué gen se encontraba y cuál era la mutación en Laura. Pero una vez que obtuvo el resultado —una mutación en el gen EDA—, le dijo que ya no tenía nada más que ofrecerle.

La genetista dijo a Laura que había una opción llamada diagnóstico preimplantacional, un procedimiento de reproducción asistida, que consiste en generar embriones y analizar cada uno de ellos para saber cuál está libre de la mutación y entonces implantarlo en la futura madre. Pero la especialista le dijo que allí no hacían ese procedimiento y que el único lugar que sabía que lo hacían era en España.

Tras analizar todas sus opciones, planes y costos para viajar a España, una amiga le comentó de una clínica el León donde tal vez le podían ayudar.

De acuerdo con Cristina Lanuza López, ginecóloga del Instituto de Ciencias en Reproducción Humana (Instituto Vida), era la primera vez que una mujer joven y sin problemas para embarazarse recurría a un procedimiento para tener un hijo sano.

Tras analizar e identificar algunos de los genes que estaban implicados, consideraron posible que la diseñar la metodología con que se haría el diagnóstico genético preimplantacional.

Eliminar la mutación de las siguientes generaciones

Había dos procedimientos que podían ayudar a Laura a tener un hijo sano. El primero era hacer una selección de sexo y el otro era realizar un diagnóstico genético preimplantacional.

La selección de sexo consiste en analizar los cromosomas sexuales de un embrión para elegir un sexo deseado. En este caso, Laura podía elegir tener solo hijas, pues son los niños los que pueden desarrollar el padecimiento. Laura tendría 50 por ciento de probabilidad de tener un bebé sin la mutación y aunque había 50 por ciento de probabilidad de que sí tuviera la mutación, al tener dos cromosomas X, la bebé sería solo portadora y no presentaría la enfermedad, así como ella.

Pero Laura no quería eso, pues la probabilidad de tener una hija portadora de la mutación la hacía sentir que le estaría heredando a su hija el problema que ella había tenido para concebir. Laura deseaba cortar el padecimiento en su familia para siempre. Quería poder ver a sus hijos y nietos sin tener que preocuparse más por la enfermedad. Entonces la alternativa que le quedaba era el diagnóstico genético preimplantacional.

Buscar la mutación en un embrión

Para eliminar la mutación en la descendencia de Laura era necesario tomar sus óvulos, inyectar cada uno con un espermatozoide de su esposo y esperar a que se transformaran en embriones. Cuando los embriones cumplen los cinco días se llaman blastocistos y tienen ya entre 64 y 128 células. Entonces los especialistas pueden tomar algunas de estas células —de entre el grupo de células que se convertirán en la placenta y se conocen como trofoblasto— y analizarlas, para detectar cuáles embriones, por simple azar, heredaron de Laura el cromosoma X libre de la mutación.

Sin embargo se trata de un procedimiento complejo pues además de tener que detectar las mutaciones específicas de cada familia y calcular correctamente los números, debían asegurarse de tener el número suficiente de embriones a analizar, explica Raúl Piña Aguilar, investigador en el Instituto Vida.

Hay que considerar que cuando se inyecta un espermatozoide en un ovocito maduro, solo 80 o 90 por ciento fertiliza, entonces de 10 nos quedamos con ocho. De allí, tenemos que esperar al día cinco, pero de los embriones que fertilizan, solo la mitad llega al día tres, lo que nos deja con cuatro embriones. Luego, de los que llegan al día tres, solo la mitad llega al día cinco, entonces nos quedamos con dos embriones.

Aunado a ello sólo solo 70 por ciento de los embriones que se transfieren en el útero por fertilización asistida se implanta y progresa a un embarazo.

Para aumentar las posibilidades Laura se sometió a tratamiento hormonal de inyecciones diarias, para obtener la mayor cantidad de óvulos posible. Después de eso, los óvulos se extraen mediante una cirugía muy simple y se puede proceder a seleccionar los óvulos maduros y fertilizarlos con los espermatozoides del padre, explica Raúl Piña.

Al terminar esta primera etapa, Cristina Lanzua y el doctor Antonio Gutiérrez, recuperaron 11 óvulos de Laura, de los cuales cuatro llegaron a la etapa de embrión de cinco días. De esos cuatro embriones, dos estaban libres de la mutación, así que llegó el momento de transferirlos al útero de Laura.

Sin embargo en el primer intento Laura no quedó embarazada por lo que volvieron a intentarlo una segunda vez, pues además contaban con el apoyo moral y económico de su familia.

Para el segundo intento los especialistas optaron por una metodología que permitiera una mayor probabilidad de éxito, por lo que decidieron hacer un banco de embriones.

Esta vez, Laura pasó por tres ciclos de estimulación hormonal y los especialistas obtuvieron 10 embriones de cinco días de desarrollo. Llegó el momento de leer el ADN de cada uno en búsqueda de la mutación y resultó que de los 10 embriones tres estaban libres de la mutación y dos eran embriones de niñas portadoras.

Los médicos tomaron uno de los tres embriones libres de la mutación y lo transfirieron al útero de Laura. Esta vez, las noticias fueron buenas para la pareja, y 35 semanas después nació una niña. La pequeña nació aparentemente sana y los padres decicidieron que no se le hicieran más pruebas genéticas, para ellos el análisis de ADN del embrión y tener a su hija en brazos era suficiente.

Hoy, la bebé de Laura tiene nueve meses y además, si Laura quisiera tener un segundo hijo, todavía hay dos embriones libres de la mutación congelados y disponibles para transferirse al útero de la joven, comenta Cristina Lanzua.

Las enfermedades raras

Los detalles del trabajo fueron publicados en la revista científica Revista de Investigación Clínica, y aunque el diagnóstico preimplantacional es un método que se ha descrito en la literatura científica desde 2012, se trata de por primera vez una historia mexicana de éxito, para dar cuenta de que este tratamiento de reproducción asistida es una alternativa viable en México para evitar la transmisión de las enfermedades raras.

Cabe recordar que se considera “enfermedad rara” a los padecimientos poco comunes que afectan a una persona de cada dos mil.Existen cerca de siete mil tipos diferentes de enfermedades raras y 80 por ciento tiene un origen genético, es decir, se heredan y, por lo tanto, el diagnóstico preimplantacional podría representar una opción para casi cinco mil 600 enfermedades que pueden ser incapacitantes y muy dolorosas para las familias, señala Raúl Piña.