De libros y más

 

El Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española, señala que el término más, es un “Adverbio comparativo que denota superioridad. Es palabra tónica, por lo que debe escribirse con tilde…”. Me parece importante precisarlo, porque para referirse a la obra El infinito en un junco, de Irene Vallejo, es necesario utilizar constantemente la palabra más; porque al momento lleva más de más de 200 000 ejemplares vendidos, se ha traducido a más de 32 lenguas, ha permanecido más de 60 semanas entre los libros más comprados en España y se ha reeditado en más de 31 ocasiones.

 

El infinito en un junco, hizo su aparición en los estantes de las librerías de nuestro país, en medio de la grave crisis editorial provocada por la pandemia, por lo que, al hablar de estanterías, me tomo una pequeña libertad literaria, ya que, es de todos sabido, que la emergencia sanitaria obligó a las librerías a cerrar sus puertas, pero, por fortuna, tanto los libreros como los lectores tenaces, encontramos diversas formas de adquirir los ejemplares: algunos optaron por los formatos electrónicos y otros, día tras día, nos asomábamos por las ventanas, con la ilusión de que un mensajero llegara hasta nuestra puerta para entregar los anhelados libros, que, seguramente, en la mayoría de los casos, fueron sometidos a tortuosos procesos caseros de desinfección, pero aunque quedaron algo maltrechos, siempre fueron bienvenidos.

 

Pues en medio del más oscuro panorama, El infinito en un junco, apareció con sus mejores galas; llegó cargado de cartas de recomendación y luciendo múltiples galardones, entre los que se cuentan, el de la Asociación de Librerías de Madrid al mejor libro del año en la categoría de no ficción; el del Ojo Crítico de Narrativa; el de la Asociación Aragonesa de Amigos del Libro y por supuesto, el Premio Nacional de Ensayo.

 

¿Qué hace de El infinito en un junco, un libro tan especial que, incluso motivó a Mario Vargas Llosa, -ganador del Premio Nobel de Literatura 2010- para que, al terminar de leerlo, tuviera la imperiosa necesidad de escribirle una carta a su autora? En palabras del Premio Nobel:

 

«Me impresionó mucho El infinito en un junco, que leí de corrido. Mi impresión fue tan entusiasta que hice algo que no suelo hacer: escribirle a la autora una cartita muy cariñosa felicitándola por la belleza de un libro maravillosamente escrito, en el que toda la sabiduría está disuelta en una crónica simpática, agradable, nada pretenciosa, explicando la maravilla que es la lectura y los inmensos beneficios que ella nos depara».

 

En una época en la que la velocidad se ha convertido en un bien sumamente apreciado, en sus más de 400 páginas, la autora recorre la historia de los libros, y un relato de tal magnitud, tiene que hacerse con precisión, de forma lenta y cuidadosa. Así que, no solo quedan justificados cada uno de sus párrafos, sino que, surge la pregunta de: ¿cuántos más se quedarían en el tintero?, algunos dejados de lado por ella misma, o por la difícil labor del editor, ya que esa tarea, seguramente no resultó nada sencilla, pero tuvo un resultado exquisito.

 

Sería muy simple decir que es un libro que habla de libros, porque va más allá, y reitero el término más, porque, como lo anticipé, para referirse a la obra de Irene Vallejo, éste término resulta imprescindible-; El infinito en un junco, no solo reúne más de treinta siglos de la historia de los libros, sino que lo hace a manera de una delicada fábula, en la que nos convierte en viajeros en el tiempo, para caminar por la antigua Grecia; trasladarnos Egipto a las habitaciones de Cleopatra y descubrir que Marco Antonio, intentó ganar sus favores -y acaso sus amores-, no con joyas, ni con ropajes, sino con libros. A través de sus páginas revivimos el horror de la quema de textos prohibidos y rendimos homenaje a aquellos héroes anónimos que lograron preservar las obras que hoy atesoramos. Dice la autora:

«Mi libro está dedicado a los salvadores de libros, todas personas que han creado una larga estirpe a lo largo de la historia y de la que, hoy, quienes amamos la lectura somos como los últimos descendientes. La aventura sigue en marcha».

 

Y sí, la aventura continúa, porque el hermoso texto de Irene Vallejo, no solo hace un recuento de la historia, sino que, con un hilo, casi imperceptible, continuamente la enlaza con el presente, y nos recuerda que:

 

«Leer es un ritual que implica gestos, posturas, objetos, espacios, materiales, movimientos, modulaciones de luz. Para imaginar cómo leían nuestros antepasados necesitamos conocer, en cada época, esa red de circunstancias que rodean el íntimo ceremonial de entrar en un libro».

 

Si hay algo que resalta a través de la obra de Vallejo, es su maravilloso sentido del humor; con una narrativa dotada de tintes sarcásticos, al adentrarnos en la lectura de El infinito en un junco, la autora, hace que el lector quede atrapado en su magia, logrando arrancar suspiros con la evocación de la magnífica Biblioteca de Alejandría, imaginando los rollos de papiros y lamentándonos por su destrucción, hasta caer en sonoras carcajadas, al compartir los secretos -y las prácticas cotidianas- que esconden los muros y pisos de la mítica Biblioteca Bodleiana de Oxford.

 

Los libros pueden salvar vidas, o al menos constituyen el mejor de los refugios; en ellos es posible encontrar felicidad, libertad o tranquilidad, al menos, eso han significado en la vida de la escritora aragonesa Irene Vallejo. Siendo niña fue víctima de acoso por parte de sus compañeros de colegio, las persecuciones y malos tratos –que hasta hace pocos años-, se consideraban “cosas de niños”, la obligaban a permanecer callada y volcarse en sus lecturas; al paso del tiempo decidió contarlo, y encontró desahogo en la escritura. En sus palabras:

 

«Hay que oponerse a la ley del silencio. Esas cosas que te dicen que no cuentes son precisamente las que hay que sacar a la luz, las que necesitas gritar a pleno pulmón. Escribir es una manera de gritarlo. De gritarlo silenciosamente, pero de desenmascarar lo que está sucediendo debajo de la fachada plácida de las cosas».

Irene Vallejo, es filóloga y periodista, y siguiendo su vocación, se dedicó a la escritura, pero fueron muchas las circunstancias que parecían complicarle el camino y que prácticamente la orillaban a renunciar. Afrontando la etapa terminal del cáncer que padeció su padre, se dedicó a cuidarlo hasta su fallecimiento, y poco después, -según ha compartido la propia escritora-, la enfermedad que padece su pequeño hijo, la obligó a vivir entre hospitales, terapias y con una constante preocupación; así que, en medio de esas circunstancias, los pocos momentos libres que tenía, los dedicaba a escribir. Dice la autora:

«Me dije: Ya está, he tocado fondo, he perdido el tren, escribiré para mí, aunque lo guarde en un cajón. Pero seguí escribiendo noche tras noche. Era un alivio llegar a casa y encontrar ese momento de paz».

 

Así fue como nació El infinito en un junco, cuya versión original, por cierto, fue escrita a mano; pero las complicaciones continuaron, porque, aunque Irene Vallejo, ya tenía varios libros publicados, debido a las características de la obra, no fue posible hacerlo en la misma empresa y se quedó sin editorial; pero, para fortuna de Irene y todos sus lectores, -y por supuesto, de Siruela , su nueva casa editora-, llegó al lugar indicado, y ahora está a nuestro alcance, una de las obras más hermosas que se han escrito sobre el tema de los libros.

 

Un último dato: Del tallo de los juncos se obtiene el papiro, que es el material con el que se elaboraron los primeros libros.

Adriana Hernández Morales

Título: El infinito en un junco

Autora: Irene Vallejo

Editorial: Siruela

(También disponible en formato electrónico)

Mi correo: adrianahernandez1924@gmail.com


Adriana Hernández, es miembro del Club Nacional de Lectura Las Aureolas, club fundado por Alejandro Aura en 1995. Es además una mujer comprometida con las causas sociales, abogada de profesión y lectora por vocación.