Ruby Soriano

La campaña de Enrique Peña Nieto estaba en su mero apogeo.
Ahí, en el corazón de la Avenida Reforma en la Ciudad de México arribaban las Suburban, las avanzadas, los matraqueros y los operadores.

Semanalmente se convocaba a la reunión de Cuarto de Guerra con todas las estructuras, vocerías y equipos de comunicación en el país.

La abundancia se sentía, era campaña sí, pero el derroche de los recursos se re direccionaban para los grandes monstruos de la Comunicación en el país que ya habían amarrado convenio para la cobertura completita de la campaña del “Candidato Guapo”.

La célebre foto del Cuarto de Guerra Táctico en la que aparecen en mangas de camisa “los muchachos de Peña” hoy es la remembranza de los que fraguarían la más grande red de sobornos.

En ese piso 51 fluía “la liquidez” y se percibía el manejo de recursos de una campaña que iba con paso firme al rescate nuevamente de Los Pinos.

Las emblemáticas figuras de Luis Videgaray, Emilio Lozoya, Aurelio Nuño se dejaban ver poco en el cuarto de guerra mediático, donde el control lo ejercían Jorge Carlos Ramírez Marín, Eduardo Sánchez, Alejandra Lagunes, Rafael Pacchiano y Beatriz Pagés.

Eran los inicios del contraste entre la bufalada y una campaña digital que despegaba para crear la imagen de un candidato conciliador, con sentido social y que evocaba a las nuevas juventudes priistas.

Al interior de este cuarto de guerra se aleccionaba a las vocerías de todo el país para actuar en manada y en bloque compacto diluyendo los ataques y propiciando el contrataque hacia los opositores peñistas.

La rubia cabellera de Alejandra Lagunes se movía al ritmo de sus ejércitos de bots para dar la indicación de a qué hora se atacaba y a qué hora se defendía al candidato.

Jorge Carlos Ramírez Marín era el conciliador en ese cuarto de guerra donde se reclamaba lo que es tradicional en las campañas: “El recurso no está bajando a los Estados, necesitamos pagar medios locales” –decían los voceros provincianos-.

Eduardo Sánchez fiel a la vieja institucionalidad priista pedía tiempo y paciencia porque se estaban “aceitando” primero los medios nacionales.

Ahí con esa visión de campaña mercantilista se aceleraban giras, se cerraban tratos, se decidía en minutos la compra de miles de cuentas de twitter para darle fuerza al “ejército digital”.

Era el PRI y su campaña a todas luces rebasando y burlando los topes de campaña que eran mera simulación.

Seguros de que el dinosaurio (PRI) les cumpliría, estos personajes que eran los que movían los entretelones de la campaña recibieron su recompensa y fueron colocados en el gabinete o en diputaciones plurinominales.

Hoy muchos de estos personajes retomarán el reflector como posibles indiciados que veremos saltar a la luz de la mano del presunto cobro de sobornos.

Muchas interrogantes saltan a la esfera de la opinión pública, pues si bien aquí nos centramos en la vinculación con el Caso Odebrecht, la pregunta es cuántos casos similares se dieron antes del sexenio peñista, lo que nos hace pensar no sólo en los 12 años de panismo, sino en las viejas épocas del sistema político mexicano donde todo se pagaba o se compraba al mejor postor.

El México de todos los tiempos que probablemente en seis años incluyan a la propia 4T.

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