Una vez más el concepto de evolución se hace presente en la naturaleza, en esta ocasión en los elefantes, especie asediada por los cazadores furtivos por sus colmillos de marfil, por lo cual se ha incrementado el número de nacimientos de paquidermos sin colmillos.

Este hecho, absolutamente singular, se ha venido identificando desde 1992, confirmaron investigadores de Mozambique y el cual respondería a la ley más primitiva, la de la supervivencia.

Ejemplo de ello es el estudio de Joyce Poole el cual confirmó cómo aproximadamente un tercio de elefantes hembras pertenecientes a la generación posterior a 1992, nunca desarrollaron colmillos, cuando el porcentaje de elefantes sin colmillo solía ser del 2 al 4 por ciento.

De acuerdo con la investigadora de elefantes, el inició de la generación de elefantes hembras sin colmillos fue propiciada por la baja de elefantes posterior al conflicto armado interno en Mozambique en la década de 1970.

Posterior a este periodo, la demanda de la caza furtiva se comenzó focalizarse también en las hembras. En investigaciones recientes afirma que el 32 por ciento de las hembras nacidas posterior a la guerra carecen de colmillos.

Esta tendencia, al igual que la caza furtiva, no se ha limitado sólo a Mozambique, sino también se han dado casos en el Parque Nacional de Elefantes de Addo, ubicado en Sudáfrica donde se ha reportado que el 98 por ciento de las 174 hembras no tienen colmillos.

Incluso también se ha comprobado una reducción hasta de cinco veces su tamaño entre los colmillos de elefantes sacrificados durante 2005 a 2013 que los que se cazaron en 1966 a 1968.

Aunque su “evolución” los deja fuera de peligro de los cazadores, también limita su supervivencia pues los colmillos les ayudan a cavar por agua y minerales, descortezar árboles e incluso en algunos casos los ayudan a defenderse.

La investigadora también señala que la carencia de colmillos podría afectar de forma directa la dieta de este sector a partir de la ampliación de los rangos de territorio, entre otras cosas.

Lo más preocupante es el drástico reajuste, que también afectaría cómo se mueven o la rapidez en lo que hacen, terminará por descompensar al ecosistema en general.