20 Diciembre 2020
278 días de aislamiento (voluntario)
Fase 3. Semáforo naranja (otra vez)
3er semana de adviento

Querida Sandra,

Espero que mi carta te encuentre con bien, cuidándote muchísimo y planeando para la navidad con el nene. Son días muy difíciles pero queda el pequeño placer de compartir con los pequeñitos la ilusión del árbol de navidad, las canciones, las velitas y Santa Clos.

Nosotros seguimos aquí en casa, retomando las medidas del semáforo naranja y preparándonos por si cambia a rojo en los siguientes días. La cosa se ve bastante mal.  Mi tío, del que te había contado, falleció a causa de covid19 hace una semana. Estamos muy tristes y nos sentimos un poco perdidos, pues, nada de lo que se hace usualmente para atravesar el proceso de duelo se puede hacer por ahora. Obviamente no hubo un funeral, pero se hizo un memorial vía zoom con la familia donde, con las palabras de amor hacia la familia de mi tío y la oración juntos, pudimos darle sentido al momento aunque fuese a distancia. Mi tío era una persona especial y muy amado. 

Tu familia, me dices, ha sufrido una pérdida en estos días también. Lo siento tanto. 

Leí tu mensaje sobre ser mandada nuevamente a trabajar en el hospital a pesar de ya haber hecho un servicio durante la pandemia. Me imagino lo descorazonador que debe ser dejar al bebé en casa y después no poder acercarte a él por la preocupación de contagiarlo a él o a tu familia. Nos rebasan, de verdad, los enormes sacrificios que hacen los médicos como tú, y  todos los trabajadores del sector salud, quienes a estas alturas están agotados por la labor titánica que tienen en sus manos, mientras encima de todo han visto la vida cotidiana totalmente alterada.

Quizás ilusamente pensábamos que México no tendría una segunda oleada de contagios porque los números habían permanecido más o menos estáticos desde septiembre. ¡Oh, pero qué equivocados estábamos!

Ahora vemos con horror cómo el sistema hospitalario va siendo rebasado y que no sólo nos enfrentamos al escenario que pensábamos catastrófico, sino que vivimos la pesadilla. El mundo entero se encuentra en máxima alerta al ver sus sistemas sanitarios estirados al límite, mientras las leyes y disposiciones en los últimos treinta años han apuntado, especialmente en países en desarrollo, a la privatización de la salud, a hacer dinero con la salud de la gente bajo el argumento de que lo privado da un mejor servicio porque hay competencia. El fortalecimiento del sistema sanitario se tildó de cosa anticuada, y así llegamos al punto en que los seguros privados ahora regatean los días de cuidados intensivos que sus clientes pueden tener, les recuerdan en sus lechos de muerte que tienen deudas que sobrepasan los costos incluso de sus casas por haber estado hospitalizados por semanas. La realidad es que el libre mercado no ha podido financiar la vacuna contra Covid19, sino que han sido mayormente los gobiernos quienes han financiado la investigación, producción y distribución de las vacunas. No se nos debe olvidar, quizás, que no se puede poner precio a lo que los pueblos contribuyen para su bienestar colectivo.

Por ello, entre otras cosas, es pasmante observar que el llamado de las autoridades de salud en México, a la mesura y la renuncia a las reuniones, ha sido ignorado o saboteado desde los frentes más privilegiados de este país, sus cùpulas empresariales, de medios, etc. Esos, a quienes no les falta nada, publican imágenes de la gente en los mercados, en el metro, en la combi donde va apelmazada una con la otra, mientras grandes tiendas de lujo llaman a ofertas masivas, las bodas y bautizos siguen viento en popa, las reuniones navideñas a puerta cerrada no han parado y los centros comerciales siguen a reventar. Creen que la enfermedad no los puede alcanzar porque piensan tener siempre mejores condiciones que pueden comprar. Cuando esas condiciones se igualan, cuando siquiera se sugiere que se emparejen, quienes rezongan y patalean lo hacen desde esa misma plataforma de privilegios que piensan inamovibles y justamente ganados. Por eso no es de sorprender que la élite mexicana fastidie con que les vendan las vacunas a ellos primero y que dejen a los demás “esperar a que el gobierno los vacune”.

Hace un siglo cuando golpeó la influenza española, la enfermedad mató al menos a 50 millones de personas a nivel mundial, de ellos medio millón fueron mexicanos. La enfermedad se expandió desde Estados Unidos comenzando por los campamentos de militares y muy pronto fue cundiendo al planeta entero a excepción de algunas islas en Oceanía. La “gripe española” destruía los sistemas inmunitarios de las personas, casualmente matando a adultos jóvenes y no a pequeños y viejos como otras epidemias. Y a México llegó en octubre de 1918, primero a los estados del norte, arrasando con la población que sufría aún de los efectos de la Revolución Mexicana.

Era una época en que no se conocía a profundidad lo que era un virus y cómo se comportan, haciendo el tratamiento de los pacientes un proceso de prueba y error que era vertiginosamente sobrepasado por la velocidad en que se daban los contagios. La influenza, además, era potenciada por la mala alimentación que era parte del ambiente de posguerra y el hacinamiento en hospitales. Sin vacunas y sin antibióticos, claramente las personas morían de manera terrible ante la frustración de médicos y enfermeras que podían hacer poco o nada en muchos casos. Los mecanismos de control en su momento fueron promover la cuarentena, la higiene personal y el llamado a evitar aglomeraciones para evitar contagios, cerrando teatros y cines, así como pidiendo a la gente que ventilara sus viviendas. Los doctores en 1918 enfrentaron la pandemia con tan pocos recursos y sufrieron tantísimas bajas, que es curioso que no tengamos una memoria colectiva marcada, que no se conmemoraron a los muertos aún cada año. Tan es así que fue llamada “La Pandemia Olvidada” por A. Crosby al escribir sobre ella.

¿Qué recordaremos nosotros de esta pandemia? Si teniendo tantos recursos, ciencia, educación, transporte, medidas sanitarias, ¡todo! no hemos podido evitar esta tragedia que nos ahoga. Nos acercamos al final del 2020 y me encuentro pensando cada tanto que nada nos hubiera preparado para lo que hemos pasado, pero sostengo que nos aplastará del todo si no tomamos la experiencia diaria, las lecciones, la disciplina para hacernos resilientes y solidarios. Nada, ni todo el dinero ni todas las vacunas servirán  si no podemos ser, ahora que cuenta, solidarios. 

Solidarios. De servicio. Responsables.

Querida Sandra, te deseo de todo corazón unas felices fiestas rodeada de mucho amor y llena de luz. Tu amistad me enorgullece y me llena de una inmensa gratitud y humildad. 

Feliz navidad.
Siempre 
Bilhá

Twitter: @Clitemnistra


Periodista. Escribe sobre asuntos internacionales, crisis, conflicto y periodismo. Previamente corresponsal en Jerusalem.