27 Julio 2021

495 días de aislamiento (parcial)

Semáforo naranja (de nuevo)

Vacuna- 1ra dosis

Querido Grupo de Lectura,

Espero que mi carta les encuentre disfrutando del verano, de los libros, de las vacaciones y más que nada de salud. Esta preciosa tarde gris es el momento ideal para leer, tomar un café y echar un rebozo largo sobre a la espalda para entonces sentarse a escribir una carta a la Emilly Dickinson. 

¿Sabían que Dickinson le escribía por carta a su grupo de lectura? A pesar de su reclusión voluntaria, la autora formó un grupo de lectura por correspondencia alrededor de 1848, y escribía a su pequeño grupo de lectores con frecuencia, hablando de lo que estaba leyendo, anotando pasajes favoritos y haciendo crítica de libros variados. Sus cartas, más de mil que fueron recuperadas tras su muerte, muestran que la poetisa era una lectora voraz y generosa, que gustaba de discutir y recibir los puntos de vista de otros.

En ese mismo afán les escribo en celebración por el aniversario que cumple este grupo de lectura. Leer acompañada es uno de mis gustos preferidos. En familia frecuentemente discutimos de libros que hemos leído y sucede que, cuando uno empieza a contar lo que lee, la historia o el tema, los demás nos emocionamos y nos lanzamos todos a leer el mismo libro para irnos chismeando los avances. Tener esa experiencia con un grupo de gente maravillosa me hace sentir muy afortunada de poder participar de él.

Suman ya un año de lecturas acompañadas que yo he disfrutado y sufrido por igual (las lecturas, que no la compañía). El último libro asignado, “El Club Dumás”, lo terminé finalmente esta semana y me ha fascinado. De la novela de Pérez Reverte uno aprecia especialmente, creo yo, lo bien que escribe. Es un placer simplemente leer su trabajo aunque las historias (el caso de varias de sus novelas) no sean siempre lo más originales o bellas. “El Club Dumas” me recordó mucho a la novela de Matilde Ascensi de “El Último Catón”, con sus citas literarias y referencias iconográficas. El viaje por Europa en un libro sobre libros es, sin duda, una buena forma de pasar este verano que inunda los días de sol y de lluvia las calles. 

Afuera los jardines se encuentran tupidos de flores, los árboles crecen y reverdecen. Era un momento ansiado desde hace meses, pues, pensábamos que ya estaríamos saliendo de la pandemia, pero volvemos al aislamiento más estricto y planeamos para unas vacaciones en casa, de mesita de agua en el sol, de plantas bellas, de arenero, de jardineria en familia, de picnics en el jardín, las tardes de Dinotren y libros. 

Durante estas últimas semanas hemos regresado al semáforo naranja, que mi amiga Monica llama de sandía por ser verde por fuera y rojo por dentro (un chistecito cada vez más cruel). Y es que hace semanas, cuando habíamos pasado a amarillo, recibimos, por primera vez desde Marzo del año pasado, a unas visitas en casa. Fue una experiencia linda pues hablamos por horas con una amiga estadounidense con la que intercambiamos a carcajadas la experiencia del encierro y las similitudes en el drama de pasar tanto tiempo en casa, con tan poca privacidad, con las labores domésticas y las fricciones típicas que surgen en pareja o en familia. Como vecinos fronterizos, la perspectiva sobre nuestros países en este periodo de pandemia es interesante pues no se han detenido los cambios políticos y sociales que se han emprendido en nuestros respectivos países en los últimos años. Para nosotros en América Latina, la presión del injerencismo gringo parece estar más prevalente que en otros momentos. Mientras, nuestra amiga comentaba sobre los cambios que ha habido hacia el interior de Estados Unidos, donde el uso de armas se ha normalizado en espacios públicos, donde jamás se hubiera pensado que las armas eran una necesidad o donde su presencia cambia totalmente la capacidad de las personas de expresar lo que deben, como lo es un salón de clases, un hospital, un estadio de deportes. Así, el grito de democracia, que se aúlla desde Washington hacia el sur, suena cada vez más a un lamento patético de un país que se tropieza sobre las mismas trampas que puso en el camino para acorralar a otros (sus contradicciones).

Fue inmensamente refrescante volver a tener visitas, pero no nos hacemos ilusiones de que eso pueda continuar por ahora. Las cifras concernientes a COVID19 en México son preocupantes. Todo lo que se había ganado en el último año para llegar al semáforo verde parece que se nos está yendo de las manos. Las autoridades de salud indican que pese a estar en una tercera oleada, al haber más gente vacunada, no hay tantos hospitalizados. Sin embargo, esta vez estamos viendo a los jóvenes y niños contagiarse, enfermar de gravedad y necesitar hospitalización. Si no estábamos convencidos de que esta pandemia era ya una tragedia, estamos a punto de ser testigos de la peor pesadilla que nos puede acontecer: ver enfermar a nuestros más pequeños cuando ellos dependen de nuestro cuidado.

En ese sentido, estoy contenta y aliviada pues en estos días me ha tocado vacunarme. Todo el proceso fue organizado y eficiente. Eran muchas personas y debimos esperar pacientemente nuestro turno, pero es buena noticia saber que la gente está vacunándose; entre más inoculados haya, más oportunidades tendremos de salir de esta pandemia. Mientras esperaba en la clínica, observando a los estudiantes y voluntarios, las enfermeras y los miembros de la Guardia Nacional haciendo su labor, me sentí tremendamente orgullosa y conmovida. Sentía como después del temblor de 2017, cuando la gente salía a ayudar, a hacer su parte sin importar lo que fuera o cuánto trabajo suponía. Así, estas enfermeras y voluntarios ahora llevan sobre los hombros una tarea titánica digna de admirarse.

A mi parecer, para cerrar este capítulo, nos toca ser cautelosos y confiar en que este último año y medio hemos aprendido a valorar la vida y la compañía de una forma radicalmente distinta. Ese motor debe ser suficiente para poner nuestra prudencia y solidaridad en el cuidado de nuestros jóvenes y niños. 

A todos les abrazo

Siempre

Bilha