La educación permanente cobra vida a través de un sistema autopoiético.
Abel Pérez Rojas

Aprender y desaprender son indisolubles.

Aprender es evidente, desaprender no siempre, porque los sistemas educativos formales suelen desarrollar su quehacer en medio de la hegemonía monetarista predominante de acumulación.

Cargando a cuestas grandes cúmulos de información vamos por la vida creyendo que lo sabemos todo, hasta que tenemos encontronazos con la realidad y caemos en cuenta que, sinceramente, solo creemos saber.

Despiertos frente a nuestra ignorancia supina concienciamos nuestra desnudez y, ya ahí, o quedamos anclados tratando perder la memoria de nuestro estado, o nos sumergimos en una ruta de educación permanente.

La educación permanente es una visión filosófica de la vida y de la educación que tiene su origen en el constante cambio.

El cambio constante y permanente es lo que sostiene la evolución de los seres humanos y abre las puertas de la continuidad.

Pienso en todo ello y respiro profundamente mientras sostengo el número 10 de Filigramma, la revista del Círculo de Escritores Sabersinfin.

Ilustrada la portada con El Navegante (UNAM. 2013) una magistral obra escultórica de Miguel Peraza, rematada por un marco parcial amarillo, no dejo de reflexionar sobre el núcleo de la educación permanente: el cambio, el profundo cambio.

Autopoiesis (en griego: auto, ποίησις [auto, poiesis] ‘a sí mismo; creación, producción’) es lo primero que viene a mí  cuando reviso los contenidos de la revista y me queda claro que es un fruto colectivo de educación permanente.

Sí, en particular el más reciente número está diseñado a partir de condiciones que mantienen su existencia a partir de producirse a sí misma.

Mecanismo que es el resultado de nueve ediciones previas y que se ha ido afinando paulatinamente, de tal manera que, a través de él, se ha logrado vencer el punto en el que claudican muchos de los esfuerzos editoriales independientes.

Por otra parte, la escultura de Miguel Peraza, el artista invitado en esta ocasión, es obra de cualidades autopoiéticas, como bien lo aborda Enrique Canchola Martínez en las páginas de esta edición, bajo el título: La escultura autopoiética de Miguel Pereza Menéndez: desde una perspectiva psico-neurológica.

El engrane autopoiético que mueve en esta ocasión Filigramma tiene nodos y articulaciones que usted ya conoce: Leticia Díaz Gama, Olivia Sesma Rascón, Luis Manuel Pimentel, Juan Carlos Martínez “El Monje Hereje”, Lilia Rivera, Macedonio Vidal, Verónica Yamell Mendoza, Salvador Calva, Sarahí Jarquín Ortega, Francisco Javier Estrada, Luz Gabriela Balcázar, Jorge Rodríguez y Morgado y Nicholas Gutiérrez Pulido.

Por si fuera poco, nuestro escritor invitado es Ricardo Pallares, quien es Miembro de la Academia Nacional de Letras de Uruguay desde 1999, autor de múltiples  poemarios y ensayos sobre literatura, crítica y educación.

Regreso al punto de partida para tratar de pasar por ese tamiz el nuevo número de la publicación.

Aprender y desaprender son indisolubles, el segundo frecuentemente pasa inadvertido; creemos saber hasta que caemos en cuenta de nuestra ignorancia y optamos por educación permanente para progresar.

Educación permanente es autopoiesis porque se genera a sí misma a través de espacios formativos de paz.

Quienes hacemos posible Filigramma, ponemos en sus manos el número diez con la satisfacción de que hemos logrado consolidar un mecanismo autopoiético de educación permanente.

Lo ponemos a su consideración. Descargue aquí gratuitamente Filigramma número 10: https://bit.ly/3EDs0kY

Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es escritor y educador permanente. Dirige Sabersinfin