Hace cinco días, la Suprema Corte de Justicia de la Nación sentó un precedente que determinará cambios sustanciales en un México evolutivo que urgía lo que por unanimidad de votos determinaron los magistrados: Despenalizar el aborto en el país.

No pretendo uniformar opiniones en un tema que divide y provoca aún en estos tiempos, enfrentamientos estériles, basados en el extremismo de opositores y de defensores del tema.

Resulta fuera de un raciocinio lógico estar en contra de la vida. Sin embargo, la interrupción de un embarazo es una decisión personal que no debe dar pie a la criminalización de las mujeres que así lo decidan.

No es sencillo mirar desde los ojos de aquellas que han tomado una dura determinación.

Respaldo la decisión de la Corte, porque pienso en muchos escenarios cercanos y lejanos que se platican en voz baja o deciden no contarse.

En esta profesión periodística, se puede tener la oportunidad de encontrarse con mujeres que son o fueron víctimas de su propio destino por el temor a ser estigmatizadas frente a una sociedad que juzga la forma, pero omite mirar el fondo.

¿Por qué tenemos que condenar o criminalizar a cientos de niñas, adolescentes, incluso mujeres que en el seno de sus propias familias son abusadas por padres, hermanos o parientes muy cercanos? ¿Acaso la atrocidad de esas vejaciones tiene que obligarlas a la resignación de aceptar un embarazo?

Cuántas mujeres enfrentan la violencia doméstica no sólo con golpes, sino también con los abusos físicos y sexuales de un marido que las embaraza para reafirmar su control y maltrato.

Cuántas jóvenes y adolescentes son víctimas de violaciones como resultado de un asalto, secuestro y una serie de delitos que llegan esporádicamente.

Qué hay de las mujeres que teniendo una relación sentimental estable se embarazan y deciden que no es el momento para ser madres.

Y están aquellas que en el silencio más ominoso habitan las zonas indígenas del país, donde ser madre es ya una condena al cumplir apenas 12 años.

Quién se atreve a vivir el desasosiego de las que en el silencio, la clandestinidad y la orfandad toman la difícil decisión exponiendo su vida para evitar la cárcel y la estigmatización social.

La decisión de concebir o no, es personal. Nadie tiene derecho a ejercer sobre la voluntad de una mujer, la amenaza para obligarla a resignarse a un destino que no eligió.

¿Cuántas familias de esta “bienhechora” sociedad poblanísima conocen bien el tema desde la óptica de los viajes a Estados Unidos, hasta donde han llevado a sus críos para la interrupción de embarazos?

¿Acaso la estigmatización sólo vale en México y cuando viajan al otro lado, se les olvidan sus tabúes?.

¿Qué hay de las mujeres que están en prisiones purgando condenas por abortar aun cuando ellas fueron violentadas?

¿Quién recuerda a las que han muerto en condiciones extremas por acudir a lugares insalubres y sin garantías médicas?

Lo votado por la Corte es una señal de la madurez de una sociedad obligada a reconocer la diversidad de decisiones y el respeto a la integridad de las mujeres.

En unos días rendirá protesta la nueva legislatura local y mediremos el “tamaño” de las y los diputados, en este tema.

Los congresos locales deberán armonizar códigos y leyes para estar ad hoc con los nuevos cambios.

Urge que el tema sea visto con la madurez de respetar la diversidad de posturas que seguirán fluyendo, pero que de ninguna manera obligan a una sociedad a pensar de la misma manera.

Como sociedad tenemos que aplicarnos en mejorar la educación sexual, el correcto uso de anticonceptivos y conocer lo que representa hoy, un aborto legal.

Que las mujeres reivindiquen sus derechos y asuman con madurez esta libertad sin criminalización para decidir sobre su cuerpo. 

@rubysoriano

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