En la última década Puebla se pintó de azul. De un azul morenovallista, no del azul panista. En un vano intentó por convertir al morenovallismo en una suerte de dictadura que controlara y rigiera los destinos de Puebla durante décadas.

Ahora, marca el inicio de la gestión de Miguel Barbosa el mensaje enviado a través de su cuenta de twitter: “Un gobierno dura, el tiempo para el cual fue electo por el voto popular”. No más.

Marcas, colores, edificios, museos, centro de convenciones, puentes, estadio, techos de viviendas que observan permanentemente al teleférico, parques, tinacos de agua, y todo lo que huela o sugiera a Rafael Moreno Valle habrá de acabarse.

¿Todo?

La deuda pública es enorme, necesita la atención y el diseño de nuevas estrategias para solventarla o resolverla. Podría llega a los 30 mil millones de pesos.

No hay duda, Puebla construyó la mayor deuda pública de que se tenga memoria. Los PPS, APP, créditos fiscales que Puebla podrá concluir en 25 años, también huelen, apestan a morenovallismo.

Casetas de cobro por uso de puente elevado, la compra de los terreno para la instalación de Audi, el Centro Integral de Servicios, el Museo Internacional Barroco, el Teleférico, Agua de Puebla, todo lo señalado y más, significan una Puebla endeudada, que poco podrá crecer si se mantienen los adeudos.

No solo son colores y marcas las herencias que Rafael Moreno Valle ha intentado dejar en Puebla.

La herencia de las deudas también dejan marca: morenovallismo. 

¿Se mantendrán?

A esperar.

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