De libros y más

«La vida cambia rápido.

La vida cambia en un instante.

Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba…».

Joan Didion, El año del pensamiento mágico

Escribe Piedad Bonnett:

«Vivir un duelo: una experiencia hasta ahora para mí desconocida. Se ha escrito y se ha estudiado tanto al respecto que pareciera que todo sentimiento o reacción está ya catalogado. Hay etapas, dicen los que saben, ciclos que el cerebro experimenta. […] Ahora sé que el dolor del alma se siente primero en el cuerpo. Que puede nacer de improviso, en forma de un repentino desaliento, de un aleteo en el estómago, de náusea, de temblor en las rodillas, de una sensación de ahogo en la garganta. O simplemente de lágrimas calientes que acuden sin llamarlas».

¿Existirá alguna clasificación del dolor ante la pérdida de un ser querido?, ¿algunos dolores pueden ser tan fuertes que carezcan de nombre? o ¿serán las muertes, las inclasificables? Son algunas preguntas que surgen después de leer Lo que no tiene nombre.

Creo que las respuestas son enteramente personales, y si acaso existiera alguna clasificación del dolor que produce la pérdida, esta debiera carecer de lógica, ya que el dolor solo pertenece al que lo siente. Sin embargo, hay una situación ocasionada por la muerte, que –al menos en nuestro idioma- carece de denominación: la muerte de un hijo.

El 14 de mayo de 2011, Daniel Segura Bonnett, de 28 años de edad, murió en Nueva York. Daniel, pintor y dibujante; Daniel, graduado de la Universidad de los Andes; Daniel, profesor; Daniel, estudiante de Maestría en la Universidad de Columbia; Daniel, hijo de Piedad y Rafael; Daniel, hermano menor de Renata y Camila; Daniel, enfermo de esquizofrenia. Daniel, saltó del edificio en que habitaba y puso fin a su vida. Daniel.

«Tu hijo ha muerto y debes empacar una maleta para viajar hasta donde te espera su cadáver. Y lo haces. Alguien te ayuda, dice un pantalón negro, dice es mejor meter los zapatos en una bolsa. Tres horas hace, tres horas de un tiempo que ya ha empezado a correr hacia su disolución, y tú no te has desmayado, no has caído al suelo de rodillas ni te tambaleas a la orilla del vértigo o la locura».

En su obra, Lo que no tiene nombre, Piedad Bonnett, se enfrenta y nos enfrenta a la muerte. El suicidio y la enfermedad mental, son situaciones que suelen sobrellevarse en silencio, pero la escritora colombiana, a través de esta magnífica obra, los comparte y enfrenta, transformando su dolor en una obra de arte.

El escritor Paul Auster, en Diario de invierno, escribió:

«Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro».

Y así, igual que le puede suceder a cualquiera, fueron cuatro, las palabras que abrieron un abismo en la vida de la escritora: -Mamá, Daniel se mató-. Ese fue el mensaje que recibió a través de la línea telefónica en su casa de Bogotá, en el mismo sitio en donde unas horas antes le habían anunciado que era la ganadora del Premio de Poesía Americana. Una frase demoledora, pero que solo constituía la permanencia de un dolor que había empezado casi una década atrás, cuando a Daniel, el menor de sus tres hijos, le habían diagnosticado un trastorno esquizoafectivo; una enfermedad mental, que involucró a toda la familia en un remolino de altibajos, esperanzas y frustraciones; errores y aciertos médicos, y en una desesperada búsqueda por conseguir una vida lo más normal posible.

«Daniel se mató, repito una y otra vez en mi cabeza, y aunque sé que mi lengua jamás podrá dar testimonio de lo que está más allá del lenguaje, hoy vuelvo tercamente a lidiar con las palabras para tratar de bucear en el fondo de su muerte, de sacudir el agua empozada, buscando, no la verdad, que no existe, sino que los rostros que tuvo en vida aparezcan en los reflejos vacilantes de la oscura superficie».

Cada quién enfrenta la pérdida a su manera, Piedad, la racionaliza y sin adornos la plasma en cada página. En su libro, a manera de catarsis, recorre la vida de su hijo y comparte sus vivencias y reflexiones durante los extravíos que produce la enfermedad en Daniel, sus padres y hermanas.

«El mundo se ha reído siempre de los locos. De Don Quijote, aunque con un fondo de ternura. De Hamlet, no sin cierta admiración. ¿Cómo podría yo, ahora, reírme de la locura?»

Las afecciones y muerte de Daniel, tienen un origen incierto, involucran desde la genética hasta un medicamento para controlar el acné, pero sus efectos en el entorno familiar, fueron devastadores; sin embargo, la tenacidad que siempre demostró para encarar su padecimiento y el impulso familiar, fueron determinantes para que tuviera una vida funcional; pero después del suicidio -ante el intenso dolor- surgen demasiadas preguntas sin respuesta, algunos dejos de culpa, cierta resignación mezclada con entendimiento, que, a fin de cuentas, dan la pauta para seguir adelante.

 

«Sé también que podemos permanecer serenos ante la fotografía del ser que hemos perdido y unos minutos más tarde echarnos a llorar con el sabor de un plato que nos lo recuerda, o simplemente con el zumbido de una sierra en mitad de una tarde silenciosa. Que tememos olvidar la voz, el olor, quién sabe si el rostro».

Lo que no tiene nombre, es un libro extraordinario, breve y preciso, que nos enfrenta con nosotros mismos, nos hace ver nuestros temores cara a cara; pero si algo queda claro, es que se trata de una historia de entrega y fortaleza, pero, sobre todo, de amor; de uno tan grande, que hace posible que una madre se atreva a nombrar todo aquello que evitamos mencionar.

«Yo lo amaba, lo cuidaba, de esa manera elemental y sin embargo entrañable en que las madres amamos y cuidamos a nuestros hijos: Dani, no bajes las escaleras en medias. Te encargué el libro por Amazon. Mejor no lleves el carro. Te traje vitaminas. Ponte bufanda, no sea que te resfríes. ¿Quieres un sánduche? No dejes de comer verduras. Si quieres yo te ayudo a revisar el trabajo. ¿Te hago un masaje?»

Adriana Hernández Morales

Título: Lo que no tiene nombre

Autora: Piedad Bonnett

Editorial: Alfaguara

(También disponible en audiolibro y formato electrónico).

Mi correo: adrianahernandez1924@gmail.com


Adriana Hernández, es miembro del Club Nacional de Lectura Las Aureolas, club fundado por Alejandro Aura en 1995. Es además una mujer comprometida con las causas sociales, abogada de profesión y lectora por vocación.