El cielo no es el mismo, ni nuestros ojos que lo ven.
Abel Pérez Rojas.

Erróneamente pensamos que el cielo es el mismo en donde quiera que nos encontremos.

Recuerdo a mi madre hablarme de niño de los “tres reyes magos” representados en los cielos a través del “soplador” graficado por la agrupación de luminarias de tres por cinco.

Pasa por mi mente el cielo limpio de contaminación luminaria de mi querido Tehuacán.

Tengo muy presente esos recuerdos de unas luces muy lejanas que iban de un lado a otro, mientras los adultos me hablaban de los satélites y los viajes a la luna.

Si de muy infante tenía varias dudas de que se tratase de la obra humana, después las tuve más crecientes con el estreno de La Guerra de las Galaxias y los primeros capítulos de 60 Minutos en los que un hombre raro de apellido también extraño empezó a hablar de los ovnis.

El cielo nocturno no es el mismo. Al menos no es el mismo entre el que veo en Pucón y Temuco, Chile, y el de mis recuerdos de infancia o el invisible cielo contaminado de mi queridísima Puebla, México.

El cielo no es el mismo, o al menos no luce como el que recuerdo en mi terruño, pero la tierra sí huele más o menos igual cuando está mojada de lágrimas.

Repaso una y otra vez mis recuerdos con lo que veo, pero me distrae las prisas de mi cada vez más entrañable amigo Carlos Gray, artista multidisciplinario chileno, quien recibe llamadas una tras otra.

Su teléfono móvil timbra una y otra vez, porque algunos colegas quieren saber los pormenores de mi visita por la parte sur de Chile y la gravedad de la brillante poeta y gestora cultural Norka Sepúlveda.

Norka está muy grave, de un momento a otro trascenderá a otro plano.

Carlos y otros amigos más siguen minuto a minuto la salud de Norka.

Norka Sepúlveda Sepúlveda tiene noventa y tantos años, nació en septiembre de 1930, y hasta hace poco era un pulmón cultural de la Araucanía.

Norka, La Norka, como la conocen muy a su estilo chileno, inició a los doce años su andar poético.

La Norka se formó los primeros años en el internado de Angol, en el sur chileno, lugar en el que forjó poco a poco la inspiración que años más tarde difundiera por el turístico Pucón.

Norka, su Norka, La Norka de todos, da su última batalla en el sanatorio de la comunidad mientras Carlos, Armando y Julia me hablan de los libros escritos por quien impulsó fuertemente la cultura de la región: Egolatría, Estación del amor, Reencuentro con la lluvia, De amor y de nostalgia y su reciente Recuerdos Puerto de San Antonio.

Norka ya no responde, de un momento a otro se espera el desenlace que la lleve a la transcendencia inevitable por la cual transitaremos.

A la vuelta de la esquina está el desenlace que todos sabemos llegará.

Carlos Gray no deja de estar al pendiente del estado de su queridísima amiga mientras me lleva a una escuela mapuche y los chiquitines hacen fila para recibir el autógrafo de Súper Sabersinfin.

La tarde cae, luego la noche, pero el cielo no es el mismo.

Les juro que el cielo no es el mismo, aunque las estrellas también parece que están al azar como en la parte norte del continente.

Me centro en mis encuentros poéticos, pero no dejo de pensar que nada cambia en nuestro viaje a la legendaria Ítaca, a pesar de lo mucho que demos por el desarrollo de las letras y las artes.

Nada cambiará de la fatídica sentencia: Polvo somos y en polvo nos convertiremos.

Ineludible no pensar en mi poema Unificación (APR. 2006), inspirado en el caso de mi hermana mayor, hoy fallecida, quien pasó años y años postrada en el lecho del dolor:

A ti ego aprisionado, / por las ataduras de tu cuerpo lastimado, / las flagelaciones de tu materia / no aquejan al espíritu, / por el dolor allanas tu senda, / para que el ego tome cabal consciencia de su ser. / El mundo ve tu “desgracia” / como presagio de un temprano fin, / tu muerte es calificada como redentora, / en tus momentos de flaqueza / también lo has visto así, / pero una voz ultra interna te dice: / ¡Marcha!, ¡Continúa, tu entrenamiento no ha terminado! / Tu Yo será otra vez yo, / nuevamente tú y yo somos hermanos, / somos uno; desde aquel instante en que Él lo decretó. / Los sentidos dispersan la atención, / pero tu padecimiento ha convertido tu Yo en seguro refugio, / único reducto, / solitaria isla en medio del mar embravecido, / y a su vez todo un mundo por explorar, / recorrer las albas y los atardeceres de tu Yo, / el niño, adulto y experto fundidos en tu Yo… / todo está allí. / Tu Yo será otra vez yo, / nuevamente tú y yo somos hermanos, / somos uno, tú y yo padecemos, / ¡Tú y yo venceremos!

Sí, unificación en esos momentos en los que nadie puede dar la cara por nosotros, en aquella situación impostergable, irrenunciable, imprescriptible.

Fundición con uno mismo para dar el paso que sea necesario dar y trascender.

Leo de Norka:

Ayer le pedí a los vientos / que se llevaran mis miedos / porque no le doy a nadie / sentir lo que estoy sintiendo / Miedo de pensar / descubrirá que le quiero / Miedo de que llegue el día / en que acaricie mi pelo / con la ternura infinita / que por él estoy sintiendo / Miedo de que le responda y / que me pida un beso / Miedo de poder hacerlo / y que estalle el deseo / Miedo de sentir sus manos / volviendo a crear mi cuerpo / descubriendo sus montañas / hondonadas y senderos / Miedo de sentir que tiemblo / Miedo (NSS. Miedos. 2005)

Le respondo a Norka con mi poema Rota:

Vida instintiva de sobresalto, / triturador eterno que todo envuelve, / negrura preámbulo de rayos y truenos, / hordas salvajes cabalgan a pelo. / Sorpresa emergente que tocas la puerta, / trayendo contigo el candor incitante / mirada que muda registras despierta / rayos de vida y prosperidad. / Movimiento perpetuo de la humanidad / arriba y abajo, abajo y arriba / poderes mentales que a la bestia dominan / turbas temibles al fin cambiarán. (Rota. APR. 2011)

Dialogo para mí en mis adentros, esperando que Norka lo pueda hacer y siga la luz… la Gran Luz.

El cielo chileno parece al mismo de mi México de niño, pero no lo es; mientras otra alma más busca su inevitable viaje transformador y quienes nos quedamos buscamos sobreponernos a la ruindad de la flaqueza humana.

Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) es escritor y educador permanente. Dirige Sabersinfin.com