“En cautiverio, la carga liberadora de la poesía se potencia”.

La poesía está sirviendo como recurso didáctico, de expresión, reflexión, desarrollo, como terapia y esperanza dentro del trabajo que se realiza con mujeres y hombres en prisiones alrededor del mundo.

Pese a que cada vez más, la poesía logra penetrar poco a poco en el mundo detrás de las rejas, éste proceso formativo permanece semi oculto, aún para los propios poetas.

Quizá se deba esta invisibilidad a que aún seguimos pensando en la poesía como un arte que no arroja ningún valor social, y que, se trata de una expresión del alma que emerge de la comodidad de las personas.

Testimonios individuales y colectivos, iniciativas particulares y gubernamentales, demuestran que cada vez hay más personas convencidas en que la poesía puede hacer mucho por las Personas Privadas de su Libertad (PPL) –ésa es la denominación formal en México–, ese convencimiento les arroja a poner esa confianza en acción.

En México, una iniciativa oficial nacional busca involucrar a la mayor cantidad posible de personas internas en torno a la poesía, se trata del Concurso Nacional de Poesía Salvador Díaz Mirón,  el cual es convocado por la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, a través del Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social, en coordinación con el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).

Aunque, al menos en Internet, no hay el dato de cuántas personas participan en esta convocatoria, de acuerdo con la página oficial del INBAL, hay dos categorías: español y lenguas indígenas, con una premiación en efectivo para cada categoría.

La semana pasada se publicó que pese a la pandemia del Covid-19, este año logró desarrollarse la vigésima quinta edición del concurso, con la destacada participación de internas del Centro de Readaptación Social (CERESO) Cajeme (Expreso.com.mx. 2019).

Si bien la iniciativa anterior es de alcance nacional y cuenta con el soporte oficial, colectivos y esfuerzos personales van desarrollando en el día con día un tejido fino poético en las cárceles del país.

Por ejemplo, Libertad en Voz Alta, colectivo independiente, desde el 2015 se dedica a llevar poesía a diferentes CERESOS del Estado de México y al área metropolitana de la Ciudad de México.

El reportaje Poesía y rap los sacan de las drogas (ElUniversal.com.mx. 2018),  cita múltiples testimonios de reclusos y exreclusos, en el sentido de cómo la poesía les cambió la vida, de cómo a través de las letras mujeres y hombres decidieron externar su furia hacia la vida y hacia algunas personas, y de cómo esto les ayudó a “sanarse” emocionalmente, gracias a la labor de los poetas que integran Libertad en Voz Alta.

Si la poesía en sí tiene una profunda carga liberadora, todo indica que en cautiverio dicha carga se potencia y genera procesos sistémicos que transforman a las personas.

A propósito de ello, Enrique Canchola Martínez, catedrático de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, especialista en los vínculos entre el cerebro y las hormonas, dice al respecto de lo anterior, cuando lo consulto previo a la redacción de este artículo:

“La poesía desde su nombre mismo implica un proceso cerebral de creatividad, de reflexión y  de sensibilidad que permite establecer vínculos afectivos entre los individuos, por esta razón la poesía puede constituir un recurso de programas formativos orientados a desarrollar las aptitudes y actitudes de los individuos. También se sabe que la poesía enriquece los conocimientos, mejora capacidades teóricas o profesionales y compensa carencias. Por otra parte, la poesía a través de su estructura fonética tiene la capacidad de generar emociones y de construir sentimientos y pensamientos que modifican la conducta humana, por todo ello, es importante considerar a la poesía como un recurso de rehabilitación e inserción social de individuos que han perdido su libertad y están presos”.

Desde otro ángulo al de Canchola Martínez, pero en ese mismo sentido, y en el punto en el cual confluyen los testimonios de las personas recluidas participantes en espacios poéticos; Rocío Calvo Fernández dice en un muy interesante artículo de su autoría titulado Poesía tras las rejas (eltopo.org. 2015), lo siguiente:

“A pesar de este olvido, los versos escritos en reclusión manan como una forma de rebelarse contra la ausencia de la memoria, contra la incomunicación —esta es la razón por la que muchos textos tienen un aire onírico: He soñado que puedo soñar—. Como consecuencia, lxs presxs buscan en la poesía una reconstrucción del ser y el conocimiento interior en el estado de soledad constante. Al mismo tiempo, persiguen separarse de la hostilidad, la violencia y la vejación de la autoridad que pesa sobre ellxs y ser libres a través de la palabra: Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero. / Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma”.

Lo mismo en un reclusorio femenil argentino o en la estructura 1 de la cárcel La Picota de Bogotá, o en una cárcel de alta seguridad de Uganda, o en la soledad de una prisión china; por igual, la poesía es recurso y vía de libertad tras las rejas.

Me queda claro que la poesía cada vez más demuestra su pertinencia para ser empleada como recurso didáctico, de expresión, reflexión, desarrollo y como terapia dentro del trabajo que se realiza con mujeres y hombres en prisiones alrededor del mundo.

Testimonios, antologías, recitales, slams,  presentaciones, poemas y más poemas dan cuenta de ello.

Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es escritor y educador permanente. Dirige Sabersinfin