México está dividido en dos: Quienes son ricos y los pobres. Los que disfrutan y ejercen el poder y los que son sometidos. Los que tienen la razón y los que no. Los buenos y los malos.

Los fifís y los chairos.

No hay puntos intermedios. Solo el blanco y el negro. No hay matices de gris.

México es, como el desarrollo y estatus actual del capitalismo a nivel mundial, con sus intrincados códigos políticos, económicos e ideológicos, un espacio ocupado por personas, habitantes, seres humanos con una enfermedad común producto del endeble y moribundo sistema.

Que busca, a través de la violencia, aliviarse de todos sus males.

No es posible encontrar puntos de encuentro, de conciliación o de convivencia. Todo se resuelve a madrazos. Cueste lo que cueste.

Así es el sistema moribundo y rebasado. Y a eso obliga. A la muerte del contrario y a erigirse como el mejor a partir de la fuerza y la violencia.

Violencia política, fortaleza económica, madriza física.

Eso nos enseña y nos exige el sistema caduco y moribundo.

El sistema que prioriza y alienta la competencia, la violencia, el machismo, el abuso, los encapuchados, la traición, la venganza, la corrupción…

El fútbol es un ejemplo. Lucha, confrontación en la cancha: patadas, codazos, muecas, violencia. Que se expresa también en las gradas con las porras correspondientes, las cuales ahora para darle sentido contemporáneo decadente son llamadas, como en Argentina, “barras”.

¿De quién fue la “culpa” de lo sucedido en Querétaro?

¿Del Atlas? ¿Del Querétaro? ¿De la policía femenina? ¿De la falta de apoyo del municipio o del gobierno estatal? ¿De la Federación Mexicana de Fútbol?

De un sistema caduco.

De una sociedad enferma.

Es cuanto.

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Luis Enrique Sanchez Fernández es periodista; ha escrito para impresos en papel, radio, televisión y portales digitales. Es universitario, historiador y cronista.