El informe del Presidente Andrés Manuel López Obrador abre varios frentes de análisis. El primero de ellos es que afortunadamente estamos en un país donde podemos coincidir o disentir de la visión gubernamental.

El mandatario llega a noveno mes de gobierno con ese nivel de aprobación casi de 70 por ciento con muchas incógnitas, pero con un respaldo que para la crítica puntillosa también vale la pena preguntarnos de dónde salen los números, quiénes hacen las encuestas y a quiénes encuestan, sobre todo por la falta de credibilidad de la que hoy gozan varios de estos estudios demoscópicos.

Escuché a un Presidente afable sí, conectado con esa audiencia de Palacio Nacional que poco cambió con esta 4 Transformación, pues ahí estaban casi los de siempre, los que ostentan poderío e influencia. Líderes obreros, empresarios, diputados, senadores, gobernadores, burocracia dorada y muy poco pueblo.

El Andrés Manuel que gobierna México mantiene ese empecinado estilo de lanzar frases y aseveraciones que dejan más cosas en el aire.

El Presidente habló de esa trasformación que es cierta, es paulatina, sin embargo, las arengas ya no nos alcanzan a quienes votamos por él. Tampoco podemos vivir y planear nuestro futuro terapeándose diariamente con el mantra de la felicidad.

México no está para un adoctrinamiento donde se gobierne “capitalizando la esperanza” como una bandera que acompañe a un gobierno sexenal.

Aplaudo algunos programas que el Gobierno de México está impulsando sobre todo en política de bienestar social. No así, lo que hoy observo en el colapsado sector salud, ni mucho menos en el estancamiento real que hoy viven los empresarios de la construcción y de muchos otros sectores que todos los días sienten una parálisis real.

Tampoco creo que evadir sea una respuesta a tantas preguntas que nos siguen surgiendo a los mexicanos.

Es valiosa la propuesta del Presidente para quitar el fuero a su propia investidura, no así para avalar las consultas públicas que si se hacen con el arcaico esquema de voto a mano alzada, resultan francamente una farsa para imponer decisiones abyectas.

Escuché minimizar un crecimiento económico a cambio de una repartición equitativa de la riqueza. ¿Pero cómo repartir igualitariamente lo que no se impulsa para que sea mejor la rebanada de pastel para cada ciudadano?

Escuché a un AMLO sin amor, quizá porque la euforia se fue y entonces lo empezamos a ver con la realidad que nos toca enfrentar todos los días, sin esa “alegría o tanta felicidad” como la que el Presidente intenta colocarnos en el software mental.

Cuando el Presidente dice que con esta Cuarta Transformación terminará la corrupción, me pregunto si se ha dado a la tarea de mirar lo que están haciendo algunos gobiernos, diputados y senadores de su propio partido. Y si nos vamos más abajo, pues qué decir, hay muchos que ahora amparados en la 4T están haciendo nuevos y jugosos negocios.

La mención a Carlos Slim una señal por demás de lo efímero que pueden ser los discursos y la fragilidad para desviar la atención. Concluyo que de enemigo se pasa a aliado cuando hay negocios con buenos acuerdos.

Del Presidente hubiera esperado una mención madura hacia sus opositores, sin esas frases tan arcaicas de la demagogia del pasado reciente.

Una gran ausencia es la de un real Programa Nacional de Seguridad. Lo que hasta ahora hemos visto con la llamada Guardia da pauta para señalar que el gobierno sigue caminando en un gran círculo sin tomar las riendas en el combate a la violencia e inseguridad.

Las mujeres también hubiésemos deseado escuchar menos politiquería y más sensibilidad si el mandatario hubiese reconocido el grave problema que enfrenta México con feminicidios, migrantes y desaparecidos.

Total, un tercer informe donde la “esperanza” sigue siendo la mejor rentabilidad que hasta ahora le ha funcionado a un Andrés Manuel que sabe lo lastimado que se encuentra un país al que durante décadas se le ha mentido como una forma natural de ejercer el gobierno.

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