En 1839, Ángel Calderón de la Barca fue nombrado ministro plenipotenciario de España en México, en virtud del Tratado de Paz y Amistad concertado por ambos países, en donde se reconoció la independencia mexicana; ese mismo año se embarcó con su esposa Frances Erskine Inglis en el Norma, rumbo a México para tomar posesión de su cargo. Desde el inicio del trayecto hasta el último día de su estancia en nuestro país, Madame Calderón de la Barca escribió una serie de cartas para relatar a su familia su diario acontecer. Una selección de esas misivas, fueron publicadas en 1843 con el nombre de “La vida en México durante una residencia de dos años en ese país” y constituyen uno de los documentos históricos más valiosos con los que contamos para conocer los usos y costumbres del país, vistos desde la perspectiva de una mujer culta y refinada, cuyo origen extranjero, hace que a cada momento se sorprenda con la vida nacional y logre relatarla de un modo magnífico.

Escribe Madame Calderón de la Barca:

«Hay en México diversidad de gritos callejeros que empiezan al amanecer y continúan hasta la noche, proferidos por centenares de voces discordantes, imposibles de entender al principio […] Al amanecer os despierta el penetrante y monótono grito del carbonero:

“¡Carbón señor!” El cual, según la manera como le pronuncia, suena como “Carbosiú”

Más tarde empieza su pregón el mantequillero:

“¡Mantequía! ¡Mantequía de a real y di a medio!”

“¡Cecina buena, cecina buena!”; interrumpe el carnicero con voz ronca.

“¿Hay sebo-o-o-o-o?” Esta es la prolongada y melancólica nota de la mujer que compra las sobras de la cocina, y que se para delante de la puerta. […] En seguida llega el dulcero, el vendedor de fruta cubierta, el que vende merengues, que son muy buenos, y toda especie de caramelos. […] A eso del atardecer se escucha el grito de:

“¡Tortillas de cuajada!”, o bien:

“¿Quién quiere nueces?, a los cuales sigue el nocturno pregón de:

“¡Castaña asada, caliente!”, y el canto cariñoso de las vendedoras de patos:

“¡Patos, mi alma, patos calientes!”

“¡Tamales de maíz!”, etc., etc. Y a medida que pasa la noche se van apagando las voces, para volver a empezar de nuevo, a la mañana siguiente, con igual entusiasmo.»

A casi dos siglos de haber sido escritas, las cartas de Madame Calderón de la Barca nos demuestran lo poco que han cambiado nuestras costumbres; en esta época en la que nos hemos visto obligados a permanecer en nuestras casas más tiempo del acostumbrado, podemos constatar que los pregoneros siguen formando parte de nuestra cotidianeidad, ya que no existe conversación, reunión de trabajo, o tarde alguna, que no haya sido adornada por el silbido del carro de los camotes o por el grito de: “tamales oaxaqueños…”

Palabras más o palabras menos, ¿quién no ha tenido una conversación así?:

«Los modales de las señoras de aquí son amables en extremo; pero la etiqueta española y los cumplidos resultan un fastidio, más allá de toda ponderación. Luego de haber abrazado a cada señora que entra, conforme a la costumbre, la cual, después de todo, es una demostración cariñosa, para decirlo de una vez, y que se ha sentado la señora más principal a la derecha del sofá, punto de la mayor importancia, es de rigeur el siguiente diálogo:

“¿Cómo está usted? ¿Está usted bien?”

“Para servirla. ¿Y usted?”

“Sin novedad, para servirla”

“¡Cuánto me alegro! ¿Y cómo está usted señora?”

“A su disposición. ¿Y usted?”

“Mil gracias. ¿Y el señor?”

“Para servirla, sin novedad” Etc., etcétera.

Además, antes de tomar un asiento se dice:

“Sírvase usted sentarse.”

“Usted primero, señorita.

“No, señora, usted primero, por favor.”

Vaya, bueno, para obedecerle a usted, sin ceremonias; soy enemiga de cumplimientos y de etiquetas.” […]

Terminada la visita, las señoras vuelven a abrazarse, acompañando a la señora de la casa hasta el descanso superior de la escalera, en donde se repiten los dares y tomares de los cumplimientos.

Señora, ya sabe usted, que mi casa es la de usted.

“Mil gracias, señora, la mía es de usted, y aunque inútil, reconózcame por su servidora y mándeme en todo lo que se le ofrezca.”

“Adiós, deseo que pase usted una buena noche”, etc., etc.

En el primer descanso de la escalera, las visitantes se vuelven para mirar a la señora de la casa y se reproducen los adioses.»

La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, es una obra extraordinaria, que nos lleva a conocer las costumbres sociales, musicales, religiosas e incluso gastronómicas de una joven república mexicana, en la que surge una nueva sociedad, resultado del virreinato y de la lucha de independencia, cuyos usos prevalecen hasta nuestros días. Es un libro delicioso que nos invita a reconocernos en cada una de sus páginas; siempre, tomando en consideración que nos estamos asomando a la correspondencia privada de la genial Fanny Calderón de la Barca, y que por lo tanto, se trata de sus propias opiniones respecto de una sociedad que le era totalmente ajena y a la que llegó a apreciar y a conocer tan bien, que sus relatos siguen reflejando la esencia de nuestras tradiciones.

Adriana Hernández Morales

Título: La vida en México durante una residencia de dos años en ese país
Autora: Madame Calderón de la Barca
Editorial: Porrúa. Colección Sepan Cuantos
Año de publicación: 1959. Primera edición en colección “Sepan Cuantos”: 1967.

Mi correo: adrianahernandez1924@gmail.com


Adriana Hernández, es miembro del Club Nacional de Lectura Las Aureolas, club fundado por Alejandro Aura en 1995. Es además una mujer comprometida con las causas sociales, abogada de profesión y lectora por vocación.