Sábado, mayo 17, 2025

16 mayo, 2025

Luis Enrique Sánchez Díaz

La calma después del paro en la BUAP, el mercado sigue gobernando

Puebla no olvida fácil. Bajo su cielo saturado de historia, las universidades no solo enseñan: también respiran, protestan, callan y, a veces, revelan lo que de verdad somos como sociedad. La Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), nuestra más insigne institución pública, volvió a hablar fuerte hace unas semanas. El paro estudiantil de marzo de 2025 no fue apenas una revuelta por mejores baños o más iluminación; fue un reflejo crudo de lo que muchos prefieren no mirar: la colonización neoliberal de la vida universitaria. Hoy, con las aulas reabiertas, las mesas desmanteladas y el calendario retomando su curso, una nueva pregunta atraviesa los pasillos: ¿qué quedó realmente del paro?

La respuesta es tan incómoda como reveladora: el modelo sigue intacto. La lógica de mercado que convierte el conocimiento en mercancía, la universidad en empresa y al estudiante en cliente, no fue desmontada. Fue, cuando mucho, rodeada por unas pancartas, discutida en asambleas y administrada por comunicados oficiales. Y sin embargo, algo se movió. La crisis dejó una grieta, una herida abierta por donde aún puede filtrarse lo colectivo, lo político, lo profundamente humano que alguna vez dio sentido a la universidad pública.

El neoliberalismo universitario no se combate solo desde los manuales. Hay que entenderlo como lo que es: una forma de vida impuesta desde arriba, pero aceptada desde abajo, con grados variables de resignación o complicidad. Nos acostumbramos a medir la excelencia con rankings de impacto, a celebrar la eficiencia administrativa como si fuera virtud académica, y a hablar de “formación integral” mientras desmontamos las humanidades. En ese esquema, el paro fue una interrupción no solo del calendario, sino del simulacro cotidiano. Una grieta.

Pero los sistemas, como los virus, saben adaptarse. Tras semanas de presión, la rectoría ofreció lo necesario para apagar el fuego sin cambiar el motor: 160 millones de pesos en promesas, mesas de diálogo administradas, reconocimiento simbólico a los estudiantes. Fue una jugada hábil. La universidad volvió a operar. Los noticieros dejaron de cubrir el tema. Y la comunidad entera volvió —en apariencia— a la normalidad.

¿Normalidad para quién?

Mientras la BUAP se enfoca ahora en su proceso de admisión 2025 y las campañas de consejeros universitarios avanzan en silencio hacia el 26 de mayo, es imperativo recordar que la verdadera batalla por la universidad no se juega solo en los pliegos petitorios ni en los comunicados institucionales. Se juega —cada vez con más urgencia— en el terreno simbólico y político de la representación, la cultura y el sentido mismo de lo público. Las elecciones de consejeros no son un apéndice decorativo del conflicto pasado: son la continuidad de la lucha por el alma de la universidad.

¿Quién ocupará esos espacios? ¿Con qué proyecto, con qué narrativa, con qué visión de universidad? Lo que está en juego no es solo la asignación de asientos en el Consejo Universitario. Lo que se disputa es si esos espacios serán trinchera o decorado. Si las y los consejeros responderán a las bases que los eligen o a las cúpulas que los cooptan. Si se atreverán a representar el descontento o a administrar su silencio.

La resistencia, esa palabra que a veces suena romántica, debe asumir su forma más concreta: la disputa institucional. El paro nos recordó que hay estudiantes capaces de organizarse, de articular demandas complejas, de sostener el conflicto y de ponerle rostro a la dignidad. Ahora toca ver si esos mismos actores, o quienes se inspiraron en ellos, están dispuestos a dar la batalla desde adentro. Porque lo que no se disputa, se concede.

No basta con sobrevivir al neoliberalismo. Hay que repolitizar la universidad, construir comunidad donde hoy hay competencia, crear saber donde hay indicadores, y levantar pensamiento crítico donde hoy solo hay protocolos y formatos. Eso no lo hará un rector, ni una rectora, ni un reglamento. Lo hará una comunidad que entienda que cada elección, cada decisión, cada silencio, es una pieza más en el tablero de la historia.

La BUAP, como Puebla, está en una encrucijada. O se reinventa como un espacio de pensamiento libre, crítica colectiva y autonomía real… o seguirá administrando sus crisis con el manual del buen burócrata neoliberal.

No hay tiempo para más maquillaje institucional. No hay tiempo para gestos vacíos ni para liderazgos que confunden gobernar con apagar incendios.
Lo que hay es una oportunidad. Y quien la entienda, será quien escriba el próximo capítulo.

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Luis Enrique Sánchez Díaz

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