Miercoles, mayo 28, 2025

26 mayo, 2025

Luis Enrique Sánchez Díaz

El gobernador que pinta árboles de blanco… y evade las leyes que firma

El gobernador Alejandro Armenta Mier, hombre de discursos grandilocuentes y de abrazos al medio ambiente, fue confrontado esta semana por un reportero incómodo que osó hacer lo impensable: recordarle que la Ley de Arbolado y Áreas Verdes Urbanas del Estado de Puebla, publicada durante su propia administración, prohíbe explícitamente pintar o encalar los árboles en la vía pública. El lugar de los hechos: la Calzada Zaragoza, donde los troncos lucen una capa blanca tan inútil como simbólica, recordando el viejo vicio de gobernar para la foto, aunque la ley diga lo contrario.

El video de la interacción es elocuente. El reportero pregunta: “¿Por qué pintaron los árboles si la ley lo prohíbe?”. El gobernador, maestro del escapismo verbal, responde con un juego de espejos: “¿Tienes tú los argumentos científicos para decir que el caleo daña a los árboles?”. Una joya retórica: quien firmó la ley se deslinda de su propia responsabilidad y la traslada al periodista. Como si el deber de conocer, aplicar y respetar las leyes emanadas del Ejecutivo fuera opcional, o peor, una carga que los ciudadanos deben sostener cuando al poder se le olvida.

Pero la evasión del gobernador no se detuvo ahí. En su respuesta, “¿Dónde está comprobado científicamente que encalar los árboles los daña?”, se revela una estrategia clásica de prestidigitador político: desplazar la carga de la prueba. El gobernador, en lugar de responder por qué su gobierno permite una acción prohibida, exige al reportero que demuestre científicamente el daño. Esto no es un debate técnico: es una cortina de humo para evadir la rendición de cuentas.

Este tipo de preguntas esconde una falacia: el poder no debe esperar evidencia perfecta para actuar, sino aplicar el principio precautorio. Los estudios existen: Erler (2010) demuestra que el encalado puede alterar el pH de la corteza y afectar la respiración del árbol; UC ANR (s.f.) señala que puede ser más perjudicial que beneficioso. Pero incluso sin esos datos, la evidencia más contundente es la propia ley, promulgada bajo la administración de Céspedes, que prohíbe explícitamente el encalado. No hay más vueltas.

La reacción inicial del gobernador, preguntando “¿De qué medio eres?”, tampoco es ingenua. Es una táctica de gatekeeping informativo: deslegitimar al interlocutor dependiendo de su afiliación, como si el derecho a preguntar dependiera del medio. Es una forma sutil de intimidación, de marcar la línea entre los “medios amigos” y los incómodos, y de enviar un mensaje: “Sé quién eres, sé de dónde vienes, y eso determina si te respondo o no”. El mensaje es claro: la crítica es permitida solo si viene de un medio dócil.

En suma, lo que presenciamos es un microcosmos de la política ambiental en Puebla: leyes que se promulgan para la foto, pero se violan al primer pretexto; críticas que se descalifican según la fuente; preguntas que se evaden con sofismas; y gestos de bendición como cierre teatral para encubrir la irresponsabilidad.

Lo grave no es que los árboles estén pintados de blanco: es que el poder político también lo esté, cubriendo con cal sus propias contradicciones. La naturaleza no entiende de discursos, de selfies ni de frases piadosas: entiende de cuidados concretos y de políticas serias. Cuando un gobierno no puede (o no quiere) garantizar ni siquiera el respeto a una ley de arbolado, ¿qué podemos esperar en temas mayores como el agua, el aire o el suelo?

El encalado de árboles en la Calzada Zaragoza es más que un acto inofensivo: es una metáfora brutal de cómo el poder pinta las leyes a su conveniencia, y cuando es confrontado, exige al ciudadano que le pruebe lo que ya está escrito en el papel.

La política no es un púlpito, y los gobernadores no son santos: son servidores públicos elegidos para cumplir y hacer cumplir la ley. Lo demás es retórica de feria.


Luis Enrique Sánchez Díaz es profesor-investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), especialista en análisis político, opinión pública y metodología de la investigación. Con más de 20 años de experiencia en educación superior, es conocido por su estilo crítico, mordaz e irónico, inspirado en pensadores como Noam Chomsky, Carlos Monsiváis y la Escuela de Frankfurt.

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