22 enero, 2023
Abel Pérez Rojas
El estado poético permanente es contagioso.
Abel Pérez Rojas
No me cabe la menor duda de que el estado poético permanente es contagioso, y la explicación de esa vinculación es la influencia del “poeta en estado permanente” hacia quienes le rodean, fenómeno que puede entenderse con claridad a través del efecto Pigmalión.
A continuación comparto algunas reflexiones y observaciones.
Hay días en los que mi estado poético permanente está a tope.
Voy al supermercado y en lugar de frutas y verduras, carnes frías o electrodomésticos veo escuadrones de alfiles y torres esgrimiendo intercambios de palabras cadenciosas.
Hago mi recorrido habitual en bicicleta, me detengo en los múltiples semáforos y en lugar del rojo que me marca la pausa obligatoria, veo labios carmesí invitándome al enjuague salival nuestro de cada día.
La larga fila del cajero automático me inspira el sentir de devotos acérrimos a la defensa del yo, sobre la apabullante presencia del ustedes y su “qué dirán”.
Recorro fraudulentas relaminaciones asfálticas, cada bache me evoca los múltiples cráteres de la ineludible luna de octubre y los socavones del corazón en tiempos transpandémicos.
Dos camellos cruzan a toda velocidad, / una palmera lejana, frondosa, multicolor, seduce con su sombra. / Dos siluetas cruzan una duna y dos bereberes estrechan sus manos. / ¿Será aquel un oasis de bebidas espirituosas? / Un mercader envuelve con sus explicaciones, / un grupo de forasteros paga con sudor la osadía de caminar de frente al sol. / Es el desierto de concreto, la ciudad en que vivo, / una ciudad del centro de México, / un desierto de cemento con dromedarios metálicos, / princesas que no cubren su rostro, / polvo que no es arena, / pero violan la privacidad ocular. / Aquí también se desea con los huesos un sorbo de agua fría, tequila o ron. (Desierto citadino. APR)
Sé que estoy en estado poético permanente –aquel que permite ver, abordar y hacer todo desde y en la poesía– porque mi prosa recurre a mis poemas y a los de otros para salir avante.
Ya no me cabe la menor duda de mi estado poético permanente porque me siento muy sensible al reproducir en mi teléfono entrevistas a Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, Juan José Arreola, Jaime Sabines y Octavio Paz.
Como paria al hogar, / como convicto arrepentido, / como búmeran a su origen, / como polluelo al nido, / así me siento / cuando vuelvo a Sabines, / a Sabines y sus atemporales Amorosos, / a Sabines y su inquebrantable / Cojita Embarazada, / a Jaime y su Tía Chofi, / a Sabines Jaime, / a Jaime Sabines. / Sabines me arropa tiernamente, / perdona mis arrebatos, / entiende mis deseos de volar / por otras latitudes, / lo comprende todo, / lo perdona todo. / Su sencillez me seduce, / sus palabras del corazón me curan, / su resignación me nutre. / Regreso a Sabines / y encuentro a Jaime, / al amigo, / al compañero, / al hermano. / Regreso a Jaime / y encuentro a Sabines, / al provocador, / al manantial, / al sempiterno. / Gracias querido Jaime, / gracias amado Sabines. (Poema a Jaime Sabines. APR)
Con mi estado poético a cuestas mi ánimo está rebosante, hinchado, crecido, apuntando a la cresta.
Me siento bien, salen de mi decir incontables hiperbreves que por mi creciente motivación pienso merecen ser enmarcados.
Pero no soy solo yo.
Recapacito que también quienes están a mi lado se contagian de la exudación lírica.
Cruzo unas palabras con alguien y caigo en cuenta de que al retirarme ella o él se quedan construyendo hiperbrevedad poética.
Me sucede una y otra vez durante esos andares de sol a sol.
“El estado poético permanente es contagioso, se retroalimenta en sí, como una especie de combustión autoprovocada…” me digo para mí mientras pienso en mi siguiente artículo semanal que debe quedar listo antes del mediodía dominical.
Me repito despacio, lentamente como masticando cada palabra que burila lo contagioso del estado poético permanente.
Con el ejercicio de trituración gramatical pienso en el efecto Pigmalión como causante del infeccioso proceso poético de 24 x 7 (veinticuatro horas de los siete días de la semana).
Sí, esa capacidad de influencia que se tiene sobre otras personas, en este caso, de la irrenunciable concurrencia a la fuente creativa permanente.
Escribo y escribo, / mientras digo adiós a este mundo / y me dispongo a zambullirme / en el camino sin retorno / que tal vez alivie / mi compulsividad, / mis prejuicios / y mis sueños locos. (Así me recordarás. APR)
En pocas palabras el efecto Pigmalión consiste en la influencia que una persona puede ejercer sobre otra, a partir de la imagen que la persona influida genera de quien le afecta.
Es decir, cuando estamos en estado poético permanente hacemos que se vea fácil y accesible la creación lírica, la construcción armoniosa y la exploración de novedosos mundos.
En el estado poético permanente la autoestima se ensancha porque no hay algo que no pueda ser tocado por la creatividad y nuestra pluma. Podemos palpar múltiples corazones y convocar a lo utópico porque todo parece posible.
Me detengo a pensar en algo evidente a lo que no le había prestado suficiente atención: el efecto Pigmalión se expande cuando se expande la autoestima y ésta se potencia en el estado poético permanente.
Cierto, esto sucede cuando no se duda sobre el hecho de que todos contamos con capacidades, cuando se facilita la accesibilidad a algo, en este caso, a la creación poética; cuando se fomenta la participación, cuando se evidencia el valor del esfuerzo y, cuando se entiende que el error puede ser muestra de progreso formativo.
No me cabe la menor duda, el estado poético permanente es contagioso.
Abel Pérez Rojas ([email protected]) es escritor y educador permanente. Dirige Sabersinfin.com
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