Martes, abril 01, 2025

19 enero, 2025

Abel Pérez Rojas

Sin efecto

I

Ensimismado, como quien busca hallar algo que los demás no ven, rompió en dos, en tres, en miles —si es que pudiéramos ver cómo los pensamientos abren brechas donde no las hay— la bruma que cubría la plaza universitaria. Aquel conjunto de lajas, lustradas por las interminables protestas, pertenece a un mundo que no necesita cambiar si fue hecho para servir de jaula.

II

Las primeras palabras que intercambiaron fueron un saludo, como el que se da a un desconocido.

—Hola, buen día. Hace frío, ¿verdad?

—Sí, mucho. Es lo mismo cada enero.

Una respuesta que cualquiera daría como simple gesto de cortesía para alguien que nada representa y a quien, quizá, nunca más se volverá a ver.

III

Las horas transcurren porque no pueden frenar el tránsito de los astros, ni nuestro viaje por el cosmos.

En el calendario y los rostros se acumulan las huellas de los días transcurridos, pero solo para algunos esto parece no causar efecto alguno.

IV

Me ves, pero no penetras mi mirada,

tu presencia se refleja en mis ojos

como un lago sereno que solo busca

la imagen de sí mismo en aguas ajenas,

y en ese destello, te contemplas, absorta y distante.

En el encuentro nuestros rostros se hallan,

pero es el viento quien realmente nos conoce,

alterando su curso, tejiendo nuestros alientos,

susurra secretos que solo el aire comprende,

mientras nuestros pensamientos se entrelazan en silencio.

Cada vez que tus ojos se posan en los míos,

buscan un espejo donde solo ven su propia figura,

ignorando que detrás de mi vista

se esconde un universo ansioso por ser explorado,

un cosmos que vive y respira más allá de tu fulgor.

El viento, curioso, juega entre nosotros,

desviando sus rumbos, chocando con nuestras vidas,

atravesando la piel, explorando los poros,

buscando quizás, liberar los secretos que guardamos,

en ese espacio íntimo donde el uno al otro nos revelamos.

Y en este encuentro, donde tú te ves y yo me busco,

aprendemos que conocerse es más que mirarse;

es adentrarse en los recovecos del alma del otro,

donde la verdadera esencia no refleja, sino que brilla,

iluminando cada sombra que el amor se atreve a tocar.

Recovecos. APR. Enero, 2025

V

Como cada día, la escena se repite: él, ensimismado; ella, cortés.

VI

El mármol suplanta la inevitable sensación de carne y huesos en la escena.

Abel Pérez Rojas ([email protected]) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta

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