16 abril, 2025
Luis Enrique Sánchez Díaz
Por Luis Enrique Sánchez Díaz
La reciente columna del Dr. Lorenzo Meyer publicada en SinEmbargo.mx, titulada “México y la guerra del fin del mundo (comercial)”, es un ejercicio de lucidez histórica y una muestra de la capacidad analítica de uno de los intelectuales más respetados de la izquierda mexicana. Sin embargo, desde una perspectiva crítico-materialista, y apelando a una mirada estructural en la línea de Marx, Gramsci, Chomsky o David Harvey, es posible problematizar los supuestos más profundos que la columna deja intactos.
1. El fetiche del Estado-nación como sujeto racional
Meyer parte de un marco narrativo en el que los Estados actúan como actores soberanos que eligen modelos económicos (libre comercio, proteccionismo) en función de sus intereses nacionales. Esta lógica, heredera del realismo clásico y del funcionalismo cepalino, deja fuera una dimensión clave: los Estados son expresiones históricas de las correlaciones de fuerza entre clases. No son sujetos racionales que “optan” por modelos, sino aparatos institucionales en los que se materializa la hegemonía de determinados bloques de poder.
Así, cuando Meyer dice que México “optó” por el proteccionismo o que Salinas “decidió” abrir la economía, borra la lucha de clases, las presiones del capital transnacional, los pactos entre élites y la imposición tecnocrática orquestada por el FMI y el BM. No fue una decisión: fue una imposición estructural disfrazada de reforma tecnocrática.
2. La fantasía del libre comercio y la neutralidad de las reglas
La crítica a Ricardo y su teoría de las ventajas comparativas es bienvenida, pero Meyer cae en la trampa de suponer que el problema está en la “inconsistencia” histórica de las potencias, que predican el libre comercio y luego aplican proteccionismo. El problema es más profundo: no existe el libre comercio. El comercio internacional es un campo de guerra asimétrica regulado por la violencia estructural del capital global, disfrazado de legalidad.
Desde esta perspectiva, el TLCAN no fue un tratado entre pares, sino un pacto colonial que institucionalizó la subordinación de México a la acumulación del capital estadounidense. El T-MEC lo perpetúa. El hecho de que Trump hoy “rompa las reglas” no es una anomalía: es la regla estructural del imperialismo contemporáneo.
3. El silencio sobre el papel de las élites mexicanas
Meyer diagnostica con certeza la decadencia del modelo proteccionista mexicano de los 80, pero omite el rol activo de las élites nacionales como agentes del despojo. La narrativa sugiere que el modelo cayó por su propia ineficiencia, y que Salinas actuó para salvar el sistema. No. Las élites nacionales pactaron su continuidad como clase dominante a cambio de entregar la soberanía económica.
Ese pacto con el capital transnacional se legitimó con propaganda, con miedo y con una tecnocracia servil. Y se ejecutó con represión, fraude y cooptación de medios. Esta dimensión de guerra ideológica, denunciada por Gramsci y ejercida por las “ONGs” y fundaciones empresariales, brilla por su ausencia en el texto de Meyer.
4. El proteccionismo como horizonte: ¿solución o nostalgia?
Meyer sugiere que México debería construir un nuevo modelo económico soberano. Correcto. Pero su propuesta apunta a una reedición del nacionalismo desarrollista, ahora encarnado en el Plan México de Sheinbaum. Desde una lectura crítica, esto es insuficiente: no se puede recuperar la soberanía sin democratizar el poder económico real.
El Estado no puede ser el único motor. Se requiere democratizar la propiedad, la banca, los medios de producción y los mecanismos de participación popular. Es decir: un proyecto que no solo regule al capital, sino que lo someta al interés colectivo mediante control social, cooperativas, y articulación regional sur-sur.
5. El imperialismo como lógica estructural, no como anécdota
Finalmente, Meyer habla de EE.UU. como “vecino poco confiable”. Esa descripción es amable hasta la ingenuidad. Estados Unidos no es un vecino impredecible: es una potencia imperial que actúa en función de una lógica sistémica de expansión, control y acumulación. Esa lógica requiere subordinar economías como la mexicana para extraer valor, mano de obra barata, recursos y obediencia geopolítica.
Desde la perspectiva de la economía política crítica, no hay vuelta al pasado ni reconfiguración nacional sin ruptura. La soberanía no se negocia dentro del marco del T-MEC, se conquista por fuera de él, construyendo alternativas continentales, recuperando la política fiscal, la banca pública y la agenda tecnológica nacional.
Conclusión
Lorenzo Meyer sigue siendo una referencia valiosa para el pensamiento crítico mexicano, pero su columna reciente revela los límites del nacionalismo ilustrado cuando se queda a medio camino entre la historia y la crítica estructural. Hoy, ya no basta con exigir un nuevo modelo nacionalista: es urgente desmontar la arquitectura del poder que impide que ese modelo sea posible.
La alternativa no está entre libre comercio y proteccionismo, sino entre capitalismo dependiente y democracia económica. Entre neoliberalismo maquillado y una revolución de la soberanía popular. Ahí está la verdadera frontera ideológica de nuestro tiempo.
Luis Enrique Sánchez Díaz es profesor, investigador y analista político. Sus temas de interés incluyen economía política, filosofía crítica y relaciones internacionales.
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