10 enero, 2021
Luis Enrique Sánchez Fernández
Creo que no nos quedamos ciegos,
creo que estamos ciegos,
Ciegos que ven,
ciegos que, viendo, no ven.
José Saramago
La última carta que envié fue a Lorenza. Nunca imaginé, que varias décadas después el siguiente destinatario sería yo.
El COVID-19 me alcanzó 10 meses después de su aparición en Puebla. Además del espanto que provoca una pandemia desconocida: el terror al aislamiento, la soledad, el confinamiento, en una habitación, significaba un acercamiento a una sentencia muy cercana o antesala de la pena de muerte.
Diez meses, leyendo inventos y mentiras en redes sociales para una enfermedad desconocida, aún para quienes deberían conocerla. Inventos y mentiras que provocan diversión y felicidad en quienes las inventan y convierten en “tendencia”. Y confusión y pendejez en quienes pretenden aplicarlas y las reproducen como ciertas.
Pero, al fin llegó.
Y me invadió.
Y me postró en el aislamiento. Solo, temeroso, nervioso. Soledad que causaba mayor nerviosismo que los efectos físicos del COVID-19.
Abandonaba un mundo de relaciones personales, políticas; ausencia de la convivencia social. Lejanía de un mundo en el que la presencia física es motor del “éxito”.
Y en aislamiento descubrí otro mundo que no esperaba. O lo re descubrí. O lo volví a valorar. O lo disfruté y me alimentó.
Presa y esclavo de la vida social imperante, militante del mundo económico que nos exige aspiraciones escasas de valores internos; mal educado por los principios de un capitalismo en crisis permanente; descubrí que el aislamiento te obliga a voltear la mirada hacia adentro.
Que afuera, en la sociedad, en el capitalismo global, la disputa no es la tuya aunque los gigantes monetarios intenten involucrarte.
Y que adentro, eres rico y afortunado. Que no estás solo. Que el aislamiento sirve para redescubrir tus riquezas internas: tus amores, tus valores, la fortaleza de un equipo formado por décadas y que se mueve por lo aparente subjetivo, pero que te alimenta y te hace darle valor a lo construido.
La familia. Esposa, hijos, nietos.
Tus amigos entrañables.
Y desdeñar, o darles su justo peso a los valores sociales y económicos que pretenden esclavizarte. Saramago lo refiere en la siguiente frase: ”Ahora no hay duda de que la búsqueda incondicional del triunfo personal implica la soledad profunda. Esa soledad del agua que no se mueve”.
Lo recuperé, a tiempo, el sentido de la vida.
Y aquí ando.
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Luis Enrique Sanchez Fernández es periodista; ha escrito para impresos en papel, radio, televisión y portales digitales. Es universitario, historiador y cronista.
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