Certeza
I
En una habitación inundada por el aroma de café recién hecho, Javier, un poeta de mediana edad con ojos hundidos y cabellos encanecidos, observaba los montones de papeles desperdigados sobre su escritorio. Había recibido el diagnóstico apenas unas semanas atrás: cáncer terminal. Desde entonces, cada palabra escrita había adquirido un peso desconocido, como si fuesen piedras que pretendieran contener el río de su vida.
La noticia lo había llevado a reflexionar sobre la trascendencia de su obra y la huella que esta podría dejar. Pero él, en el fondo, sabía que todo era efímero. Recordó un poema que había escrito días atrás, como una suerte de profecía: “Nada quedará”. Con una voz apenas perceptible, recitó:
Tarde o temprano te irás
y nada de eso a lo que tanto te aferraste quedará…
Nada quedará. APR. Abril, 2019
Esos versos eran su ancla y su tormento, un recordatorio constante de que ni siquiera su pasión por la escritura podría evitar lo inevitable. Pero también, en su crudeza, le otorgaban cierta libertad: si nada quedaba, entonces todo era posible.
II
Una tarde, mientras el sol declinaba tras las montañas, Javier decidió enfrentar su miedo de manera frontal. Abrió la puerta del jardín trasero y se sentó en el filo de la vieja escalera que daba al camino de grava. La frontera entre su hogar y el vasto mundo exterior se le antojó simbólica, como si estuviera en el umbral entre la vida y la muerte.
Tomó su cuaderno y comenzó a escribir, pero esta vez no eran simples palabras; eran retazos de su alma.
Sentado en el filo de la puerta
que divide el aquí del más allá,
veo lentamente
cómo algunos cruzan,
otros casi, y unos más
poco a poco nos alistamos.
En el filo. APR. Mayo, 2019
Cada línea que escribía era una declaración, un intento de darle forma a lo que hasta entonces había sido un caos interno. Mientras bosquejaba mundos en su mente, imaginó el día de su partida: un cortejo fúnebre surrealista, acompañado por hadas, juglares y magos. Cerró los ojos por un instante y dejó que la poesía lo envolviera, como un abrigo en una noche fría.
III
Días después, recibió la visita de Elena, su antigua musa y compañera de vida. Hacía años que no se veían, pero el diagnóstico había roto las barreras del orgullo y el tiempo.
“He leído tus últimos poemas”, dijo Elena, mientras acariciaba la portada de un cuaderno gastado. “Hay una serenidad en ellos que nunca antes había notado. Como si, al aceptar lo inevitable, hubieras encontrado la paz”.
Javier sonrió con tristeza. “Quizás sea la única manera de enfrentar el final: escribir sobre él hasta que se vuelva menos aterrador”.
Hablaron hasta entrada la noche, reviviendo memorias que habían quedado sepultadas en el olvido. Cuando Elena se despidió, le dejó un mensaje en un papel doblado: “Tu poesía me ha acompañado en mis propios abismos. No dejes de escribir, aunque sientas que nadie escucha”.
IV
Esa noche, bajo la luz cálida de una lámpara, Javier se enfrentó a una pregunta que lo había perseguido desde que comenzó su enfermedad: ¿Tenía la poesía el poder de trascender incluso la muerte?
Con la pluma temblorosa, escribió:
Dime vida
si cuando agoniza un poeta
le das el mismo trato,
contesta si es mi arrogancia
la que me hace creer
que el cierre será diferente,
o si el premio
por la obstinación creativa
solo es placebo para andar
el camino que ya sabemos
cómo terminará.
Poema de un poeta frente a la muerte. APR. Julio, 2023
Cuando terminó, sintió una mezcla de alivio y desolación. Era como si, al plasmar sus dudas en papel, hubieran dejado de atormentarlo. Cerró el cuaderno y, por primera vez en semanas, durmió profundamente.
V
Los días se sucedieron como las páginas de un libro que se acerca al final. Javier reunió todos sus poemas en un solo volumen y escribió una dedicatoria simple: “Para quienes encuentren en estas líneas un poco de luz en sus propias sombras”.
Organizó una última reunión con amigos y colegas, donde leyó algunos de sus textos más recientes. La atmósfera estaba cargada de emociones, pero también de gratitud. Javier terminó su lectura con las mismas palabras que había recitado en su soledad:
Si aun en el trance final sin retorno
la poesía nos impulsa a no titubear,
a tomar con sabiduría el último tramo
de la existencia fugaz;
bien habrá valido el supino coste
de la incomprensión y el menoscabo.
Poema de un poeta frente a la muerte. APR. Julio, 2023
El aplauso fue ensordecedor, pero él solo cerró los ojos, dejando que la poesía lo envolviera una vez más.
VI
El último día llegó con la misma tranquilidad de un amanecer. Javier, recostado en su cama, observó la luz filtrarse a través de las cortinas. En su mente, las palabras de su poema “Nada quedará” resonaban como un eco lejano.
Tarde o temprano te irás…
ni los rencores y perdones,
ni las enfermedades terminales,
ni las vanas discusiones,
nada quedará…
Nada quedará. APR. Abril, 2019
Con un último esfuerzo, tomó su cuaderno y escribió una sola frase: “La poesía no es eterna, pero en su fugacidad habita la esencia de lo eterno”.
Cuando su aliento cesó, el cuaderno quedó abierto sobre su pecho, como un testamento silencioso. En la habitación solo quedaban el murmullo del viento y la certeza de que, aunque nada quede, todo había valido la pena.
Abel Pérez Rojas ([email protected]) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta
Autor
Abel Pérez Rojas
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