Lunes, junio 30, 2025

30 junio, 2025

Luis Enrique Sánchez Díaz

El clientelismo emocional: becas, apoyos y otras formas de amor condicionado

Entrega 5 de 7 – Serie “Anatomía de un Sexenio Sentimental”
Por Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz

Los funcionarios que presumen “gobernar con el corazón” suelen ocultar bajo el saco un metro de costurera: miden afectos, reparten abrazos patentados y, de paso, ajustan las tuercas del presupuesto. Nada nuevo, lo sé: la maquinaria del clientelismo se bautizó hace décadas entre los murmullos de la CTM y las migajas del PRI, pero ahora canta con un tono de guitarra romántica que, francamente, me irrita más que las trompetas del viejo corporativismo.

Hace un par de meses —salón de actos de la SEP, pantallas LED, fila de edecanes— el secretario anunció, con la humildad fingida de quien se sabe en cadena estatal, “diez mil becas para nuestros niños de escasos recursos”. Repitió la cifra con esa voz que pretende ternura y sólo consigue eco, y todos aplaudieron como si una beca de mil cuatrocientos pesos fuera el penthouse del porvenir. Sonaron menos ruidosos los datos reales: el padrón escolar rebasa los doscientos setenta mil estudiantes, el rezago pega a un tercio de las familias rurales, el monto alcanzará —con suerte— para medio par de zapatos y el taxi de la entrega de constancia. Pero, claro, el afecto no se mide en tablas contables, se mide en fotos con el gobernador, en abrazos rígidos y en el “Gracias, licenciado” que sube a Facebook antes de que el papel se enfríe.

Gramsci advertía que el dominio cultural es más sutil que la fuerza bruta; acá lo afinan con puntería electoral. Porque la lista de beneficiarios se cruza—me lo confirmó un funcionario al segundo mezcal, lengua suelta—con los padrones de apoyos alimentarios y las coordenadas de los distritos pendulares. El algoritmo del cariño. Ni Orwell lo escribió tan cursi. “Si ganamos esa sección, hermano, el bonus viene directo”, remató, convencido de que la beca era puro incentivo de lealtad, como las fichas de casino que sólo cambias en la caja del patrón.

El chantaje sentimental no necesita granaderos; basta un WhatsApp escolar: “familia, recuerden no hablar mal del gobernador, no vaya a afectar su trámite”. Nadie firma el mensaje porque lo ha firmado el artículo 480, ese bozal legaloide que criminaliza el berrinche digital y convierte al disenso en delito contra la “tranquilidad pública”. Qué ternura: repartir caricias con la mano derecha y enseñar el garrote jurídico con la izquierda, todo en nombre de un “amor humanista” que huele a rancio.

En la facultad me repiten que exagere menos, que cite más fuentes y evite digresiones “personales”. Lo intento, de veras, pero la realidad se obstina en darme giros coloquiales. Ayer, por ejemplo, platicaba con una madre en Tepeaca —tejía bolsas de ixtle mientras esperaba la entrega de becas— y me dijo: “Profe, este papelito nos lo dan cada año, pero luego vienen a tomarnos la foto con la lona atrás… si no voy, se enojan”. De pronto recordé aquellas reuniones en el Instituto de Opinión, cuando nos enredábamos en teorías de dependencia y estructuras de poder; al final, todo cabía en ese hilo de ixtle que sujetaba la bolsa y la voluntad política de una mujer que votará agradecida, o temerosa, o ambas cosas.

No nos hagamos: detrás del disfraz amoroso opera la vieja lógica del “te doy, luego existes”. El padrón revela que los municipios con más de quinientas becas coinciden con los distritos donde Morena ganó raspando. La chequera acaricia justo donde la urna duda. Y sí, mil cuatrocientos pesos parecen limosna, pero la limosna es el metal más denso cuando se reparte con bandera de redención. Lo sabía Monsiváis: “La caridad oficial siempre exige la fotografía”.

Alguien dirá que exagero, que al menos “algo les llega”. Pero el problema no es el monto; es la hipoteca emotiva. El niño becado aprende pronto que la sonrisa del gobernador costea su mochila y que la crítica puede costarle el cuaderno. Así corre la pedagogía del miedo suave, ese que no golpea, sólo susurra: “Cuídate, porque el amor también se retira”.

He discutido esto en congresos —los de traje y coffee break— y en cantinas —los de cerveza tibia y sinceridad abrupta—, y siempre llego al mismo corolario: la política social, cuando se administra como catálogo de favores, no combate la pobreza; la administra. La raciona. La exhibe. La convierte en espectáculo de gratitud perpetua. ¿Y luego qué? Luego viene la elección, y la gratitud se imprime en boletas que no necesitan operadores violentos: basta la memoria de la despensa y ­­un puñado de spots lacrimosos.

El gobernador abraza, sí, pero factura. Y si acaso alguien protesta —un periodista, un estudiante de cabeza dura—, allí está la mordaza para recordarle que el afecto es protocolo y el silencio, requisito. Somos la tierra donde el amor gubernamental incluye cláusula de confidencialidad.

No cierro con moraleja, ni con pregunta retórica. Sólo con la rabia de quien da clases entre alumnos becados que sonríen al recibir el depósito y suspiran cuando, al final del semestre, deben aplaudir el informe. El chantaje afectivo funciona porque el estómago ruge más fuerte que la indignación. Funciona porque la ternura oficial sabe cobrar intereses. Y funciona, sobre todo, porque muchos preferirán callar antes que arriesgar el cheque de la próxima foto.


📌 Serie completa

  1. Anatomía de un Sexenio Sentimental
  2. El afecto como máscara del poder
  3. La república amorosa de los castigos ejemplares
  4. La sonrisa blindada: control, vigilancia y espionaje digital
  5. La mordaza invisible: cuando el voto calla, el poder grita
  6. El clientelismo emocional (lectura actual)
  7. Mediatización sentimental: cuando los medios ya no informan, sino seducen (en proceso)
  8. Poder simbólico y culto a la personalidad: el Armentismo como narrativa redentora (planeado)

✍️ Semblanza del autor

Dr. Luis Enrique Sánchez Fernández, politólogo y cronista mordaz de la Puebla profunda. Desmenuza con bisturí retórico la alianza entre afecto, clientelismo y censura. Columnista de Periodismo Hoy y profesor investigador en la BUAP.

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