El algoritmo del silencio: cómo el poder fabrica obediencia mientras habla de “ciberseguridad”
Por Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz
Hay momentos —pocos, pero decisivos— en los que el poder se olvida del pudor y se muestra tal cual es: hambriento, paranoico, autorreferencial.
El panel de la IBERO Puebla sobre Libertad de Expresión y Ciberseguridad fue uno de esos momentos donde las piezas encajan y el rostro verdadero del sistema se deja ver: no estamos frente a errores, sino frente a una ingeniería del silencio.
Porque lo que ahí se escuchó no es la suma de anécdotas, sino el guion de un proyecto político que ya opera bajo lógicas que Hannah Arendt reconocería de inmediato: el uso administrativo de la mentira.
No aquella mentira teatral de los dictadores de antaño, sino la mentira automatizada, industrial, replicada por bots, replicada por algoritmos, replicada —ironías del futuro— por inteligencias artificiales incapaces de distinguir la verdad del boletín.
Las democracias ya no mueren entre tanques.
Mueren entre tuits.
La maquinaria del Estado: drones, denuncias y posverdad programada
Rodolfo Ruiz narró drones sobrevolando su casa, auditorías fabricadas, despidos contra familia, presión a anunciantes.
No es una persecución: es un ecosistema de castigo.
Ignacio Gómez Villaseñor (que ya acumula amenazas, bots y advertencias de detención) exhibió la versión contemporánea del “enemigo del pueblo”: el periodista que no se deja domesticar.
Y lo que ambos describen tiene nombre gramsciano: hegemonía, no la cultural que seduce, sino la hegemonía por desgaste, esa que opera no solo sobre las ideas, sino sobre el cuerpo y el tiempo del periodista.
El mensaje es simple:
“Publica lo que quieras; ya veremos cuánto te dura el ánimo.”
Gramsci lo anticipó: el poder no solo domina; hace que la dominación parezca inevitable.
El Estado ya no vigila: administra el miedo
Arendt escribió que la burocracia moderna perfeccionó la dominación sin rostro.
Hoy ese rostro es un avatar.
Una cuenta institucional.
Una IA que responde: “esto es falso”, aunque no tenga una sola prueba.
El gobierno no necesita censurar; solo necesita sembrar duda.
Y la duda, cuando se administra desde arriba, se convierte en una forma de control más efectiva que la represión directa.
Cuando un Estado puede:
etiquetar a un periodista como mentiroso,
amplificarlo con bots,
replicarlo con algoritmos,
y normalizarlo con conferencias,
lo que está construyendo no es una política:
es una fábrica de realidad.
Arendt lo advirtió:
el totalitarismo nace cuando la mentira se vuelve más creíble que la verdad.
Bourdieu estaría fascinado (y horrorizado)
Si Bourdieu estuviera vivo, escribiría con precisión quirúrgica que en México se está reconfigurando un nuevo campo del poder, donde el capital simbólico ya no está en los medios tradicionales, sino en los dispositivos digitales del Estado.
No se trata solo de represión:
se trata de monopolizar la capacidad de nombrar, decidir qué es real y qué es falso, quién es periodista y quién “agitador”, qué dato es “verificado” y qué dato “no existe”.
Ese es el nuevo monopolio legítimo de la narrativa.
Un Estado que controla los datos biométricos, el padrón digital, la geolocalización, el algoritmo de legitimidad y el discurso público ya no necesita amenazar.
Le basta con ignorarte… o destruirte simbólicamente.
En palabras de Bourdieu:
“quien tiene poder para hacer que existan ciertas cosas, tiene el poder para hacer que otras desaparezcan.”
En México, lo que está desapareciendo es la verdad.
La ciberseguridad como coartada del disciplinamiento
A estas alturas, es evidente que en México la ciberseguridad ha sido secuestrada por una lógica que nada tiene que ver con la protección.
Es el nuevo nombre del viejo proyecto: disciplinar al que habla.
— Leyes ambiguas como el ciberasedio,
— Padrón biométrico sin control judicial,
— Plataformas como Nódica administradas desde oficinas públicas,
— Algoritmos que repiten la versión gubernamental,
todo ello se organiza como un dispositivo que Gramsci llamaría “Estado ampliado”:
el entrelazamiento de policía, ley, tecnología, discurso y miedo.
Una ingeniería perfecta para que el ciudadano se autocensure.
Para que el periodista se desgaste.
Para que la crítica se vuelva un lujo.
Y entonces surge la pregunta incómoda
Durante el panel, planteé la pregunta que nadie quiere abordar directamente:
¿Estamos usando la ciberseguridad como coartada para construir un sistema de control político?
Y lo que siguió —el silencio breve, las miradas, las respuestas entrecortadas— fue la admisión implícita de que sí.
Porque si no fuera así,
no habría drones en casas ajenas.
No habría bots esperando órdenes.
No habría denuncias selectivas.
No habría funcionarios como “superadministradores” de plataformas.
No habría algoritmos discutiendo con periodistas sobre sus propios datos.
No habría miedo.
Y el miedo, en términos de Arendt, es siempre la señal de que lo político ha sido reemplazado por lo administrativo, y lo administrativo por lo autoritario.
El poder se desnuda
y no le da vergüenza
El régimen actual —y sus equivalentes estatales de todos los colores— operan bajo una convicción peligrosa:
la sociedad se acostumbra a todo.
A los drones.
A los bots.
A las demandas.
A la biometría.
A la posverdad.
Pero hay algo que no han calculado:
que la memoria también es técnica de resistencia.
Y que cuando el poder deja de ocultarse, también deja de justificarse.
La historia no la escriben los que callan.
La escriben los que sobreviven al silencio.
Colofón: el algoritmo del silencio está aquí… pero también la posibilidad de romperlo
La censura ya no se hace con tinta negra, sino con código.
La intimidación ya no llega en patrulla, sino en notificación.
La vigilancia ya no mira por la ventana, sino por la base de datos biométrica.
Pero incluso en la era del algoritmo, sigue vigente la lección gramsciana:
“El pesimismo de la inteligencia; el optimismo de la voluntad.”
Tenemos toda la inteligencia para entender lo que está pasando.
Ahora toca tener toda la voluntad para impedir que pase.
Porque la libertad de expresión no es un derecho:
es un acto.
Y dejar de ejercerlo sería concederle al poder la victoria que ansía:
la victoria del silencio.
Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz. Profesor-investigador en la BUAP, analista político y consultor.
Blog: luisenriquesan.blog.
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Autor
Luis Enrique Sánchez Díaz
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