A finales de los años 70 y la primera mitad de los años 80 por la señal de canal 5 se exhibía un programa de televisión que tenía la premisa de un paradisiaco lugar donde se cumplían las fantasías de sus huéspedes, su nombre era “La Isla de la Fantasía.” La cortinilla de entrada nos presentaba a un diminuto empleado del lugar gritar “¡el avión!, ¡el avión!” al percatarse de que se aproximaba el transporte de los huéspedes. El personaje tenía el nombre de Tattoo.

Hoy, los mexicanos emulamos a Tattoo, pero no compartimos su entusiasmos. Estamos esperando un avión, o mejor dicho, estamos esperando que regrese el otrora avión presidencial.

¿Por qué estamos hablando de un avión que se fue a acumular polvo por un año a un hangar de Estados Unidos? Pues porque en medio de una severa crisis por la pésima implementación de un Instituto de Salud para el Bienestar, aunado a la cotidiana violencia en el territorio nacional donde se siguen “atacando las causas” y dando “abrazos, no balazos” el presidente consideró oportuno aclarar los rumores que comenzaron a inundar las redes desde el mes de diciembre sobre el regreso de la aeronave y así lo confirmó.

Como siempre la jugada fue magistral y la gente, por varios momentos, dejó de hablar acerca del desabasto de medicamentos para enfermedades catastróficas como el cáncer o la leucemia infantil. Funcionó como distractor, pero los problemas seguirán ahí y tarde o temprano se retomarán y lo más probable es que nos sigan, como se dice coloquialmente, dando el avión.

Siendo presidente nacional de MORENA, López Obrador y su goebbeliano equipo de comunicación convirtieron a un objeto inanimado en un acérrimo enemigo del pueblo, en un insulto a la virtuosa pobreza del pueblo mexicano y emprendieron una muy exitosa campaña de desprestigio y en símbolo de maldad al TP01 “José María Morelos y Pavón.”

Como acostumbran sus campañas simplistas, pero efectivas, el imagichairo colectivo se compró la idea de que esa había sido la peor inversión en la historia reciente de México y se unieron a la horda de insultos hacía un Boeing, cuya única función era la de transportar al presidente de México, su comitiva y acompañantes a compromisos nacionales e internacionales. Así nació la promesa de vender a como diera lugar al pobre avión.

Una vez instalado en la silla presidencial y como siempre demostrando una gran voluntad se giró la instrucción de exiliar al TP01 a Victorville, California con la finalidad de ser vendido y como siempre y a pesar de las críticas, el avión se fue. Vaya, hasta fue mencionado en el primero, de los tres informes, como un logro.

Quizá se pensaba que por empecinamiento el avión se podía vender, se ofreció a gobiernos, a particulares, vaya hasta se compró un espacio en el “segunda mano” de la ONU para ver si alguien lo quería y como era de esperarse el resultado fue negativo, el gobierno de la autoproclamada cuarta transformación no pudo venderlo.

Aunque la intención de deshacerse de la aeronave, pues es una promesa directa de quien ha afirmado hasta el cansancio que no roba, no traiciona y sobre todo no miente, sigue en pie, lo ideal sería que se rectificara el camino y se deje de poner en peligro tanto al presidente como a la población en general para este avión sea utilizado con la finalidad para la que fue adquirido, pero creo que tristemente, eso no va a pasar.

Ese avión que se convirtió en insignia de corrupción y derroche de gobiernos pasados. Ese avión que como yacimiento petrolero, iba a proporcionar los recursos para llevarle agua a poblados alejados del estado de Hidalgo, le daría ayuda económica y mejoraría la atención a las víctimas de la violencia, proveería de más presupuesto para los programas sociales y que serviría para el programa migratorio volverá a territorio mexicano. Aún no sabemos si será subastado por el Instituto para devolverle al pueblo lo robado, si se convertirá en atracción turística del Centro Cultural Los Pinos o terminará siendo vendido por piezas. Ese avión regresa. Ese avión que al final, no lo quiso, NI OBAMA.