El cuerpo también comunica, gobernador. Y el suyo ya gritó más de lo que su gabinete podrá silenciar
A ver, regresemos al momento exacto:
Alejandro Armenta, sentado en modo “yo mando”, en una de esas escenografías recicladas de rueda de prensa con aroma a autoelogio. Micrófonos, botellas de miel, pan artesanal, sonrisas forzadas, funcionarios decorativos. De pronto, la escena: un gesto veloz, breve pero cargado de siglos. Un chasquido de dedos. Seca, mecánica, autoritaria la señal. Y luego, el silencio. No porque no hubiera sonido, sino porque el poder, cuando impone, siempre genera un silencio denso a su alrededor.
Ese instante se volvió viral. Y no porque el algoritmo sea chismoso, sino porque el pueblo tiene olfato. Supo que eso no era un gesto sin importancia. Fue una orden disfrazada de reflejo. Un mensaje para quien estaba frente a él y para todos los que están debajo. “Yo marco el ritmo. Yo apuro. Yo mando”.
El problema no fue el sonido del chasquido, sino su símbolo. No es necesario que haya habido violencia para que se perciba el autoritarismo. Porque a veces el poder no se grita: se truena.
Y luego vino el desastre. El verdadero. No el gesto, sino la torpeza con la que intentaron justificarlo. Primero el gobernador dijo que se tronaba los dedos “a sí mismo”. Después vino la disculpa edulcorada, envuelta en el celofán de la humildad y la abuelita: “es que a mí me educaron para ser útil, acomedido y agradecido”. Y como cereza, la secretaria “agraviada” publicó un mensaje público de gratitud, a la altura de un concurso de lealtad en tiempos del PRI ochentero.
Uno esperaría que el equipo de comunicación del gobierno del estado entendiera el siglo en el que estamos. Pero no. Su estrategia fue una mezcla entre panfleto institucional y crisis de WhatsApp. Un desastre semiótico. Tres mensajes diferentes en menos de 24 horas, todos contradictorios, todos flojos, todos incapaces de asumir lo evidente: que el gesto fue un acto de poder vertical. Y que el intento de negarlo fue aún más vertical.
Se olvidaron de algo básico: en política, el cuerpo también comunica. Y en este caso, el cuerpo del gobernador dijo más de lo que mil conferencias de prensa podrán desmentir. Lo dijo con la mano, con la mirada, con la velocidad del gesto. Con la costumbre de quien manda desde la tripa, no desde la razón.
El gesto fue claro: aquí mando yo.
Y el mensaje posterior fue más claro aún: Y nadie tiene permitido cuestionarlo.
Pero aquí estamos, cuestionándolo. Porque no se trata de moralismos tontos, ni de “ya no se puede hacer nada”. Se trata de que un servidor público debe estar al servicio del pueblo, no de sus impulsos. Que un gobernador no debe comportarse como patrón de hacienda en plena rueda de prensa. Que no se le truenan los dedos ni a una mujer, ni a un hombre, ni a un subordinado, ni al perro de la oficina. Punto.
Y si aún no lo entienden, entonces lo repito: no es el dedo, es el dedo como símbolo.El símbolo del mando que no consulta, que no escucha, que no duda.
Ah, pero qué espectáculo tan grotesco fue ver al gabinete entero tratando de justificar lo injustificable. Como si temieran que el siguiente chasquido fuera para ellos. Como si supieran que, en esta obra, ellos no tienen libreto: solo están ahí para asentir.
Esto ya lo vimos. Lo vimos en el presidencialismo más rancio, en el PRI más escénico, en los actos de campaña donde los funcionarios aplauden por reflejo. Y lo estamos viendo otra vez, pero ahora en 4K.
En la Puebla donde se legisla el ciberasedio para callar críticas, este tipo de gestos no son anecdóticos. Son síntomas. Son pruebas. Son la forma en que el poder se delata a sí mismo. El chasquido fue apenas la forma audible de una estructura muda.
Así que no nos vengan con sentimentalismos. La abuelita no tiene la culpa. Lo que vimos fue un acto de poder puro. Una muestra más de que la verticalidad sigue mandando, y que el gabinete entero está entrenado para aplaudir incluso cuando se los humilla.
Gobernador, si de verdad quiere disculparse, empiece por su forma de ejercer el poder. No por el dedo, sino por la cabeza que lo mueve. Porque ya no basta con recular: ahora toca reflexionar, escuchar y corregir. Y eso, créame, no se hace tronando los dedos.
Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz
Profesor universitario. Ensayista incómodo.
Ese que no aplaude ni por reflejo.
Acerca del autor
Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz es profesor-investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, analista incómodo de la cosa pública y columnista itinerante. Ha discutido a Gramsci con estudiantes sin aire acondicionado, se ha trenzado con rectorías que confunden poder con pedagogía y, cada tanto, desvela a gobernadores que sueñan con leyes mordaza. Entre cafés cargados y audiencias en la Suprema Corte, explora la intersección entre políticas públicas, big data y libertad de expresión. Cree en la crítica como obligación moral y prefiere una verdad que arda a un silencio que tranquilice.
Autor
Redacción PH
Artículos Relacionados
11 julio, 2025
El cuerpo también comunica, gobernador. Y el suyo ya gritó más de lo…
A ver, regresemos al momento exacto:Alejandro Armenta, sentado en modo “yo mando”, en una de esas escenografías recicladas de rueda...
LEER NOTA9 julio, 2025
La mordaza elegante (o la triste comedia del poder en Puebla)
Por Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz A estas alturas, ya deberíamos saberlo bien: en México, la libertad de expresión nunca...
LEER NOTA30 junio, 2025
El clientelismo emocional: becas, apoyos y otras formas de amor condicionado
Entrega 5 de 7 – Serie “Anatomía de un Sexenio Sentimental”Por Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz Los funcionarios que presumen...
LEER NOTA