El Gobernador y sus Sombras

Capítulo 1:
El espejo sin rostro del gobernador
El hombre que no tolera el reflejo de sus propias contradicciones.
Le voy a decir algo que no debería sorprender a nadie que haya pasado por el cinismo de una redacción, una asamblea universitaria o una borrachera con politólogos: el poder es extremadamente frágil cuando se toma en serio a sí mismo. Y si hay algo que define a Alejandro Armenta —además de ese peinado disciplinado que no se mueve ni con traición interna— es que se toma muy en serio. Tanto, que se ofende con cuentas anónimas. Con memes. Con tuits. Con fantasmas. Y ahí, justo ahí, se le ve la costura.
Hace unas semanas el gobernador estalló públicamente contra una cuenta que llevaba tiempo rebotando en los rincones digitales de Puebla: @LaAldeaPoblana. Una cuenta que no tenía millones de seguidores ni acceso a espionaje chino, pero sí tenía algo que a los hombres de poder les arde más que el chile serrano: ironía sin miedo. No era una gran operación mediática, no. Era sarcasmo con buen timing. Un “ya siéntese señor” constante, disfrazado de pueblo ilustrado y mala leche.
Y claro, eso irrita. Sobre todo cuando vienes del PRI y ahora dices que estás en la “República Amorosa”. Porque Armenta no viene del radicalismo puro ni de la lucha de base. Él viene del aparador institucional, de las fotos bien recortadas, de las plazas llenas con lonche y microbús. De ahí saltó a la 4T no por convicción ideológica (por favor) sino por instinto de supervivencia. Y eso no se le ha quitado. Como los gestos. Como la voz ensayada.
Entonces, ¿por qué tanto escándalo por una cuenta en X? Porque le dolió. No el contenido —que sí, a veces era ácido, pero nada que no digas tú mismo cuando ves las noticias en bata— sino la pérdida de control. Porque Armenta, como todo gobernante que ha visto desde dentro cómo se tejen las traiciones, sabe que la batalla simbólica no se gana con abrazos ni corbatas, sino con silenciamiento. Y cuando no puedes comprar, quieres intimidar. Si no puedes convencer, mandas a la Policía Cibernética. Y si no te basta, amenazas con una ley.
Y miren que hay algo que nunca falla: cuando un político dice que “respeta la libertad de expresión”, lo que viene es un castigo. Una denuncia. Un “pero”. Armenta lo dijo entre sonrisas: que él era tolerante, que en Puebla todos podían opinar, que era un hombre abierto. Pero luego pidió que investigaran legalmente a un tuit. Un tuit. Esto es como mandar a la marina a cazar memes. O ponerle un grillete al rumor.
Freud habría dicho que estamos ante un caso de “proyección agresiva”: culpar al otro de lo que uno mismo no puede manejar. Jung lo llamaría “sombra reprimida”. Yo, con menos glamour teórico, digo que estamos ante un político profundamente inseguro que no tolera verse sin filtros. Que no puede reírse de sí mismo porque su identidad política está construida como una escenografía de cartón-piedra: bonita de lejos, hueca de cerca.
Hay algo teatral en Armenta. Algo que recuerda a esos tíos que se sienten los patriarcas de la familia, que dan discursos eternos en la cena pero no toleran que alguien les diga que ya están diciendo lo mismo. Es esa mezcla entre el orgullo herido y la necesidad compulsiva de aplauso. Un gobernador que necesita constantemente que le digan que lo está haciendo bien. Que si no le escribes una nota con adjetivos nobles, ya te considera enemigo. Un hombre que no distingue entre crítica y traición.
No lo sé. Yo he trabajado con políticos de todos los colores. Los he escuchado hablar de justicia con el mismo tono con el que piden escoltas. Y la mayoría tiene claro que la crítica, al menos la que no los destroza electoralmente, es parte del juego. Pero hay otros, como Armenta, que vienen programados desde la lógica de la lealtad total. Y a esos hay que temerles. No porque tengan gran capacidad, sino porque actúan desde la paranoia.
@LaAldeaPoblana, al final, fue solo un espejo sin rostro. Mostró con sarcasmo lo que todos murmuraban en voz baja: que el emperador, aunque recite discursos sobre la paz, se asusta con los reflejos. Que el gobernador, aunque hable de diálogo, prefiere la amenaza. Que el poder, incluso el que se dice “transformador”, sigue siendo un animal herido cuando lo ridiculizan.
Y ahí está el problema. Porque una democracia que no se sabe reír, se vuelve peligrosa. Porque el político que se ofende con un tuit, mañana se va a ofender con una tesis, con una consigna, con una asamblea. Porque cuando el ego es más frágil que el sistema, el sistema se rompe.
Y no, no estoy exagerando. Estoy harto. Harto de que cada seis años tengamos que aprender de nuevo que el poder no es lo que se dice en las conferencias, sino lo que se hace en la oscuridad de las carpetas, en la redacción de las leyes exprés, en los pasillos de la fiscalía. Harto de que la censura llegue primero disfrazada de “prevención”, después de “perspectiva de género”, y finalmente de “gobernabilidad”.
A mí, lo de @LaAldeaPoblana me dio más miedo que risa. Porque no vi una respuesta proporcional. Vi una venganza simbólica. Vi a un político gobernando desde la herida.
Y eso nunca acaba bien.
Y sí, esto apenas empieza.
Esta es la primera de siete entregas bajo el título “El Gobernador y sus Sombras”. No es una serie pensada para limpiar conciencias ni para acumular clics. Es más bien una disección, a cuchillo lento, de eso que pasa cuando el poder se siente tocado, observado, reflejado en el cristal de lo que no controla. Aquí no vamos a contar la biografía oficial de Alejandro Armenta —para eso están los boletines del gobierno y los aplausos con nómina—. Lo que vamos a hacer es otra cosa: mirar lo que oculta su estilo, lo que revela su forma de reaccionar, lo que grita su necesidad de caerle bien a todos mientras calla a los que lo incomodan.
En la próxima entrega vamos a entrarle a la joya del discurso armentista:
“La República Amorosa de los Castigos Ejemplares”.
Un texto donde vamos a hablar de cómo se puede usar el amor como herramienta de control, de cómo se maquilla el castigo con lenguaje de paz, y de cómo un político que reparte bicicletas y flores puede activar, al mismo tiempo, a la policía cibernética. Todo muy abrazador. Todo muy transformador.
Porque esta serie no busca denunciar legalmente a nadie —eso se lo dejamos a quienes aún creen en fiscalías imparciales—. Aquí lo que se pone sobre la mesa es otra cosa: el dispositivo.
Ese engranaje donde el discurso, el deseo y la necesidad de permanecer se combinan hasta fabricar algo mucho más peligroso que un dictador: un sentimental autoritario con vocación de influencer.
Y créanme, eso en Puebla tiene historia.
Luis Enrique Sánchez Díaz es doctor, profesor e investigador de tiempo completo en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Pero, ante todo, es un lector inconforme y un observador feroz de las estructuras del poder. Con más de veinte años de experiencia académica y un colmillo afilado para detectar la hipocresía institucional, combina la erudición con la ironía en cada línea que escribe. No teme decir lo que otros apenas se atreven a pensar, y mucho menos cuando el poder pretende disfrazarse de virtud. Colabora en medios críticos como Periodismo Hoy, donde su pluma —filosa, documentada y libre— se ha vuelto una piedra en el zapato de los autoritarismos disfrazados de democracia.
Autor
Luis Enrique Sánchez Díaz
Artículos Relacionados
12 junio, 2025
La República Amorosa de los Castigos Ejemplares
Segunda entrega de 7 de la serie editorial para Periodismo Hoy: "El Gobernador y sus Sombras" Por Dr. Luis Enrique Sánchez...
LEER NOTA11 junio, 2025
El Gobernador y sus Sombras
Alejandro Armenta, atrapado en su propio reflejo. Entre espejos agrietados, discursos dulzones y la vigilancia digital que despliega contra la...
LEER NOTA4 junio, 2025
La Aldea y el Leviatán Digital: Semiosis del poder y censura simbólica en…
Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz IntroducciónEn el teatro de operaciones digitales que hoy rige parte del debate público, la cuenta...
LEER NOTA