Comer indiscutiblemente es algo que disfruto mucho, en realidad depende en gran parte de mi estado de ánimo, incluso del clima y día para saber qué es lo que me apetece comer. Nunca faltan los antojos, desde un chocolate caliente, sopes de tuétano, hamburguesas, un tomahawk, cochinita pibil hasta un delicioso Foie grass.

Toda la parafernalia que implica invitar a algún amigo a comer es emocionante, desde idear que es lo que se cocinará, ir al súper y comprar los alimentos, ordenar la cocina y espacio donde se prepararán los alimentos; es mejor tener compañía durante este proceso, pues una rica charla les da más sabor a los alimentos.

Comer no solo es una necesidad fisiológica, sino uno de los grandes placeres de la vida. Aunque los alimentos entran por la boca, y la lengua permite detectar si tienen sabor dulce, salado, ácido o amargo, también otros factores externos influyen en que la experiencia sea agradable o incómoda. Charles Spence, profesor de psicología experimental y director del Laboratorio de Investigación Intermodal de la Universidad de Oxford, en Reino Unido, publicó el libro Gastrofísica, donde explica esta nueva ciencia que él bautizó así y estudia “todo lo demás” que acompaña el acto de comer sin enfocarse únicamente en los alimentos. Porque, como dijo el autor “los placeres de la comida residen principalmente en el cerebro y no en la boca”. Y no es verdad que en muchas ocasiones estamos esperando con ansias que llegue el día o el fin de semana saboreando, primero la compañía, la comida, la bebida y la fantástica charla.

La palabra gastrofísica surge de combinar la gastronomía, el arte de escoger, cocinar y consumir alimentos sabrosos, y psicofísica, la rama de la psicología que se ocupa de estudiar la relación entre los estímulos físicos y los juicios que cada persona hace de ellos. Spence define el acto de comer como una compleja experiencia multisensorial que reúne olores, sonidos, colores, recuerdos, expectativas, vajillas, la presentación y los nombres de los platos. “El trabajo del cerebro consiste en unir todas estas sensaciones dispares en objetos de sabor que localizamos en nuestra boca”.

O sea que comer es un hábito fuertemente ligado a los estímulos, y en ese proceso juega un rol determinante el cerebro pues es el órgano “más sediento que consume cerca del 25 por ciento de la energía corporal. Por eso no hay nada que lo excite más que ver y oler comida deliciosa cuando hay sensación de hambre”, menciona Spence. Confieso que muchas veces al estar comiendo un platillo que realmente disfruto, intento poner todos mis sentidos en él, cierro los ojos para poder concentrarme en la sensación y el placer que genera en mi cuerpo.

Los grandes chefs y los mejores restaurantes del mundo tienen en cuenta los detalles que definen la gastrofísica, según Spence. Por eso no solo se preocupan por la preparación de los alimentos, sino por su presentación. Por ejemplo, las vajillas de platos redondos y color blanco son preferibles a los cuadrados de color negro, pues el color y la forma influyen en la percepción del gusto. Por eso los restaurantes más costosos del mundo diseñan sus propios platos y cada unidad puede llegar a valer más de 1.000 dólares. Así mismo, la vajilla de colores claros es preferible. “Los gastrofísicos se interesan en el impacto de los cubiertos y los vasos, algo que nadie estudia, pero que afecta radicalmente la experiencia de comer y beber. Por supuesto de la vista nace el amor, pero si me tengo que quejar que muchos restaurantes elite, sirven lo que llamo “plato de mermeladazo”, un plato enorme, una embarrada de mermelada, unas florecitas un trocito de carne o del alimento elegido, no digo que no tenga buen sabor, pero no es apetecible y te quedas con la sensación de hambre.

En fin, no interesa, sea en casa o en un restaurante, lo más importante es la compañía, siempre se disfruta la charla con un amigo sincero, real, en quien se confíe y te sientas tranquilo, hablando de temas interesantes y divertidos, pasando desde el perseverance, hasta a la vecina que no tiro la basura en el bote de inorgánica…  no hay nada que alimente más mi alma que compartir los bellos momentos con personas que quiero, tenía años de no vivirlo, había olvidado quién era y qué me gustaba, afortunadamente cada vez disfruto más de lo que me rodea, es una bomba de serotonina y dopamina en mi organismo.  ¿Qué tal unos taquitos de suadero, quien invita?

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