Miercoles, octubre 15, 2025

15 octubre, 2025

Redacción PH

En México, el poder cambia de manos, no de forma

Luis Enrique Sánchez Fernández

En México hemos vivido la alternancia sin verdadera transformación del poder.

El PRI gobernó más de 70 años; el PAN llegó prometiendo ética y democracia; luego regresó el PRI disfrazado de modernidad, y finalmente el poder se tiñó de un nuevo color llamado “Cuarta Transformación”. Pero, en el fondo, la forma de ejercer la política sigue siendo la misma: centralizada, clientelar y simbólicamente autoritaria.

El cambio de siglas no cambió las lógicas del mando.

El presidencialismo no desapareció: se adaptó. Antes el presidente era el “primer priista del país”; ahora es el portavoz del pueblo, pero su palabra pesa igual o más. La concentración del poder ejecutivo, la subordinación de los otros poderes y el uso político de los recursos públicos se mantienen como ejes de gobierno, cualquiera que sea el partido.

El clientelismo tampoco se ha ido.

Antes se llamaba “solidaridad” o “prospera”; hoy se llama “bienestar”. La idea es idéntica: convertir la ayuda social en una red de lealtades políticas. El ciudadano no es un sujeto con derechos, sino un beneficiario agradecido.

Cambian los nombres, los logos y los discursos, pero el mecanismo es el mismo.

La comunicación del poder también conserva su esencia: propaganda con rostro distinto.

Antes los informes se leían con solemnidad y aplausos; hoy se improvisan frente a cámaras y redes sociales. Antes se usaba Televisa; hoy, las “mañaneras”. El mensaje es igual: el poder necesita narrar su propia grandeza cada mañana.

Los partidos, que deberían ser contrapesos, se han convertido en instrumentos temporales del poder.

El PRI lo usó como maquinaria de control; el PAN, como empresa de gobierno; Morena, como movimiento de masas. En todos los casos, el partido en el poder se confunde con el Estado. La política no se practica para construir instituciones, sino para administrarlas según los tiempos del grupo dominante.

La diferencia, quizás, está solo en la retórica.

El PRI gobernaba en nombre del progreso, el PAN en nombre de la moral, y Morena en nombre del pueblo. Pero detrás del discurso, el poder se sigue ejerciendo como patrimonio: el que lo conquista, lo administra; el que lo pierde, espera su turno para volver.

En esencia, en México, los partidos cambian los colores de la fachada, pero no los cimientos del edificio.

El poder no se comparte: se redecora.
Los políticos, los actores, son, en esencia, los mismos, están cortados por la misma tijera. Solo cambian el color de la vestimenta y actualizan su discurso, no más.

Y la política sigue siendo, más que un proyecto de Estado, un arte de control disfrazado de democracia.

Es cuanto.

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Redacción PH

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