“Los más fuertes no negocian mas que si dictan
las condiciones y son obedecidos”.
Napoleón Bonaparte

Mi abuela contaba un dicho que me parece de lo más gracioso pero contundente: “entre arañas no se pican”. Para el caso de la reciente crisis entre Estados Unidos y México, iniciada por Donald Trump y alimentada por la inoperancia y falta de estrategia del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, se ajusta bastante bien. Después de días de negociaciones y ataques tuiteros del presidente norteamericano; de una continuada estrategia de AMLO alineada al “calladito me veo más bonito”; y la sujeción del gobierno mexicano a toda petición hecha desde la Casa Blanca (que, por cierto, no conocemos a detalle), el castigo anunciado de imponer el 5% de aranceles a todas las importaciones provenientes de México, no va. Castigo que, dicho sea de paso, contravenía todas las reglas: las del TLCAN aún vigentes y las de la OMC (Organización Mundial de Comercio) a la cual pertenecemos.

Y así, tras una semana de tensión y presión, ninguno se picó. En lo personal, ambos ganaron. Porque para nadie es un secreto que las últimas amenazas de Trump tienen que ver con su interés en reelegirse como presidente de los Estados Unidos. Le fue, le es y le seguirá siendo redituable el discurso antinmigrante, antimexicano y anti todo lo que considera no es puramente americano. Y, aunque esta es una realidad evidente, no podemos negar el hecho de que la Administración Lopezobradorista no cuenta con una política seria con respecto a la creciente migración de centroamericanos (en su mayoría), africanos y cubanos que se adentran desde nuestra frontera sur, con el deseo de cruzar hacia nuestro vecino del norte. Incluso llegó a alentarla como presidente electo. Las cifras son alarmantes.

Este amago de guerra comercial que culminó con una negociación de varios días y de la cual, aún no conocemos TODO lo pactado, no será el último. A Donald Trump le conviene seguir presionándonos por esa misma vía para tocar todos y cada uno de los temas que ensalzan el nacionalismo norteamericano.

Pero eso no le importa a López Obrador. Esta crisis también le representó la gran oportunidad de montarse en lo que, hasta el momento pareciera, es en lo único que es altamente eficiente: promover su imagen. Porque no nos equivoquemos, toda su estrategia de gobierno está centrada en la acumulación de poder y, por tanto, en las siguientes elecciones.

De ahí que, su gran aporte a esta crisis fue la convocatoria a un mitin masivo (Acto de Unidad para defender la dignidad de México y en favor de la amistad con el pueblo de Estados Unidos) en Tijuana, frontera con Estados Unidos, primero contra la imposición de aranceles y, una vez que se anunció se cancelaban, como un festejo por el éxito de las negociaciones con el gobierno norteamericano.

La COPARMEX y varios actores políticos, sociales y civiles reaccionaron en contra al considerarlo un acto ocioso e innecesario. Nada más ajeno a la lógica de nuestro presidente. Para él es muy necesario. Aunque, en realidad, es un despropósito si lo consideramos como lo que se supone es: un Jefe de Estado.

De Tijuana, seguirá con su tour de la victoria, pues de aquí al primero de julio, visitará todos los estados del país en clara celebración por el primer aniversario de su triunfo electoral.

Dos presidentes muy parecidos en sus formas de gobernar: sin respeto a las leyes, a las instituciones y con claros objetivos electorales. Por eso, durante esta crisis, Trump no le habló a México, su discurso iba dirigido a sus electores. De igual manera, AMLO no le contestó a Trump, tampoco les habló a todos los mexicanos. Lo hizo a sus bases, a su segmento electoral, a su pueblo bueno.

Eso es lo importante para él. Mientras, que la austeridad franciscana continúe con la implosión del sector salud, educativo, científico, deportivo, cultural, turístico y los que se vayan sumando cada semana; que las calificadoras sigan hablando; que la economía siga en picada, que las inversiones y el país sigan paralizados. ¡Qué diablos! Nuestro presidente tiene prioridades y no son las nuestras.

Y es por eso que, a López Obrador, lo tienen sin cuidado las relaciones internacionales. De ahí que no asistirá a la reunión del G20 en Osaka, Japón a finales de este mes. Por primera vez no acudirá el presidente de México. Aunque, al igual que sucedió con el tema migratorio, ya anunció que enviará otra carta. Seguro los líderes de los países que lo integran y que representan el 80% del PIB mundial, la esperan con ansias.

Y también ello es consecuencia de que hoy, vergonzosamente, México se va a convertir en el muro contra la migración que tanto pregonó Trump. Nuestra frontera sur será militarizada y miles de hermanos centroamericanos serán regresados a sus países de origen con la muy posible violación a sus derechos humanos.

A lo largo de la historia de nuestro país, hemos tenido periodos de política exterior pasiva y también activa, ambas con sus pros y contras, pero con estrategias claras. Este sexenio no tenemos ni una ni otra, entramos en un periodo de política exterior que, podríamos llamar muerta y que, además, alarmantemente va en congruencia con la política interior que también está muerta. No podía ser de otra forma.

Todo es un desorden. Una política interior basada en la austeridad, el uso de recursos públicos para programas clientelares con objetivos evidentemente electorales y obras monumentales, disparatadas y costosísimas, que mantienen al país paralizado. Y una política exterior epistolar cuyo punto más notorio es el aislamiento de México frente al mundo.

Este aislacionismo y pasividad provocará, como ha sucedido en otras épocas y como vimos con esta crisis binacional, una concentración brutal de nuestras relaciones con Estados Unidos y la debilidad que ello conlleva.

Por lo pronto, dejaremos que nuestro Hombre de Estado, nuestro Estadista, se autofesteje, porque la realidad del país le alcanzará y nos alcanzará más temprano que tarde.