“Houston, tenemos un aula vacía”
“Houston, tenemos un aula vacía”
La ilusión digital del aprendizaje sin maestro
“¿Qué se perdió un alumno que faltó a mi clase?” —pregunta un docente en un video que se viraliza en redes como una revelación pedagógica. “Y si lo que se perdió lo encuentra en internet… entonces Houston, estamos en problemas.” Y sí. Lo estamos. Pero no por la razón que muchos creen.
Vivimos en una época en la que la verdad se ha externalizado a los algoritmos y el saber se ha tercerizado al primer resultado de Google. En lugar de preguntarnos por el sentido profundo de la educación, nos hemos resignado a una visión utilitarista, de escáner superficial, donde aprender es sinónimo de acumular datos y la escuela se convierte en un centro de distribución de PDFs. Una especie de Amazon Prime del conocimiento rápido.
Esta narrativa —que reduce la labor docente a la de un emisor redundante frente a una Wikipedia omnipresente— no solo es preocupante, es peligrosa. Bajo la bandera del acceso libre al conocimiento, se está justificando la desintegración del aula como espacio de pensamiento crítico. Nos estamos convirtiendo en consumidores de información más que en sujetos pensantes. Y lo peor es que lo aplaudimos como si fuera progreso.
Porque sí: claro que San Martín cruzó los Andes. Eso está en internet. También está en internet el terraplanismo, el negacionismo climático, las teorías antivacunas, y las interpretaciones más banales de Kant. La información no es conocimiento. El conocimiento no es pensamiento. Y el pensamiento no ocurre en solitario, aislado frente a una pantalla.

La escuela, el aula, el encuentro presencial no son meros trámites logísticos. Son territorios políticos donde se entrena la disidencia, se ejercita la escucha activa, se modela la tolerancia al desacuerdo y se descubre —por vía de la confrontación con el otro— lo limitado de nuestras propias ideas. No hay algoritmo que reemplace el temblor existencial que causa una buena clase, de esas que incomodan, que exigen, que despiertan. Y no hay WiFi que sustituya el silencio colectivo de un grupo que por fin entendió algo difícil.
El problema no es que los estudiantes busquen respuestas en internet. El problema es que la escuela les haya renunciado a las preguntas. Que se les diga, como si fuera virtud, que mejor se queden en casa. Que el docente asuma que su rol ha caducado porque alguien en TikTok lo explicó “más claro”.
Esto no es una crítica romántica de la vieja escuela. Es una advertencia: estamos desmantelando el pensamiento crítico mientras creemos estar democratizando el conocimiento. Lo que viene detrás no es una generación autodidacta, sino una masa desorientada, moldeada por burbujas de confirmación, incapaz de sostener una conversación compleja sin desviar la mirada hacia su celular.
Si los profesores repiten datos que se pueden buscar, no es porque sean malos docentes, sino porque el sistema educativo los obliga a ser reproductores en lugar de provocadores. Porque se nos exige cubrir programas absurdos, plagados de contenido inútil, evaluados con métricas que premian la memorización y castigan la creatividad. Porque enseñar a pensar no cabe en una rúbrica.
Y si los alumnos se aburren, si sienten que “no se pierden de nada”, quizá el problema no es el aula, sino el modelo educativo que vació de sentido la clase para llenarla de PowerPoints y estándares.
El Apolo 13 no falló por un tornillo. Falló por un sistema que no previó el error humano. Nosotros tampoco estamos fallando por los alumnos o los profesores: estamos fallando por un sistema que ha confundido acceso con aprendizaje, datos con sabiduría, tecnología con pedagogía.
Sí, Houston: estamos en problemas.
Pero no porque el estudiante encuentre las respuestas en internet.
Sino porque nadie le está enseñando a dudar de ellas.
Autor
Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz
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Grupo de Telegram: https://t.me/profesorluisenrique
Autor
Luis Enrique Sánchez Díaz
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