«El 20 de noviembre del año de gracia de 1778 hizo su entrada en el mundo y le dio la primera luz. En la pila bautismal le pusieron por nombre este calendario: María Ignacia, Javiera, Rafaela, Agustina, Feliciana. En buena consonancia con tal retahíla eran sus apellidos: Rodríguez de Velasco, Osorio, Barba, Jiménez, Bello de Pereyra, Fernández de Córdoba, Salas, Solano y Garfias.»

Pues esa larga lista de nombres y de encumbrados apellidos que llevó una dama perteneciente a la alta sociedad novohispana, quedó simplemente en el sobrenombre por el que la conocemos hasta nuestros días:  la Güera Rodríguez.

Dicen que poseía una inteligencia fuera de serie, que era muy bella y desenvuelta, también que era graciosa y elegante; que todo el que la conocía no la olvidaba jamás. Esto último debe ser cierto, porque han transcurrido más de dos siglos desde su nacimiento y María Ignacia Rodríguez es una de las figuras de la Historia nacional que más fascinación provoca.

La Güera Rodríguez, pertenecía a una de las principales familias de la Nueva España; su padre era don Antonio Rodríguez de Velasco, regidor perpetuo en el Ayuntamiento y alférez real; alcalde honorario de la Sala del Crimen de la Real Audiencia; miembro del Consejo de su Majestad y del Ilustre Colegio de Abogados, y su madre, doña María Ignacia Osorio Barba, también provenía de otra ilustre familia novohispana. María Ignacia fue la primera hija de ese matrimonio y destacó por su gracia, talento y extraordinaria belleza Cuando tenía quince años de edad, contrajo nupcias con don José Gerónimo López de Peralta de Villar Villamil y Primo, quién se desempeñaba como teniente del Batallón del Regimiento de Milicias Provinciales; al cual de nada le sirvieron tantos nombres, ni cargos, ni su ilustre linaje, ya que, simplemente, era un marido celoso y golpeador.

Aquí, es en donde la historia se vuelve interesante, resulta que en esa época los  maridos se sentían con total derecho de tratar a sus esposas del modo en que se les antojara, ya que ellas prácticamente constituían un objeto más de su propiedad y les resultaba muy conveniente que fueran hermosas, educadas y con talento; ya que eso solo aumentaba los dones del señor; los grandes vestidos y las joyas, eran regalos que simplemente servían para que representaran adecuadamente su papel en la sociedad, y, por supuesto, que muchas señoras sufrían maltratos y vejaciones en la intimidad; pero con lo que no contaba el señor Villamil era con el carácter de su esposa, ya que cierto día y fiel a su costumbre, la acusó de adúltera, la golpeó e incluso le disparó, y si la Güera Rodríguez, salvó la vida, únicamente fue porque el arma falló. En ese momento, ella decidió poner fin a esa situación y abandonó a su esposo; horas después de los acontecimientos, se presentó ante el propio virrey para interponer una denuncia por maltrato en contra de Villamil.

La situación trajo diversas consecuencias, sobre todo sociales, ya que el escándalo fue enorme, pero así se empezó a gestar la leyenda de la Güera Rodríguez, dando paso a considerarla desde dos puntos de vista diametralmente opuestos: algunos la han tildado de adúltera y casi promiscua, ya que se dice que entre sus amantes estuvieron Agustín de Iturbide, Alexander Von Humboldt y hasta Simón Bolívar; y, por otra parte, gracias a su decisión de no permitir el maltrato, a su inteligencia y a su participación en la guerra de independencia, actualmente, es considerada estandarte del feminismo.

La Güera Rodríguez se ha convertido en un mito, y no podría ser de otro modo, ya que su vida y su propia persona, tenían todos los elementos para mezclar realidad y fantasía. Hasta la fecha podemos acudir al centro de la Ciudad de México y en la calle de Madero, buscar el lugar en donde se encontraba su casa; situación relevante, porque, – cuentan los que saben -, que el mismo Agustín de Iturbide, desvío el paso del ejército en su marcha triunfal, para pasar precisamente por esa calle y así, saludar a la bellísima María Ignacia, en agradecimiento a su colaboración con la causa independentista; aunque los rumores de la época, decían que la verdadera razón por la que desvío el desfile, cuya marcha original era la calle de Tacuba, fue porque estaba perdidamente enamorado de ella y quería pasar por su balcón.

En la misma calle, en el templo de San Felipe Neri, conocido por todos como La Profesa, se encuentra una hermosa imagen de la Virgen de los Dolores, y, según dicen, su rostro está basado en el de la Güera; existen pocos retratos de María Ignacia, como para hacer una comparación, pero la visita a La Profesa, le da esplendor al paseo.

Así son las historias que rodean a María Ignacia Rodríguez, verdades adornadas de ficción o ficciones con algo de verdad, pero definitivamente son sumamente atractivas; claro que algunos historiadores se han dedicado a desmitificarla ofreciendo una versión más real de su vida, pero, aunque busquen y comprueben datos, difícilmente se terminará la leyenda, y, sobre todo, la principal referencia que existe de la vida de la Güera Rodríguez, siempre será el libro de don Artemio de Valle-Arizpe.

“La Güera Rodríguez”, es una obra entretenidísima y francamente divertida, que nos acerca a la leyenda llamada María Ignacia Rodríguez; con la libertad que dan las biografías noveladas, y por supuesto que, con el lenguaje propio de la época; ya que fue publicada – por primera vez – en 1949, pero qué mejor que sean las palabras del propio Artemio de Valle- Arizpe, las que hablen de su obra:

«El propósito de este relato es presentar un momento de la sensibilidad mexicana en torno a una de las figuras más brillantes. Como esta figura nos parece rodeada de episodios un tanto cuanto picarescos que dan al cuadro de época su íntima y acabada razón, se ha preferido que este libro circule sólo entre contados estudiosos del pasado mexicano, que seguramente se acercarán a él con el mismo ánimo candoroso que ha inspirado al autor. Nadie ha querido aquí halagar bajos estímulos. Digamos como Montaigne: “Este es un libro de buena fe”.»

Entonces, como dijo De Valle-Arizpe, no hay que desperdiciar la oportunidad de contarnos entre los selectos estudiosos del pasado mexicano, y dispongámonos a pasar buenos momentos, con la lectura de esta amena versión de la vida de doña María Ignacia, Javiera, Rafaela, Agustina, Feliciana. Rodríguez de Velasco, Osorio, Barba, Jiménez, Bello de Pereyra, Fernández de Córdoba, Salas, Solano y Garfias; o simplemente la Güera – como le decimos sus amigos –.

Adriana Hernández Morales

Título: La Güera Rodríguez

Autor: Artemio de Valle – Arizpe

Año de Publicación: 1949

Editorial: Lectorum

Mi correo: adrianahernandez1924@gmail.com


Adriana Hernández, es miembro del Club Nacional de Lectura Las Aureolas, club fundado por Alejandro Aura en 1995. Es además una mujer comprometida con las causas sociales, abogada de profesión y lectora por vocación.