La República Amorosa de los Castigos Ejemplares
Segunda entrega de 7 de la serie editorial para Periodismo Hoy: “El Gobernador y sus Sombras”
Por Dr. Luis Enrique Sánchez Díaz

En este país ya aprendimos que las palabras más dulces a veces vienen con los golpes más duros. No nos hagamos. Desde que la política se convirtió en un espectáculo afectivo, en un drama sentimental con protagonistas de rostro afable y discursos de abrazo, el poder encontró su mejor máscara: la del padre bueno que castiga porque ama. Puebla, tan propensa a los símbolos como a la obediencia, no se salvó de ese nuevo guion. Y ahí está Alejandro Armenta, vestido de presidente escolar, hablándonos de valores, de respeto, de niños en bicicleta… mientras afila las herramientas del control con la otra mano.
Esto ya lo vimos. Lo vivimos con los tecnócratas de sonrisa de Harvard y el bastón de mando neoliberal. Lo sufrimos con los gobernadores que juraban amar a su gente y acabaron vendiendo hasta el suelo que pisaban. La diferencia es que ahora se dice con palabras nuevas: “república amorosa”, “transformación”, “bienestar”… pero el método es el mismo. Se trata de domesticar al disidente, de enseñarle a hablar con respeto (es decir, con miedo), de disfrazar la censura con una pedagogía moral.
Porque eso es lo que hay detrás del Armenta que todos los días nos da cátedra sobre civismo desde la conferencia. Un intento desesperado por ser el López Obrador de Puebla, pero sin tener ni la historia ni la legitimidad. Entonces compensa con formas: con una estética de la corrección, de la bondad fingida, de la familia bien portada. Y no está solo. Tiene a su aparato, a sus operadores, a sus voceros con guayabera limpia, a su prensa oficialista lista para convertir cada advertencia en frase de sabiduría.
Pero algo se le escapa. Y es que el cariño no se decreta. Y el respeto no se impone. Por eso necesita castigar. Por eso necesita que sepamos que puede silenciar cuentas, cerrar micrófonos, abrir carpetas, girar oficios. Porque sin ese miedo simbólico, su discurso se deshace. Se vuelve caricatura. Se vuelve meme. Y lo que más teme Alejandro Armenta es el ridículo. El que alguien le diga, en voz alta, lo que muchos piensan en silencio: que está gobernando como si Puebla fuera su página de Facebook y él su community manager ofendido.
¿Y luego qué? ¿Vamos a seguir permitiendo que nos hablen de amor mientras nos persiguen? ¿Vamos a aceptar que cada crítica se convierta en una falta de respeto? ¿Que el desacuerdo sea tratado como delito? No, carajo. No estamos en la república de los abrazos. Estamos en la de los castigos ejemplares, adornados con frases motivacionales.
Yo he visto a más de uno terminar así: creyendo que la gobernabilidad es una campaña permanente, que basta con decir lo correcto para que la realidad obedezca. Pero Puebla no es un slogan. Ni un cartel institucional. Puebla es terca, herida, profundamente desconfiada. Y cada vez que un gobernador pretende reeducarla, la historia lo pone en su lugar. A veces rápido. A veces tarde. Pero siempre lo pone.
Y ojo, porque no se trata de gritar “¡censura!” cada que alguien llora por un tuit. Se trata de señalar el patrón: el sistema que convierte toda disidencia en ofensa, toda crítica en traición, todo meme en amenaza. Eso, eso sí es peligroso. Porque normaliza la vigilancia. Porque convierte al poder en tutor emocional de una ciudadanía que no pidió consejos, sino justicia.
Así que no, señor gobernador. No es amor. Es control. Y lo decimos sin odio, sin miedo… pero también sin respeto obligado. Porque uno no puede respetar a quien lo quiere bien portado, pero mudo. Porque esto que hacemos —escribir, pensar, disentir— es precisamente lo que el poder debería proteger. No perseguir.
Avance la tercera entrega:
Del camote al algoritmo, es el título de nuestra tercera de 7 entregas, donde hablaremos de cómo el deseo de controlar la narrativa pública llevó al gobierno a enfrentarse con el lenguaje digital, con consecuencias tan ridículas como reveladoras. No se lo pierda
Luis Enrique Sánchez Díaz es doctor, profesor e investigador de tiempo completo en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Pero, ante todo, es un lector inconforme y un observador feroz de las estructuras del poder. Con más de veinte años de experiencia académica y un colmillo afilado para detectar la hipocresía institucional, combina la erudición con la ironía en cada línea que escribe. No teme decir lo que otros apenas se atreven a pensar, y mucho menos cuando el poder pretende disfrazarse de virtud. Colabora en medios críticos como Periodismo Hoy, donde su pluma —filosa, documentada y libre— se ha vuelto una piedra en el zapato de los autoritarismos disfrazados de democracia.
Autor
Luis Enrique Sánchez Díaz
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