Dos mujeres de la política poblana hoy nos dejan en claro que el género no es garantía para erradicar corrupción, viejas prácticas y violencia política en razón de género.

Entre Genoveva Huerta, líder del PAN Estatal y Claudia Rivera Vivanco, presidenta municipal de Puebla hay paralelismos que las hacen muy parecidas colocándolas como un claro ejemplo de querer mantenerse en el poder sólo para “poder”.

Ambas llegaron al poder no por méritos personales. A la panista, Rafael y Martha Erika Moreno Valle la pusieron como “ama de llaves” para recibir órdenes. La morenista ganó por la ola de votos hacia el Presidente AMLO, no por ella y mucho menos por sus propuestas.

Ambas no le hicieron ningún favor al feminismo. Se rodearon en su mayoría de hombres, podemos decir, de truculentos asesores. Una deambulaba perdida en el PAN con su violín en mano. La otra estaba perdida como una burócrata más del INEGI.

Ambas se deslumbraron con el resplandor que da la maniobra, los contratos, el status quo de personajes que supieron hablarles al oído para decirles que podían “pertenecer” a esos grupos que ni en sueños hubieran podido entrar.

A una le gustó comprar casas y casas. A la otra la engolosinó vivir en Lomas de Angelópolis.

Sus vocerías son una evocación de los pasados recientes en Puebla. La panista rescató a la vocera del morenovallismo. La morenista rescató a la “predicadora” del marinismo.

Genoveva y su asesor Eduardo Alcántara hicieron un festín con la presunta venta de candidaturas. Claudia y su asesor Andrés García Viveros lo hicieron con contratos y millonarias adjudicaciones.

Genoveva desplegó a todos sus “compinches” para ser beneficiarios de una candidatura. Claudia desplegó a sus cómplices para buscar cargos de elección popular.

Ambas ondean banderas rasgadas de retórica con su propia misoginia que aplican al interior de sus equipos.

Genoveva calla frente a las denuncias de acoso sexual en contra de su asesor.

Claudia ignoró y minimizó las acusaciones de hostigamiento sexual en contra de su también asesor.

Ambas en distintos momentos han denunciado violencia política en razón de género, cuando también la han ejercido pero tras bambalinas.

En su tiro al blanco, Genoveva y Claudia le han soltado dardos envenenamos al gobernador Miguel Barbosa.

El nepotismo para ambas se convirtió en el “PAN” de cada día.

Genoveva empleó a su novio en su mismísimo partido. Al cuñado le dio candidatura para diputación local.

Claudia emuló a la Familia Burrón y con ella apuntaló aspiraciones y posiciones. Los hermanos, la mamá, el cuñado, todos charoleando en la 4T.

Ambas viven con el síndrome de la negación. Una está convencida que sus “candidatos” entre los que figuran: La hermana de delincuentes, un acosador sexual y el hijo de una “doméstica” del morenovallismo, entre otros, son los nuevos rostros de su victoria personal.

La otra se disfraza de “Pro” y se rodea de los típicos aplaudidores que van tras el hueso.

Todos ellos cobijan a la alcaldesa de los pobres, la que hoy come langostinos y bebe möet.

Ambas son ideológicamente opuestas y a la vez simétricamente parecidas en sus ambiciones de poder.

Que el activismo pro mujeres no se use como trampolín para ambiciones políticas personales.

Las mujeres también debemos identificar oportunismos con los que se simulan causas y en realidad se comercializa con aspiraciones personales en busca de fuero e impunidad para evadir rendición de cuentas y acciones judiciales.

@rubysoriano
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