Magia cierta
I
La noche caía como un manto de seda negra sobre el horizonte, mientras Lucía caminaba por las calles de un pueblo olvidado por el tiempo. La última luz del sol dibujaba sombras alargadas que parecían extenderse para abrazarla. Había llegado allí en busca de respuestas, de algo que diera sentido a las grietas que sentía en su interior.
En una esquina, un anciano con ojos penetrantes ofrecía amuletos en un pequeño puesto improvisado. “Cada uno tiene su poder”, le dijo, extendiendo un pequeño anillo de plata con un símbolo extraño. Ella lo tomó entre sus dedos y sintió una vibración sutil, un eco de algo más grande. “No es el amuleto, es lo que tú pones en él”, agregó el anciano, con una sonrisa enigmática.
Lucía no respondió, pero el anillo se quedó en su mano mientras avanzaba, buscando algo que aún no entendía.
II
Esa noche, Lucía se encerró en la habitación de una vieja posada. El anillo descansaba sobre la mesa junto a una vela que proyectaba sombras danzantes en las paredes. Algo la impulsó a escribir en su diario, a desahogar las palabras que se arremolinaban en su mente:
Te nombraré mi amuleto,
llenarás mis lagunas,
cubrirás mis huecos,
darás contenido a la vacante,
serás la fortaleza
de la débil tropa
que protege la plaza
que guarece mi turbina escarlata.
Diré que eres mi talismán,
como aquel que aferrado al pecho
acompaña a Margarita,
a Lupita,
a Juan
o a Pedro,
a cruzar el Desierto de Arizona
y sortear las balas
de los cazadores de migrantes.
Te equipararé al anillo
que el Mago
le dio en su iniciación
al neófito
para recordarle su nombre místico,
su identidad en lo oculto
y su misión en la tercera dimensión.
Te nombraré. APR. Julio, 2020.
Las palabras fluían como un río imparable, llenando páginas con pensamientos que nunca había expresado en voz alta. Cuando terminó, sintió un extraño alivio, como si el anillo hubiera escuchado su confesión.
III
Al día siguiente, Lucía despertó con la sensación de haber soñado algo importante, aunque no recordaba qué. Cuando buscó el anillo, este ya no estaba en la mesa. Miró frenéticamente por toda la habitación, pero no lo encontró.
Desesperada, salió a buscar al anciano, recorriendo cada callejón del pueblo, cada rincón donde podía haber estado su puesto. Sin embargo, el hombre había desaparecido, como si nunca hubiera existido.
Sintió un vacío crecer en su pecho. No era solo el anillo lo que faltaba, sino algo más profundo, como si el objeto hubiera llevado consigo una parte de ella.
IV
En medio de su angustia, Lucía se sentó en un banco de la plaza central. Sacó su diario y, con una pluma temblorosa, comenzó a escribir de nuevo:
Tu ausencia se llevó mi suerte,
si no estás de poco sirven:
mi pata de conejo,
mi trébol de cuatro hojas,
mi trol narigón,
mi corona de ajos machos,
mi maceta de sábila,
mi gato japonés,
mi cazador de sueños,
mi elefante de marfil,
mi Buda panzón,
mis borreguitos lanudos,
mi herradura forjada,
mi collar de obsidiana,
mi pulsera de ámbar,
mi ceñidor rojo,
mis calzoncillos amarillos,
y mi bala de plata grabada.
Te fuiste y te llevaste
mi pensamiento mágico,
mi confianza en los amuletos,
y mi poder de convencimiento.
Te fuiste
y te llevaste al chamán,
al vidente,
al médium
y solo el profeta resistió
los embates del olvido y de la distancia;
únicamente él supo descifrar
las largas horas de oración y mortificación,
que solo son máscara de la redención profunda,
con la que nada pueden fetiches,
talismanes ni falsos rezos.
Amuletos. APR. Agosto, 2019.
Cerró el diario con fuerza, sintiendo una mezcla de ira y tristeza. ¿Por qué algo tan pequeño podía significar tanto?
V
Esa noche, Lucía caminó hasta las afueras del pueblo, donde una colina se alzaba sobre el valle. El viento frío la envolvía, pero no retrocedió. Al llegar a la cima, se encontró con un círculo de piedras dispuestas alrededor de una figura grabada en el suelo: el mismo símbolo que había visto en el anillo.
De pronto, sintió una presencia detrás de ella. Se giró y allí estaba el anciano, observándola con una mezcla de ternura y firmeza.
“Siempre estuvo en ti, Lucía”, dijo, señalando su corazón. “El anillo era solo un recordatorio. Ahora que lo has perdido, debes descubrir tu verdadero poder”.
Lucía cerró los ojos, dejando que sus palabras resonaran en su interior. Sintió una chispa, un fuego que nacía en su pecho y se expandía hacia sus extremidades. El vacío que había sentido desapareció, reemplazado por una certeza inquebrantable.
VI
Lucía regresó al pueblo al amanecer. Los colores del cielo teñían las casas de un dorado suave, y por primera vez en mucho tiempo, sentía paz. Entró a la posada, recogió sus cosas y se preparó para partir.
Antes de irse, escribió una última entrada en su diario:
“El amuleto nunca fue el anillo, ni las palabras, ni siquiera las personas que he encontrado en el camino. Soy yo, con mis heridas y mis fuerzas, mi luz y mi sombra, la que tiene el poder de transformar. El anciano tenía razón: no es el objeto, es lo que llevo dentro. Hoy parto con menos peso y más claridad. Tal vez eso sea la verdadera magia”.
Con el diario bajo el brazo, Lucía se subió al autobús que la llevaría de vuelta a casa. Mientras el vehículo se alejaba del pueblo, miró hacia atrás una última vez. En su mente, resonaban las palabras del anciano: “Siempre estuvo en ti”.
VII
El tiempo siguió su marcha. Lucía ya no cree en los amuletos. ¿Acaso no somos todos el talismán que buscamos? ¿Qué otra magia es más cierta?
Abel Pérez Rojas ([email protected]) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta
Autor
Abel Pérez Rojas
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