Por Luis Enrique Sánchez Díaz

En política, hay silencios más ruidosos que las declaraciones. Pero cuando la presidenta de la República habla, y lo hace con claridad meridiana, el silencio deja de ser opción. Esta semana, Claudia Sheinbaum dejó en claro que no respaldará leyes que promuevan la censura, en referencia directa al artículo 480 del Código Penal del estado de Puebla, mejor conocido —con justicia— como la Ley Ciberasedio o, como la ha bautizado la sociedad civil: la Ley Mordaza.

“No vamos a estar de acuerdo con un artículo que promueva la censura.”
—Claudia Sheinbaum, Palacio Nacional, junio de 2025.

El mensaje fue directo. No hubo metáforas. No se trató de una interpretación ambigua ni de un deslinde diplomático. Fue, en todos los sentidos, un jalón de orejas presidencial al gobernador Alejandro Armenta y a su bancada legislativa, que aprobaron con velocidad sospechosa una norma que criminaliza la crítica, el disenso y la libertad de expresión digital.

El artículo 480: ambigüedad, persecución y control

El problema con el artículo 480 no es solo su contenido técnico —definiciones vagas, duplicidades legales, falta de taxatividad penal— sino el contexto político y la intención punitiva detrás de su promulgación. ¿Qué es “ciberasedio”? ¿Quién define cuándo un mensaje en redes deja de ser crítica legítima para convertirse en delito? ¿Quién decide si un hilo, una sátira o una denuncia en X, Facebook o TikTok constituye acoso o disenso?

La respuesta: el poder.

Y cuando el poder decide arbitrariamente qué voces se castigan y cuáles se premian, no estamos ante una ley, sino ante un instrumento de represión legalizada.

¿Por qué molesta la crítica?

La rapidez con que se aprobó la ley, la cerrazón al debate, la cancelación de foros y la estrategia de medios alineados al gobierno estatal dejan claro que esto no es una política pública para proteger a las infancias, como alegan sus defensores. Es un proyecto para disciplinar a la opinión pública, un intento de convertir a Puebla en un laboratorio de censura 2.0.

Y, sin embargo, el tiro les salió por la culata.

Activistas, periodistas, académicos, organismos internacionales y hasta especialistas en ciberseguridad —como el recientemente cesado Jesús Alfredo Páez San Martín— han señalado la inconstitucionalidad y los peligros de esta legislación. La ley, lejos de generar orden, activó la resistencia.

Cuando Sheinbaum rompe el pacto local

La declaración de la presidenta no solo es significativa por su contenido, sino por su timing. En plena luna de miel postelectoral, Sheinbaum ha decidido desmarcarse de una iniciativa armentista que huele a regresión autoritaria. Y eso, en términos políticos, rompe el blindaje narrativo del gobernador.

El armentismo se ha quedado sin coartada.

Lo que era presentado como “una ley para la seguridad digital” ahora es lo que siempre fue: una ley para silenciar la crítica. Y cuando el poder federal desautoriza públicamente al poder local, queda claro que el aislamiento es total.

El saldo político: fracaso y advertencia

La #LeyCiberasedio ya fracasó. No por voluntad del Congreso, sino por la presión de la ciudadanía, la comunidad digital y ahora también del gobierno federal. El caso de Puebla servirá como ejemplo —y advertencia— para otras entidades que pretendan seguir ese camino.

Hoy el pueblo de Puebla no solo ha desnudado un intento de censura: ha logrado que incluso el poder se distancie de su propio autoritarismo.

Y eso, en un país donde la represión se disfraza de ley, es una pequeña pero decisiva victoria democrática.

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Luis Enrique Sánchez Díaz es doctor, profesor e investigador de tiempo completo en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Pero, ante todo, es un lector inconforme y un observador feroz de las estructuras del poder. Con más de veinte años de experiencia académica y un colmillo afilado para detectar la hipocresía institucional, combina la erudición con la ironía en cada línea que escribe. No teme decir lo que otros apenas se atreven a pensar, y mucho menos cuando el poder pretende disfrazarse de virtud. Colabora en medios críticos como Periodismo Hoy, donde su pluma —filosa, documentada y libre— se ha vuelto una piedra en el zapato de los autoritarismos disfrazados de democracia.