Corrían los tiempos del poder absoluto en Puebla. La mano del morenovallismo aplastaba todo a su paso. Eran las buenas épocas de Eukid “Campeador” quien rodeado de sus “chicas” de apoyo legislativo entraba al salón de plenos en la LIX Legislatura desde donde tiraba línea para negociar y reprimir.

Ahí en su curul sonreía, se burlaba, aplacaba y soltaba la aplanadora de votos que como buenos carros romanos sólo dejaban pedacería legislativa.

En esas épocas me tocó presenciar uno de esos lúgubres y puntillosos despliegues mafiosos del principal operador morenovallista.

El escenario fue un hotel en pleno Centro Histórico poblano, hasta donde llegó el entonces Campeador flanqueado por su escolta y camioneta blindada, protegido con un despliegue de poderío que paralizó al personal de aquel lugar.

Rápido y presuroso ingresó a una suite hasta donde lo esperaban dos personajes de la política local.

Qué lejos había quedado aquel burócrata de la Sedecap. En esos tiempos se había convertido en el dedo flamígero del Gober.  Presumía su colección de arte y autos antiguos.

Ahí en esa suite fue rápido pero certero en su conversación.

Al más puro estilo siciliano preguntó a sus interlocutores: ¿A ver, qué quieren? Pidan que ando de buenas. “Dejen de hacer chingaderas y trabajen del lado correcto”.

La conversación se desvió por varios rumbos y personajes.

En menos de dos minutos, desbarató la reputación de sus compañeros de bancada a quienes llamó “pendejos” (Jorge Aguilar Chedraui y Paty Leal).

Luego deslizó información de la vida privada de más diputados y remató: “Yo hice a toda esa bola de pendejos. Están ahí por mi mano, porque los hice ganar elecciones”.

Directo se dirigió a aquellos personajes poblanos y tajante les dijo: “La próxima reunión será para saber que ya están de este lado”. Con tono burlón halagó la buena decoración del lugar y abandonó la habitación.

Así eran esos tiempos del absolutismo y las vendettas cobradas a la mínima provocación.

Los zapatos de Eukid no sólo pesaban en el Congreso, también se oían en la zona de La Paz, en aquellas oficinas hasta donde desfilaban los azules y no tan azules para pedir favores o “amnistías”.

Recuerdo a una mujer de la política local que a diario prendía dos veladoras: Una para su “gobernador” como ella le decía, y la otra para el jefe Eukid.

Ninguna estrategia de campaña le embonaba sin antes ir a preguntar a La Paz si Eukid le iba a dar “recurso” para aceitar la maquinaria del voto.

Embrutecidos por la soberbia del poder, así eran los hombres del morenovallismo, muchos de ellos, hoy guardan silencio para desviar la atención, algunos otros devuelven notarías y otros más, se disfrazan de diputados independientes intentando borrar sus excesos.

De los pasajes de Eukid “Campeador” recuerdo quizá uno de los más reprobables.

Dos escenarios, dos amigos empresarios, rebeldes y alzando la voz contra el poder absoluto de Rafael.

Fue entonces, cuando la voz de una mujer fuerte, entera, me llamó en una madrugada para decirme: “Me van a levantar”. Ella había sido amenazada por el hombre fuerte del gobernador Moreno Valle.

En el otro escenario, un amigo, un empresario. Eligió salir del país, luego volvió para ser obligado a aparecer junto a Martha Érika en campaña.

Ambos personajes vivieron en vilo, supieron que integridad y familia estaban a merced del entonces “Campeador”.

Estos eran los tiempos de esa “grandeza” morenovallista que muchos prefieren olvidar por los abusos y excesos de poder.

La reciente conversación donde Eukid amenaza a dos abogados sólo refleja lo que siempre fue. Un operador y mercenario del poder.

Y sin embargo, por ahí andan los “remedos” de “Eukid Campeador”, en otros partidos, con otros colores y en la región 4.

Ojo Señores, que en política la máxima letal siempre se cumple sin distinción alguna:

“Los carniceros de hoy, serán las reses del mañana”.

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