Por Ruby Soriano

La memoria es muy ingrata cuando muchos eligen olvidar esas fotografías que hasta hace tres o cuatro años, los colocaron al lado del hoy presunto feminicida Javier López Zavala.

De pronto ya nadie es su amigo, ni tampoco lo conoció a fondo y mucho menos recibió regalos en efectivo de quien fuera candidato a la gubernatura y también operador del gobernador Miguel Barbosa, durante el proceso electoral con el que logró la victoria.

Ahora resulta que nadie comenta las noches de “franquechelas” en honor de varios periodistas que hoy tienden suntuosas columnas en contra del indiciado ex marinista.

Cuánta memoria habrán perdido sus voceros en turno Óscar de la Vega y Érika Jaramillo quienes seguro recordarán los vinos, las cervezas, los regalitos, las viandas y los jugosos convenios signados con muchos de los periodistas poblanos que hoy también olvidan haber cuidado al Gran “Zavalita”.

Los excesos del poder nos muestran la barbarie de los políticos que, sentados en la impunidad de un cargo o encomienda cometen toda serie de delitos que pocas veces trascienden.

Una gran parte del priismo y del periodismo poblano tuvieron que ver con Javier López Zavala. Conocieron ese estilo pueblerino y de priista lambiscón que daba alergia con tal sólo escuchar y ver sus ademanes de servilismo frente a José Antonio Meade, luego con el presidente AMLO y su última faena, como operador del gobernador Barbosa.

Zavala era la máxima representación del político chaquetero que corrompió lo que se le puso enfrente para llegar a ser, o más bien, sentir que podía ser.

Pagaba parrandas periodísticas, excesos de columnistas, daba cátedra de cómo entregar chayotes y también hacía negocios a conveniencia de sus propios intereses políticos.

López Zavala endilgó a sus voceros atribuirle el llamado “Zavalismo” como si con una palabra fuera a tener el poder que tanto le envidió a Rafael Moreno Valle.

Fue un hombre que en lo privado eludía su origen humilde, el que ensalzaba sólo en épocas electorales.

Quiso medirse al lado de varios empresarios poblanos que, si se subieron a su barco durante su candidatura a la gubernatura, fue sólo por interés y negocios.

El feminicidio de Cecilia Monzón sacó a flote el litigio que el ex marinista sostenía con ella por la pensión alimenticia de su hijo. También expuso los excesos de un hombre que ya no gozaba de ese poder que tanto buscó.

Muchos de los cómplices de “Zavalita” los llamo así, porque se guardan esos negocios, enjuagues y excesos que saben le gustaban a este personaje, sin embargo, hoy sólo lo señalan como el presunto homicida que tendrá que enfrentar la consecuencia de sus actos.

Aún recuerdo a su jefe de campaña el hoy senador Alejandro Armenta salir a reconocer la derrota de su candidato a gobernador, con una frase propia de la falta de inteligencia y congruencia en esos momentos: “No perdimos, nos ganaron”.

Ambos tenían esos pactos propios de la politiquería barata del tiempo priista donde se decían: “Uno jala al otro”.

La violencia inicia con la misoginia de muchos de estos personajes que siguen vendiéndonos historias que no son la realidad de sus vidas.

Algunos son golpeadores profesionales, violentan a sus empleadas, tienen hijos no reconocidos, son expertos en agresiones en el núcleo familiar y ejercen la violencia como actos de cotidianidad.

Ojalá no hubiese ocurrido ningún feminicidio más en Puebla para descubrir de la noche a la mañana que tenemos un gobernador feminista, de discurso y no de hechos.

La política es una gran fauna donde aún hay muchas fieras usando disfraz de oveja para seguir violentando a mujeres.