Por Marcela Jiménez Avendaño

“Mafalda no es solamente un personaje de historieta más…
Si para definirla se utilizó el adjetivo “contestataria”,
no es sólo para alinearla en la moda del anticonformismo
…Mafalda es una verdadera heroína “rebelde”,
que rechaza el mundo tal cual es…
En verdad, Mafalda tiene ideas confusas en materia política…
…Tiene en cambio una única certeza: no está satisfecha…”
Ensayo de Humberto Eco en la primera compilación
de tiras cómicas “Mafalda la Contestataria”.

Murió Quino, genio de la ironía y brillante observador de la condición humana. Mafalda, su legado, no se fue con él como tampoco lo hizo hace más de treinta años cuando dejó de publicar nuevas tiras cómicas.

Joaquín Lavado Tejón contaba que, su más conocido personaje, “nació por encargo de una agencia de publicidad” que deseaba presentar una marca de electrodomésticos de forma subliminal. Al final, su creación no se utilizó para ese fin y, con 12 tiras diseñadas y después de 12 años de ese primer intento, salió a la luz pública en 1964 y, a partir de ahí, fue leída por millones en el mundo, convirtiéndose en ícono de Argentina.

Quino logró sintetizar un mundo que estaba cambiando, en la imagen y reflexiones de una pequeña irreverente de 6 años que se revelaba, en cada aparición, contra todo el sistema de vida.

Pero, su aparición no fue casual, se circunscribe como parte de un fenómeno social antisistema que buscaba estilos de vida alternativos y contrarios a los que, hasta ese momento, habían sido impuestos por la familia y la sociedad.

Y todo en Mafalda lo representaba. De inicio, el personaje fue diseñado como un infante y, no solo eso, como una niña que además era revolucionaria, que interpelaba a sus padres y al mundo adulto con una racionalidad superior; una niña de clase media que se presentaba subversiva, pacifista y humanista; una niña que modelaba los nuevos roles que entonces empezaban a exigir mujeres y jóvenes, mientras la clase media se expandía también; una niña que se encolerizaba y decía malas palabras para subrayar las contradicciones sociales, culturales y políticas que se hacían evidentes conforme el mundo se modernizaba.

Y sus postulados no podían estar más sintonizados con los de las nuevas generaciones: libertad, igualdad, justicia, democracia.

En aquel convulso mundo en donde chocaban capitalismo y comunismo; consumismo y desigualdad, autoritarismo y democracia, jerarquías y luchas sociales, libertad de expresión y censura, etc., surgen a la par de Mafalda: una nueva consciencia, la contestataria y, una nueva postura, la rebeldía y la protesta. Se generalizan la confrontación generacional y las luchas obreras contra los poderes político y económico, contra los convencionalismos sociales, contra la exclusión de grupos minoritarios y clases populares y, en general, contra la forma de vida y pensamiento de la época; pero también se hace patente el debilitamiento de la democracia, la instalación de autoritarismos militares y represivos, las revueltas estudiantiles y el surgimiento de guerrillas urbanas. Y ante todo esto, Mafalda era testigo gráfico.

Hoy, podemos decir que el mundo y sus problemas no han cambiado mucho desde entonces. El capitalismo y el comunismo siguen siendo dos caras de la misma moneda. La riqueza se sigue jugando entre el Estado y las oligarquías. La desigualdad y la pobreza son símbolo del fracaso del sistema.

No es de asombrarse que, ante ello, surjan con fuerza nuevos autoritarismos que, aunque ahora asuman el poder no por la vía militar sino con indudable legitimidad democrática, de igual forma se apropian del Estado bajo el liderato de populistas de izquierda y de derecha que acomodan las leyes e instituciones a su conveniencia para concentran el poder en su persona.

Lo que si cambió es esa juventud rebelde y contestataria de entonces. Las nuevas generaciones de jóvenes se encuentran divididas entre millennials y centennials, ambas totalmente digitalizadase y estupidizadas ante sus contenidos y dinámicas. Los primeros están terminando sus estudios o se han incorporado de lleno en la vida laboral. Los segundos son básicamente niños y adolescentes.

Ambos grupos son sujetos de estudio permanente en materia de consumo, pero debiéramos ir más allá y enfocar nuestros esfuerzos para explorar su potencial para provocar cambios y crear nuevos sistemas de valores.

La principal diferencia entre ambos es que mientras los millennials presentan una gran apatía para generar proyectos de futuro, los centennials piensan en él y planifican conforme a ello. Pareciera entonces que nuestra esperanza se centraría en los más jóvenes que pueden apasionarse y comprometerse con causas, aunque aún no sabemos el daño que la pandemia del Covid 19 y la reclusión puedan hacer a su capacidad de integración social, más allá del que les procova su sobreexposición a las redes sociales.

La realidad es que a este mundo le urgen más Mafaldas. Necesitamos con urgencia nuevos contestatarios, nuevos soñadores de espíritu crítico y desafiante.

Pese a sus claroscuros, soy partidaria del Quino soñador y defensor de la democracia. Su silencio ante la peor etapa de horrores en su país o su acercamiento y defensa al régimen de Fidel Casto, contrapondrían esta posición, sin embargo, Mafalda reflejó siempre su compromiso con ello. Sin lugar a dudas, el personaje superó al creador, y la ideología y filosofía de la niña que quería cambiar el mundo, se mantuvieron íntegros.

Mafalda siguió, sigue y seguirá viva porque sus luchas y sueños son atemporales.

Sin utopías, sin sueños y soñadores, no hay esperanza y yo me niego a perderla. Le apuesto al despertar de nuestros jóvenes del adormecimiento que les genera la idiotización digital. El futuro está, literalmente, en sus manos.