Andrés Manuel López Obrador, expresidente de México
“El regalo más grande que puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida.”
Bertolt Brecht. Poeta alemán.
Cada mañana, al despertar en su casa de Palenque, Andrés Manuel López Obrador disfruta su sabroso puntal tabasqueño. Con taza en mano, sale a escuchar el bello canto de las aves tropicales, abraza sus árboles y conversa con ellos, con la conciencia tranquila de quien ha hecho algo bueno por su país.
Durante su paso por la presidencia, Andrés Manuel —como dicen los norteños— dejó chillando la víbora. Su política nacional, orientada al bienestar del pueblo, rompió los privilegios de muchos que aún no se resignan a haber perdido sus canonjías y privilegios.
Por eso, un día sí y otro también, respiran por las heridas infligidas por quien instrumentó un nuevo modelo de justicia social, dirigiendo los recursos públicos al pueblo y no a los medios de comunicación y grupos de desinformadores que durante años cobraron por alabar a los gobiernos neoliberales corruptos y traidores.
Sabemos que los años más difíciles de un expresidente comienzan cuando deja el poder. Mientras lo ejerce, su influencia es enorme. Pero al concluir su mandato, la realidad cambia drásticamente, solo se encuentra ante el juicio de su conciencia.
Esto ha sido así desde el nacimiento del presidencialismo mexicano. Desde Guadalupe Victoria hasta Enrique Peña Nieto, cada expresidente ha vivido esa etapa de manera distinta, pero siempre con el peso de su conciencia – que los acompañará el resto de sus días – al saber que sirvieron más a los ricos que al pueblo que los eligió.
¿Qué es un buen expresidente?
Es aquel que vive con discreción. Que no se inmiscuye en los asuntos públicos. Que entiende que su ciclo concluyó y que el nuevo gobierno tiene su propio tiempo histórico. Un buen expresidente se dedica a la vida privada, sin interferir, sin influir, sin pretender seguir gobernando desde la sombra. La máxima política es clara: cada presidente responde por la responsabilidad adquirida en su momento histórico.
A lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, México ha padecido conflictos derivados de la injerencia indebida de expresidentes que no supieron retirarse a tiempo. Porfirio Díaz y Francisco I. Madero, Venustiano Carranza y Álvaro Obregón, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas y Plutarco Elías Calles; Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría; Luis Echeverría y José López Portillo; Carlos Salinas y Ernesto Zedillo… todos vivieron episodios de confrontación, consecuencia de no entender los límites del poder.
La Constitución mexicana es precisa en su artículo 83: el periodo presidencial dura seis años, ni un minuto más. Quien no comprende eso, termina pagando su desubicación política —como reza la vieja frase popular—, con encierro, destierro o entierro.
En la etapa reciente, los expresidentes Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, confundiendo la libertad con la impunidad, han reaparecido en México, en conferencias, presentaciones de libros y declaraciones sobre los mismos problemas que ellos fueron incapaces de resolver, entrometiéndose en los asuntos del México actual.
Cuatro de ellos viven fuera del país: tres en España (Salinas, Peña y Calderón) y uno en Estados Unidos (Zedillo). Solo dos residen en México: Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador. Cada uno será juzgado por la historia, y el pueblo ya ha comenzado a dictar su veredicto.
A quienes desde la derecha y sus vocerías mediáticas claman todos los días por ver al expresidente López Obrador en público, conviene recordarles algo: respetar la Constitución y las reglas mínimas de urbanidad política no es esconderse. El tiempo del expresidente también es el de la reflexión, la escritura y la aportación intelectual. Ya llegará el momento de escucharle de nuevo, cuando presente su próxima obra sobre la historia de México.
Porque, en el fondo, la verdadera tranquilidad política no se obtiene con el poder, sino con la conciencia. La da saber que trabajaste por reducir la pobreza de tu pueblo, mientras que la intranquilidad nace de haber trabajado siempre al servicio de los ricos.
Ni más, ni menos.
Autor
Pedro Lara Hernández
Estudió Ciencias Políticas y Administración Pública en la UNAM. Diplomado en Política Gubernamental. Diplomado en Administración y Decisiones Financieras. Maestría en Ingeniería Económica Financiera. Ha colaborado en diferentes áreas en la administración pública federal y en los estados de Tabasco y Veracruz. Periodista y analista de la realidad política y económica de México.
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