16 noviembre, 2025
Luis Enrique Sánchez Fernández
La marcha de la Generación Z no es un fenómeno aislado ni una ocurrencia viral. Es la expresión pública de una generación que ha vivido entre dos realidades: la hipervigilancia digital y la violencia cotidiana que no distingue edades.
Los jóvenes salieron a la calle no porque alguien les dijera qué hacer, sino porque por primera vez descubrieron que podían reunir más gente con un meme que lo que muchos partidos logran con una estructura. Es el poder de lo inesperado: cuando una generación que siempre fue tratada como apática decide hablar, el país se ve obligado a escuchar.
El gobierno reaccionó como suelen hacerlo los gobiernos: tratando de explicar la protesta antes de entenderla. Hablaron de bots, de injerencias y de campañas. Puede ser cierto, puede no serlo; ese es un debate necesario. Pero lo evidente es otra cosa: el malestar es real. Lo que los llenó de hartazgo no fue un algoritmo sino la violencia, la impunidad y la sensación creciente de que la vida pública se aleja de ellos.
La oposición, una extraña mezcla de conservadores, ultraderecha, y políticos del pasado fuera del presupuesto, por su parte, intenta colgarse del movimiento. Una oportunidad como esta —una movilización masiva sin liderazgo fijo— es tentadora. Pero el Gen Z lo tiene claro: “no le des el micrófono a los políticos”. No quieren ser administrados ni convertidos en mercancía electoral.
Lo que vimos el 15N fue un espejo que incomoda al sistema. Un sistema que ya no entiende los lenguajes de las nuevas generaciones y que insiste en explicar la indignación con categorías viejas: izquierda, derecha, conservadores, neoliberales, progresistas. Para la Gen Z, esas etiquetas son cada vez más irrelevantes frente a problemas como el miedo a salir de noche o la normalización de la corrupción.
El verdadero desafío no es para los jóvenes, sino para el Estado. ¿Será capaz de leer este mensaje sin simplificarlo? ¿Podrá responder más allá del discurso? ¿Entenderá que la protesta juvenil no es una amenaza, sino una advertencia?
Las generaciones no piden permiso. Se manifiestan, irrumpen, incomodan. Y la Gen Z ya lo entendió: nuevos usos, costumbres, lenguajes y actitudes. Sus intereses están lejos, muy lejos, de los caducos poderes.
Es cuanto.
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