Lunes, diciembre 08, 2025

30 agosto, 2025

Luis Enrique Sánchez Fernández

Alito VS Noroña, cuando la política pierde y el madrazo gana

Luis Enrique Sánchez Fernández

En la historia de la política, los debates siempre han sido terreno fértil para la confrontación de ideas, pero también, en no pocas ocasiones, para el estallido de pasiones que se desbordan más allá de los argumentos. No me refiero solo a insultos, sino a violencia física: golpes, bastonazos, sillazos o, incluso, persecuciones mortales.

La Revolución Francesa es un ejemplo paradigmático: los debates de la Asamblea Nacional no se limitaron al intercambio de posturas, sino que terminaron en la guillotina para quienes perdían el pulso político. En Estados Unidos, en 1856, el senador Charles Sumner fue brutalmente golpeado con un bastón dentro del Congreso por un legislador contrario, en pleno debate sobre la esclavitud. En México, durante el siglo XIX, no era raro que liberales y conservadores llevaran sus disputas parlamentarias al campo del duelo.

Más cerca de nuestro tiempo, hemos visto escenas vergonzosas: en parlamentos de Asia se lanzan sillas, en Venezuela los diputados se enfrentaron a golpes en 2013, y en México, las sesiones del Congreso han estado marcadas por empujones, gritos, pancartas y descalificaciones.

¿Es deseable? Evidentemente no. La política debería ser un ejercicio de palabra, razón y propuesta. Pero también es comprensible: cuando los intereses son de vida o muerte para los actores políticos, cuando el poder significa supervivencia o desaparición, la disputa se vuelve visceral y la violencia se asoma.

La democracia moderna busca precisamente contener esos excesos. La fuerza del argumento debe imponerse sobre el argumento de la fuerza. Sin embargo, sería ingenuo pensar que la pasión política desaparecerá: el conflicto está en el ADN de la vida pública. Lo que está en juego es si seguimos canalizando esa energía hacia el diálogo y la negociación, o si permitimos que la violencia vuelva a ocupar el lugar que pertenece a la palabra.

La pregunta no es si habrá enfrentamiento en la política, porque lo habrá siempre. La pregunta es qué tipo de enfrentamiento queremos: de ideas o de golpes.

Es cuanto.

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