Epistolario 25

29 Marzo 2022
790 días de pandemia
Fuera de aislamiento
Semáforo verde
Vacunas 3

Amor,

La primavera nos ha alcanzado nuevamente. Tras dos largos años de pandemia, que han cambiado el sentido que le dábamos a la estación de la renovación, este año podemos ver florecer los jardines, reverdecer las calles y quizás en ello encontrar la  esperanza de que nosotros también comenzamos una etapa nueva. 

Salir de la pandemia no es cosa sencilla, no regresamos a lo que conocíamos,  pues nada quedó como lo dejamos, salvo el reguero en nuestros respectivos escritorios. Tras la última oleada de Omicron, parece que a nivel nacional, pero también a nivel local, los indicadores de contagios y muertes muestran que nos acercamos al nivel de contagios mínimos. México es ya un país “en verde” que no necesita más restricciones de movilidad y donde, incluso, hay espacios en que los cubrebocas ya no son requeridos.

De esta manera, Marzo se nos ha escurrido por las puertas y yo cruzo los dedos para que no haya más oleadas ni variaciones del virus y podamos salir del todo de esta terrible pandemia. 

En realidad, si pensamos en las epidemias y pandemias en el transcurso de la historia, podemos ver que algunas de ellas eran cíclicas y duraban menos. Algunas de las epidemias más fuertes duraban meses, hasta un año; lo que obliga a observar que esta pandemia duró mucho comparativamente, especialmente teniendo toda la información, tecnología y movilidad a nuestro alcance.

Pienso en la biografía de Catalina de Aragón, que estoy leyendo estos días, donde se describen los viajes que emprendía el Rey Henry VIII con su corte hacia el campo o a los palacios, a la periferia de Londres, para evitar las plagas y enfermedades que, por temporadas o cada tantos años, azotaban a regiones enteras, decimando a la población. Desde el medioevo y hasta la influenza de 1918, los pudientes, las élites, se alejaban de las zonas afectadas y se salvaban. Como bien leímos de las palabras de Boccaccio, mientras los pobres manejaban el contagio manteniéndose en casa o se enfrentaban a la enfermedad, los ricos y poderosos se mantuvieron apartados hasta asegurarse de que el peligro había pasado. Miles morían. Al terminar, la peste se levantaba y los sobrevivientes volvían a construir la vida con quienes habían quedado. 

No es tan diferente la situación en que nos encontramos ahora. Además de salir de esta pandemia en que reinó la desigualdad, donde naciones poderosas acapararon las vacunas y tratamientos del resto del mundo, sin una sola consideración por el bien común, sobrevivimos a una de las peores epidemias que hemos visto en un siglo, para atestiguar como las guerras de invasión vuelven al a ser parte de la vida cotidiana.

Esta guerra entre Rusia y Ucrania es un giro definitivo en la manera en que veremos los cambios geopolíticos en el futuro. Después de la Guerra Fría, no habíamos visto nuevamente el peligro inminente de las guerras, de los grandes imperios arrebatando el poder e influencia de manera violenta. Por décadas pensamos que no podía suceder más una guerra de invasión entre países occidentales y miembros de las organizaciones que tanto han cacareado las bondades de la democracia y la autodeterminación de las naciones. 

En este escenario bélico, aunque la violencia no toca nuestro territorio ni a nuestra población, las ramificaciones sí que nos atañen. Es preocupante el futuro que nos depara, no a nosotros, sino a nuestros hijos.

Si las guerras de invasión vuelven a ser pan de cada día, si los órganos internacionales no sirven para evitar abusos y conflictos, debemos estar preparados para que otras potencias comiencen a comportarse de la misma manera en que lo ha hecho Rusia. Toda nación que tenga condiciones similares a Ucrania podría ser blanco de los intereses de otros más potentes que, cansados de negociar condiciones, tomen por fuerza los canales necesarios, los pasillos comerciales requeridos, los recursos naturales necesarios. Y ¿no es ese exactamente el peligro de vivir como vecinos de Estados Unidos?

Por ello, no es de sorprender que ahora los imperios viejos y menos viejos, hasta las rancias monarquías, están en campaña de promoción, de re-fortalecimiento, de anunciar a los cuatro vientos que ellos siguen siendo las potencias que solían ser, que son de temer, que pueden atacar y defenderse si se requiere. 

Eso enturbia cualquier idea que podamos tener del futuro para la siguiente generación, la vida que podemos construir para ellos y el mundo que les dejaremos.

Amor, tu regreso a la oficina me ha dejado en casa sintiéndome (los primeros días al menos) un poco desorientada. Me faltan las voces, los ruidos propios de cada quien en casa, en el piso, el café a todas horas y las pláticas sobre trabajo, en horario de trabajo, pero entre nosotros dos.  Ahora volvemos a la vida profesional como solíamos saber hacerlo, y es bueno, pero no pasa desapercibida tu ausencia para mi. Nos toca al fin volver a planear, que como familia volvamos a viajar para  ver a nuestra familia extendida y volver a los días de festejo y comunidad con nuestros seres queridos.

En este tiempo los dos cambiamos y el mundo con nosotros. Somos otros. Pero en estos dos años nos hicimos más pareja, más amigos y más comprometidos con nuestro proyecto de ser familia. Sin duda alguna, es el amor el cimiento más fuerte y la aventura más hermosa. Soy la más afortunada de que nuestro amor viva en esta bonita casita amarilla y poder compartirlo contigo. Gracias por querer lanzarte al futuro conmigo también. 

Siempre.

B

Twitter: @Clitemnistra


Periodista. Escribe sobre asuntos internacionales, crisis, conflicto y periodismo. Previamente corresponsal en Jerusalem.