Con dos meses y medio de cuarentena, el aislamiento casero y el encierro tras las cuatro paredes de la casa la situación personal se ha vuelto caótica. No es cierto que no se haga nada.

Tampoco es real que ahora leemos mucho, que se ha recordado los momentos felices de la vida, que los malos amigos se han olvidado o perdonado y ahora queremos verlos y convivir con ellos.

Las tareas pendientes siguen esperando. Los asuntos inconclusos continúan en el baúl de que algún día habrá que solucionar. No hay más amor y menos disputas familiares. Los vecinos siguen chingando y haciendo ruido, poniendo la música a altas horas de la noche. Cuando el sueño empieza a conciliarse la sirena o anuncio de una patrulla que vigila, rompe el silencio en la calma de la calle y espanta el sueño.

Una vez que el relajamiento empieza a invadir el cuerpo, terminando la madrugada e iniciando la mañana, el camión del gas pasa, anunciando, con una vieja letanía disfrazada de música que está pendiente para llenar tus tanques o cambiarlos y lo que logra es que el gasero y toda su descendencia vuelvan, una vez más, a recordar a su madre.

Y la mañana se vuelve más complicada cuando se suceden, unos a otros, el del agua, el afilador de tijeras y cuchillos, los camotes, el que lava los autos, la de los tamales… y más, mucho más.

¿Cuál calma?
¿Cuál confinamiento?

Peor aún.

Hay que ayudar a tender camas, lavar trastes, barrer, trapear, ir por el mandado (con cubrebocas, guantes, gel, toallas desechables, alcohol y una careta de plástico), regar el jardín, sacar a pasear a los perros, preparar la comida… ¡Puff!

Los anteriores padecimientos, que antes del Coronavirus no los teníamos, complicaron la vida de los hombres productivos.

Cuando el gobierno de la 4a. Transformación nacional y estatal, anunciaron la Nueva Normalidad a partir de este uno de junio, regresó la alegría a los hogares.

Después de esta histórica pandemia, el mundo, la sociedad, la familia, serán otros.
La vida será diferente, pensamos.

Falso.

La normalidad sigue siendo la misma. Me engañaron.

No ha cambiado nada.