De libros y más

 

Nada está nunca acabado, basta un poco de felicidad para que todo vuelva a empezar.

Émile Zola, Les Rougon-Macquart.

En el mundo de la alta costura, el número 30 de la parisina Avenue Montaigne es sinónimo de elegancia, belleza, arte e ilusiones. De los muros del magnífico edificio de estilo neoclásico han surgido algunas de las más bellas creaciones de la moda, y, ¿cómo podría ser diferente? ya que en ese emblemático sitio se encuentra ubicada la Maison Dior, un lugar que -en palabras del propio Christian Dior- es “el refugio de lo maravilloso”.

Cuando en 1946, Monsieur Dior decidió establecer su atelier en un palacete de la Avenue Montaigne, no solo revolucionó la moda, también regresó el esplendor a la Ciudad Luz, al reivindicarla como el centro del glamour. Sus colecciones, invitaban a olvidar la oscuridad y privaciones pasadas en la guerra y, entre metros de finas telas, rendía homenaje al arte de disfrutar la vida, al inigualable savoir-faire francés.

Al poco tiempo de inaugurar el 30 Montaigne, Monsieur Dior se convirtió en el representante del lujo y brillo de la Haute Couture; era un creador de sueños y el único artista capaz de convertir en realidad fantasías de satén y tul, perfumadas con el exquisito parfum Miss Dior.

Entre las creaciones más emblemáticas del diseñador francés, sobresale el vestido de novia que elaboró para la boda de la princesa Soraya con el Sha de Irán; la prenda estaba adornada por cientos de perlas y seis mil diamantes; otro de los atuendos memorables del atelier, es el bello y romántico traje confeccionado para la princesa Margarita de Inglaterra, con ocasión de su cumpleaños número veintiuno. Claro que no solo la realeza admiraba los diseños del artista, también el mundo del cine sucumbió ante su encanto, a grado tal, que la gran actriz Marlène Dietrich estableció como requisito en sus contratos que solo vestiría prendas de Dior, y, para deleite del diseñador, acuñó la frase: “No Dior, no Dietrich”.

Durante esos primeros años de esplendor, la Maison Dior se engalanó con la visita de grandes personalidades, por supuesto que, las creaciones de Monsieur Dior solo estaban al alcance de unos cuantos privilegiados que abarrotaban sus elegantes salones para presenciar la nueva colección de la firma. Entre los selectos asistentes al lujoso atelier parisino, se contaban Grace Kelly, Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Marilyn Monroe y…la señora Harris.

Pero, ¿quién era la señora Harris? y ¿qué hacía sentada entre los acaudalados invitados de Monsieur Dior?, ella no era una mujer adinerada, tampoco era famosa, sin embargo, el día que se presentó en el número 30 de la Avenue Montaigne, revolucionó la vida de la exclusiva Maison.

Las respuestas, las encontramos en la hermosa novela Flores para la señora Harris, uno de esos libros que enamoran desde la primera línea. Con una narrativa ligera, el autor -Paul Gallico- nos lleva a la época de la posguerra, para acompañar a esta encantadora dama londinense hasta París, en su afán de hacer realidad un sueño.

La protagonista de esta historia es Ada Harris, una viuda londinense de mediana edad, que se dedica a limpiar casas de personas adineradas. Sus escasas diversiones consisten en salir, ocasionalmente, al cine y en un pequeño ritual que comparte con su mejor amiga; cada semana, las dos mujeres compran un par de boletos de la quiniela de futbol y sin ser aficionadas al deporte, llenan las casillas con más ilusión que conocimiento, aunque en realidad, lo hacen más por diversión, que por la esperanza de conseguir algún premio.

La Señora Harris es menuda y vivaracha, de carácter afable y siempre dispuesta a ayudar a los demás. Su única pasión consiste en cuidar las flores que cultiva en macetas en el pequeño sótano que habita; carece de lujos -excepto por sus queridos geranios- y sus pesadas labores no le dejan tiempo para soñar despierta. Así transcurrían los días de Ada Harris, hasta que una mañana, su vida dio un vuelco.

 

Y, ¿qué tiene que ver Christian Dior en todo esto? Pues casi todo, porque la vida de Ada Harris, cambió justo en el momento que abrió el armario de la casa en la que trabajaba; al hacerlo, se encontró con una explosión de satén y tafetán. Se trataba del vestido más hermoso que había contemplado y esa maravilla, había sido elaborada en el 30 Montaigne de París, era una creación de Dior.

La Señora Harris era realista, comprarse un vestido de Dior parecía imposible, una meta inalcanzable, pero en el instante que tocó la delicada prenda, supo que podía lograrlo, su vida ya tenía un objetivo. Por primera vez, se permitió soñar despierta.

 

«La señora Harris no era nada tonta. Ni se le pasó por la cabeza la idea de llegar a ponerse en público un vestido semejante. […]Su sitio era un mundo de incesantes fatigas, pero su independencia lo iluminaba. En él no cabían los dispendios ni los vestidos bonitos.

 

Pero lo que deseaba ahora era poseer uno, hacerlo de forma física y femenina; tenerlo colgado en el armario, saber que ahí se quedaba cuando ella se marchaba, abrir la puerta al volver y ver que la esperaba: algo que resultaba exquisito al tocarlo, al contemplarlo, al tenerlo.

 

Le parecía que todo aquello de lo que se había visto desprovista en la vida por culpa de la pobreza, de las circunstancias en que había nacido y de su clase social podía compensarse si se convertía en dueña de aquel ejemplo glorioso de elegante moda femenina».

Flores para la señora Harris, es un libro encantador. Posee la magia de hacer que las complicaciones del mundo desaparezcan, al adentrarnos en una sencilla y hermosa historia que entreteje ilusiones, ambición y realidad.

Resulta un deleite recorrer las calles de París de mediados del siglo pasado y, en compañía de la Señora Harris, descubrir los secretos de la Haute Couture al traspasar las puertas de la elegante Maison Dior, porque, como dijo el poeta Luis Rius: “No se puede vivir como si la belleza no existiera”.

Adriana Hernández Morales

 

Título: Flores para la señora Harris

Autor: Paul Gallico

Editorial: Alba

(También disponible en formato electrónico).

Mi correo: adrianahernandez1924@gmail.com


Adriana Hernández, es miembro del Club Nacional de Lectura Las Aureolas, club fundado por Alejandro Aura en 1995. Es además una mujer comprometida con las causas sociales, abogada de profesión y lectora por vocación.