Por Ruby Soriano

En tiempos de suma violencia, de muchos vacíos sociales y de una hoguera digital, la televisora de Emilio Azcárraga Jean le apostó a uno de los contenidos chatarra (realities shows) cuya fórmula estaba precedido de un gran éxito en la televisora estadounidense Telemundo.

En la versión mexicana, el triunfo de la participante transgénero Wendy Guevara en la llamada Casa de los famosos, se viralizó como un triunfo de la comunidad LGBTQIA+ al lograr derribar un muro en la televisión mexicana para dar apertura a la diversidad.

La lectura podría ser así de simple, sin embargo, el análisis crudo lleva a la descarnada realidad de una televisora que revivió audiencia televisiva a través de un show de 24 horas con contenidos de extrema violencia física y verbal, bullying y acoso.

Fue en este contexto donde un personaje trans reflejó la dureza de la vida que se pueda tener en el núcleo de una familia violentadora o de los abusos y excesos que el personaje en cuestión narró sin dejos de victimización.

Sin embargo, en este show la llamada creación de contenidos viralizados en redes sociales estuvieron plagados de una violencia desconocida para ser retransmitida en la televisión abierta que se llenó de espacios que replicaron la pobre narrativa de un grupo de actores, actrices y desconocidos que, en busca de ganar un premio de 4 millones de pesos, se peleaban exhibir sus severas carencias con la única finalidad de crear el llamado contenido.

La apabullante audiencia para la llamada Casa de los famosos estuvo en su mayor parte compuesta por adolescentes que replicaban insultos, acciones, en resumidas cuentas, violencia para demostrar que hoy en día ser “youtuber” te puede llevar al estrellato y más allá.

La ganadora con menos de 30 años mostró su orgullo trans pero también expuso su violencia, sus problemas con el alcohol y su escasa preparación pues para ella, su experiencia era “hacer en vivos” y contar su vida diaria que se convierte en una vitrina para llenar los vacíos de una sociedad que encuentra en este tipo de espectáculos una forma de evadir lo que se vive en la propia realidad.

Entre los millones recaudados por Televisa, la viralización de los contenidos de ese reality show y la explotación de una imagen transgénero para capitalizar el boom de la diversidad sexual, se erigió a Wendy Guevara como ganadora de una gran puesta en escena que tardó menos de una semana en derrumbar el triunfo para una comunidad trans.

Bastó regresar a la realidad exterior, para que la ganadora con su aparente bandera del triunfo de la diversidad volviera a mostrar sus severos problemas de alcoholismo y su otro rostro de mujer violentada que sumisa acata el control de una pareja manipuladora.

El espejismo del triunfo trans en televisión abierta se desmoronó para dar cuenta de los tiempos de esa vitalización de contenidos chatarra que revivieron a una televisión en el último tramo de su agonía.

Sin embargo, los efectos han sido temporales y demoledores al seguir los patrones que tanto demeritan a un espectáculo decadente que muestra la señal de los nuevos tiempos, donde los contenidos televisivos se mueven al ritmo de la ley de la jungla que se aplica en las benditas redes sociales.

El espejismo terminó, para dar paso al show al estilo televisa donde se ha prefabricado un personaje que inicia la carrera del estrellato fugaz y que dependerá de lo que logre facturar para la televisora de Azcárraga Jean. Cuando se opaque el encanto, poco o nada quedará para volver a reivindicar a una comunidad trans.

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