De libros y más

 

«Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana. ¿Qué va a pasar? No pasará nada. Es imposible que algo suceda. ¿Qué haré? […] Lo único que puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de Mariana. Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza».

 

Era el México de la posguerra, el mundo había cambiado y el país también. La modernidad irrumpía ruidosamente en la vida de las familias mexicanas y ya nada sería igual. En la radio se escuchaban Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán y El Llanero Solitario; por las calles circulaban los Packards, Cadillacs y Buicks; las licuadoras, aspiradoras, ollas express y por supuesto, los refrigeradores eléctricos, eran el sueño de muchos hogares. En las mesas nacionales, el pozole, la birria, las tostadas de pata y el chicharrón en salsa verde compartían sitio con el pan bimbo, la ketchup y el queso Kraft. Eran los tiempos de Sears Roebuck y de las plumas atómicas, atrás quedaban los tinteros y el papel secante.

 

Las nuevas costumbres se mezclaban con las tradiciones y daban paso a una sociedad diferente. Mientras en la radio sonaba Obsesión, un antiguo bolero, escrito por Pedro Flores, surgía un nuevo vocabulario, con palabras como: tenquiu, oquéi y uan momen plis. Recién establecido el Estado de Israel y desatada la guerra del Oriente Medio, los bandos infantiles se dividían para escenificar el conflicto entre árabes y judíos, dando paso a las batallas en el desierto; llamadas así -en la novela del gran José Emilio Pacheco- por desarrollarse en un polvoriento patio escolar de tierra rojiza.

 

«Nuestros libros de texto afirmaban: Visto en el mapa México tiene forma de cornucopia o cuerno de la abundancia. Para el impensable año dos mil se auguraba -sin especificar cómo íbamos a lograrlo- un porvenir de plenitud y bienestar universales. Ciudades limpias, sin injusticia, sin pobres, sin violencia, sin congestiones, sin basura. Para cada familia una casa ultramoderna y aerodinámica (palabras de la época). A nadie le faltaría nada. Las máquinas harían todo el trabajo. Calles repletas de árboles y fuentes, cruzadas por vehículos sin humo ni estruendo ni posibilidad de colisiones. El paraíso en la tierra. La utopía al fin conquistada».

 

Ese era el mundo que, brillantemente nos narra José Emilio Pacheco, en Las batallas en el desierto. Los recuerdos de la infancia de Carlos – su protagonista- parecen una película en blanco y negro que nos muestra una sociedad ávida de progreso, llena de claroscuros, en donde el afán de modernidad se estrella violentamente con el costumbrismo, dando paso a un nuevo México, al que se afana en parecer diferente y próspero.

 

«Nuestros padres se habituaban al jaibol que en principio les supo a medicina. En mi casa está prohibido el tequila, le escuché decir a mi tío Julián. Yo nada más sirvo whisky a mis invitados: hay que blanquear el gusto de los mexicanos».

 

Entre tantos recuerdos, hay uno que, en voz de su protagonista, parece ser el único que tiene significado; el que constituye un antes y un después en su vida, porque del mismo modo en que la sociedad mexicana se encandilaba con la magia de la modernidad y de lo inalcanzable, Carlos, también queda atrapado por las ilusiones; lo deslumbra un amor irreal. El día que conoce a Mariana -la madre de su compañero de escuela-, su infancia termina de golpe y el anhelo de ese amor cambiará todo su entorno.

 

Yo estoy obsesionado contigo,

el mundo es testigo

de mi frenesí.

Por más que se oponga el destino

serás para mí.

 

Las batallas en el desierto, es una novela tan breve como encantadora, el gran José Emilio Pacheco, logra retratar no solo, al México de finales de los años cuarenta, sino que, además, sus letras resultan tan actuales como si las hubiera escrito ayer, porque, muy en el fondo, no hemos cambiado tanto.

 

Por alto que esté el cielo en el mundo,

por hondo que sea el mar profundo,

no habrá una barrera en el mundo,

que mi amor profundo

no rompa por ti.

 

 

Adriana Hernández Morales

Título: Las batallas en el desierto

Autor: José Emilio Pacheco

Editorial: Era

(También disponible en formato electrónico).

Mi correo: adrianahernandez1924@gmail.com


Adriana Hernández, es miembro del Club Nacional de Lectura Las Aureolas, club fundado por Alejandro Aura en 1995. Es además una mujer comprometida con las causas sociales, abogada de profesión y lectora por vocación.